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Bolsonaro toma el relevo de Trump como adalid de la extrema derecha en el mundo

La diputada alemana Beatrix von Storch, del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD), estuvo en Brasil la semana pasada para mantener varias reuniones con miembros del Gobierno brasileño. El 26 de julio circuló una foto suya al lado del presidente Jair Bolsonaro y de su marido, Sven von Storch. La imagen fue publicada en la cuenta de Instagram de la diputada, en la que agradece al mandatario brasileño “la amistosa bienvenida”. “Impresionada por su clara comprensión de los problemas de Europa y los desafíos de los políticos de nuestro tiempo”, escribió sobre Bolsonaro. “En un momento en el que la izquierda está promoviendo su ideología a través de sus redes y organizaciones internacionales a nivel mundial, los conservadores también debemos establecer una red más estrecha y a nivel internacional para nuestros valores”, añadió.

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La foto sorprendió a los brasileños, especialmente porque von Storch es nieta de Lutz Graf von Krosigk, ministro de finanzas del Gobierno nazi de Adolf Hitler. El partido de la congresista, el AfD, es ahora objeto de una investigación de los servicios secretos alemanes por sus conexiones con actos extremistas en el país.

No es la primera demostración de cercanía de las bases de Bolsonaro con grupos radicales internacionales. A finales del año pasado, el hijo del presidente y diputado, Eduardo Bolsonaro (PSL-SP), realizó una transmisión en directo con el líder de Vox, Santiago Abascal. Un año antes, el diputado estuvo en Hungría con el primer ministro del partido Fidesz, Viktor Orbán. AfD, Vox y Fidesz han demostrado sus afinidades en temas como la búsqueda de programas conservadores radicales, la xenofobia y la hostilidad hacia la izquierda y la prensa.

Brasil se ha convertido en terreno fértil para expandir esas ideas, con un Gobierno que todavía aporta un elemento extra: tras el fin del mandato de Donald Trump en Estados Unidos, la ofensiva ultraconservadora ha apostado todas sus fichas en el Brasil de Bolsonaro. En enero de 2021, altos funcionarios de Trump enviaron mensajes a otros países informando que los proyectos que habían sido conducidos por la Casa Blanca serían asumidos a partir de ese momento por Bolsonaro. La información forma parte de un correo electrónico remitido a colaboradores por Valerie Huber, la persona elegida por la Casa Blanca durante el Gobierno de Trump para abordar los temas de salud de las mujeres. En un mensaje del 20 de enero de 2021, Huber anuncia que Brasil se ha ofrecido amablemente a coordinar esta “coalición histórica”. Bajo esta disposición, al presidente brasileño le corresponde liderar la alianza internacional ultraconservadora creada para influir en las decisiones de Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud y otros organismos.

La diputada bolsonarista Bia Kicis junto a lacongresista alemana Beatrix von Storch, en Brasil.TWITTER

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La coalición, formada por unos 30 países, se denominó Declaración de Ginebra y se convirtió en una referencia de las alas más radicales de los movimientos religiosos. “Los países que deseen adherirse a la Declaración pueden hacerlo poniéndose en contacto con la embajada de Brasil en Estados Unidos para obtener más detalles”, explicó Huber. La mujer fue artífice de la coalición y, en los últimos meses, ha trabajado de cerca con Damares Alves, la ministra brasileña de la Mujer, Familia y Derechos Humanos, una pastora evangélica ultraconservadora.

El Gobierno de Bolsonaro no está solo en este movimiento para mantener viva la agenda de la extrema derecha en el mundo. Sin embargo, se ha convertido en elemento clave para el fortalecimiento de ese grupo en América. De hecho, la ausencia de Trump no debilitó la coordinación internacional. En los últimos meses y en medio de la pandemia, miembros del Ejecutivo brasileño han sido invitados destacados en reuniones a puerta cerrada con representantes de ONG cristianas estadounidenses, con grupos de presión anti-LGBT y antiaborto, así como en reuniones con partidos y grupos de extrema derecha.

Para los diplomáticos extranjeros, lo que se ve en las acciones de Brasil no es más que un guion ya diseñado y aplicado en países más pequeños que han tenido durante años Gobiernos ultraconservadores. Ahora, el objetivo es su internacionalización. “Hay un guion y da miedo”, afirma un negociador de la Unión Europea bajo anonimato. El modelo está basado en los Gobiernos de Hungría y Polonia que, a lo largo de una década, consiguieron desmantelar una democracia liberal e instalar una nueva base ultraconservadora.

Esta alianza comenzó a adquirir forma en los primeros días del Gobierno de Bolsonaro. De manera inédita, Brasil envió en 2019 al menos seis misiones a Hungría con agendas que incluían la promesa de coordinación en la lucha contra la persecución que sufren los cristianos, la defensa de la familia y la necesidad de proteger la “soberanía”. Llegó a celebrarse una reunión entre el entonces secretario de Cultura de Brasil, Roberto Alvim, y un equipo del ministerio de Cultura de Hungría. Alvim acabó dejando el cargo después de que se difundiera un polémico vídeo en el que utilizaba referencias nazis.

Al margen de las reuniones ministeriales, también se establecieron encuentros informales, conferencias a puerta cerrada y un intenso intercambio entre los miembros del segundo escalafón de las administraciones brasileña y húngara. Hubo incluso una visita de Eduardo Bolsonaro a Viktor Orbán. La frecuencia de los encuentros resulta más llamativa ante el hecho de que Brasil no había enviado una misión a Hungría desde el siglo XIX.

El modelo Orbán

Orbán tomó el poder en 2010 y, durante una década comandó la pérdida de libertades y el resquebrajamiento de los pilares democráticos. Hoy, el húngaro controla el Tribunal Constitucional, la Fiscalía y dos tercios del Parlamento, así como medios de comunicación, clubes de fútbol, espacios públicos y universidades.

El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en un evento electoral en 2018.Darko Vojinovic / AP

Ante la proximidad de las elecciones de 2022 y el intento de la oposición de crear por primera vez un frente único para derrotarle, el primer ministro ha amplificado su radicalización y el uso de la guerra cultural como forma de reaccionar ante la presión. En el Parlamento se han aprobado leyes que convierten la adopción de niños por parte de parejas homosexuales en un acto casi imposible. Además, ha modificado normas que impiden que los menores de 18 años tengan acceso a cualquier tipo de material que aluda al movimiento LGBT.

En un intento de atacar la democracia, Orbán se ha dedicado a conformar una justicia fiel a sus ideas. Un camino similar al que ha adoptado Bolsonaro. El presidente brasileño no tiene el control de toda la judicatura. Sin embargo, cuenta con un fiscal general leal que le ha salvado de verse involucrado en investigaciones. También ha elegido a dos jueces para la Corte Suprema, uno de ellos, André Mendonça, “terriblemente evangélico”, como lo ha definido el mandatario.

Otro de los objetivos de los ataques de Orbán han sido las ONG, los activistas o cualquier movimiento que cuestione a su Gobierno, táctica que también ha adoptado el Ejecutivo brasileño. Las coincidencias en la forma de actuar de ambas administraciones se constata también en el trato que dan a la prensa. Tanto en Brasilia como en Budapest los medios de comunicación se consideran una fuerza a neutralizar. Con una diferencia de 10 años respecto al Gobierno de Bolsonaro, Hungría sirve de modelo del giro antiliberal.

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