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Boris Johnson, dispuesto a utilizar al ejército para frenar la crisis de suministro de las gasolineras

El Reino Unido de Boris Johnson y el Brexit han logrado la extraña pirueta de convertir una crisis global en una emergencia nacional, en la que ha pasado a contemplarse sin aspavientos la posibilidad de echar mano del ejército para solucionar un problema de oferta y demanda. El primer ministro estaría dispuesto, según adelantó The Times y han confirmado el resto de medios británicos, a rescatar de los cajones la llamada Operación Escalin, diseñada hace dos años por el Ministerio de Defensa para hacer frente a la posibilidad del Brexit duro que entonces se temía. Serviría para que cientos de soldados se pusieran al volante de los camiones cisterna que transportan combustible a las estaciones de servicio del territorio nacional.

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Desde el pasado viernes se ha desencadenado una sensación de pánico, especialmente en el sur de Inglaterra, que ha llevado a miles de conductores a guardar cola durante horas en las estaciones de servicio de todo el país. Lo que arrancó siendo una crisis preocupante pero manejable se ha convertido en una situación de emergencia. La escasez de camioneros que sufre toda Europa se ha visto agravada en el Reino Unido por el Brexit. La industria del transporte calcula que se necesitan unos 90.000 conductores para recuperar cierta normalidad. La mitad de ellos abandonó la profesión durante la pandemia, por jubilación, falta de trabajo u otras opciones laborales. Y al menos 20.000 más eran camioneros de la UE que regresaron a sus países durante el confinamiento, y tienen una difícil vuelta con las nuevas restricciones de inmigración aprobadas por el Gobierno de Johnson.

Esa era la razón por la que BP decidió el pasado viernes cerrar un par de decenas de sus estaciones de servicio, y anunció la falta de al menos un tipo de combustible en muchos de sus servidores. No había suficientes camioneros para abastecer a las gasolineras, sobre todo a las que estaban en el interior de las ciudades. Este fin de semana, Johnson dio su brazo a torcer, aparcó la ideología del Brexit y permitió que se expidieran 5.000 nuevos visados para camioneros de la UE. Demasiado tarde y demasiados pocos, denunciaron tanto el sector del transporte como la oposición laborista.

La consecuencia de todo este debate no resuelto, aireado en los medios de comunicación con grandes y alarmistas titulares, ha sido una sensación de pánico y largas colas en las gasolineras, en una imagen que trajo a los británicos más mayores el recuerdo del Invierno del Descontento de 1978. La Asociación de Gasolineras del Reino Unido ha advertido este lunes de que unas 5.500 de las más de 8.000 estaciones de servicio de todo el país se han quedado ya sin combustible, mientras el resto están a punto de desembocar en la misma situación.

Como primer medida de urgencia, el Gobierno ha suspendido la aplicación de la Ley de la Competencia de 1998, para permitir que las petroleras y distribuidoras de gasolina puedan compartir información y decidir la estrategia territorial necesaria para evitar el desabastecimiento. “Toda esta escasez se debe, simple y llanamente, a una situación generalizada de pánico”, ha explicado a la BBC el presidente de la Asociación de Gasolineras, Brian Madderson. La prioridad se ha concentrado en las estaciones de servicio localizadas en las principales autovías. Los surtidores de las gasolineras de las ciudades cuelgan en su mayoría el cartel de “fuera de servicio”.

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El secretario de Estado de Comercio, Kwasi Kwarteng, sobre cuyos hombros han recaído todas las crisis escalonadas que han surgido al salir de la pandemia ―estanterías vacías en los supermercados, subida de precios del gas y la electricidad, suspensión del suministro nacional de dióxido de carbono, y ahora la situación de las gasolineras―, se reunió este domingo con representantes de las petroleras para explicar el plan de despliegue del ejército. Y lo que escuchó fue un alud de objeciones y problemas. Los soldados no están entrenados para manejar unos vehículos de enorme tamaño, ni conocen la técnica para llenar la cisterna de combustible o descargar la mercancía en los depósitos de las estaciones de servicio. Son maniobras delicadas para las que se necesitarían al menos dos semanas de formación y prácticas previas. Para entonces, la situación de pánico puede haber concluido. O no. Por eso el Gobierno de Johnson ha descrito el problema como un Catch-22, el término que popularizó la novela de Joseph Heller: un dilema de difícil escapatoria, porque cualquiera de las soluciones es mala y agrava el problema. Y acudir al socorro del ejército no parece el mejor modo de calmar el pánico.

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