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Boris Johnson irrita a los empresarios con su promesa de frenar la entrada de trabajadores extranjeros en el Reino Unido


Boris Johnson solo entiende la política como un eterno discurso épico, y es capaz de envolverse en el manto de gigantes como Margaret Thatcher o Winston Churchill para explicar por qué los británicos llevan dos semanas haciendo cola para comprar gasolina o algunas estanterías de los supermercados están vacías. El primer ministro británico ha cerrado este miércoles con su discurso el congreso del Partido Conservador. Los tories han respirado durante cuatro días aires triunfalistas en la burbuja del Centro de Convenciones de Manchester, mientras el resto del país debatía sobre inflación, crisis de suministro o escasez de mano de obra. Y Johnson ha rematado el cónclave con un mensaje de exagerado optimismo, y la promesa de dar un giro radical al modelo económico del país, un discurso recibido con más que escepticismo entre los empresarios.

“Vamos a encarar los problemas que ningún otro Gobierno ha tenido las agallas de hacer frente”, ha afirmado Johnson, “a las debilidades estructurales que arrastramos desde hace mucho tiempo”. Saldaba así cuentas, sin nombrarlos, con sus dos predecesores, David Cameron y Theresa May, a los que ha reprochado su supuesta inacción. “Nos embarcamos ahora en un cambio de dirección en la economía del Reino Unido que era necesario desde hace mucho tiempo. No regresaremos al mismo viejo modelo fallido de bajos salarios, bajo crecimiento o mano de obra poco cualificada, todo facilitado y sostenido por una inmigración incontrolada”, ha proclamado el político conservador.

Ese ha sido el mantra repetido durante todo el congreso. Los ciudadanos británicos, han repetido los conservadores casi en un esfuerzo por convencerse a sí mismos, votaron a favor del Brexit en 2016 para acabar con un modelo agotado y revolucionar las cosas. “Y nos llevará tiempo. Y en ocasiones resultará muy difícil. Pero eso fue el poderoso deseo de los votantes, que uniéramos y reequilibráramos este país”, ha asegurado el primer ministro. Entre sus habituales bromas y juegos de palabras, que han hecho las delicias de los militantes conservadores, y una retórica inflada, Johnson ofrecía pocos detalles de su proyecto económico, más allá de prometer que el Gobierno impulsará nuevos talentos y nuevas oportunidades por todo el país.

Por eso importantes empresarios del Reino Unido han expresado su irritación con el Gobierno de Johnson, y con un Partido Conservador que ha decidido abrazarse a la ideología y abandonar su tradicional pragmatismo. “Un aumento salarial que no vaya acompañado del correspondiente crecimiento económico solo provocará más presión inflacionaria”, ha dicho Mike Charry, presidente de la Federación de Pequeños Empresarios del Reino Unido. “Si el Gobierno quiere ver una mayor contratación de empleos de alta calidad, necesita comenzar a eliminar algunas barreras. Y, de momento, lo que está haciendo hasta ahora es añadir más”, ha añadido.

Johnson ha acudido a Mánchester tras impulsar la mayor subida de impuestos de las últimas décadas. El objetivo es hacer frente a las carencias reveladas por la pandemia en el Sistema Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés) y en la asistencia pública a mayores y dependientes. Pero el Gobierno británico ha decidido cargar esa subida fiscal en las cotizaciones sociales que pagan empleadores y empleados.

Downing Street se ha empeñado en echar un pulso a las empresas del país, con una triple ofensiva en el peor momento. En primer lugar, poniendo fin a los generosos ERTE que hubo durante la pandemia; en segundo lugar, agravando el coste de contratación; y, finalmente, cerrando el paso a miles de trabajadores de la UE que resultaban vitales para conducir camiones, mantener a pleno rendimiento las industrias agrícola y cárnica, o insuflar de nuevo vida a la hostelería y otros servicios. A cambio, Johnson reprocha a los empresarios que no formen a sus empleados ni les paguen más. “El primer ministro no ha conducido en su vida un camión, no ha hecho nunca una pizza, ni ha recolectado una hortaliza en pleno invierno bajo la lluvia”, ha dicho al diario The Times David Page, el fundador y presidente de cadenas populares de restaurantes como Franco Manca o Real Greek. “No tiene ni la menor idea, y ha decidido negar la realidad. Confío en que rectifique pronto y permita visados de trabajo más largos. ¿O es que todos los ministros de este Gobierno son unos descerebrados?”, se pregunta Page.

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Johnson no ha podido disimular su irritación con la crisis de los camioneros, que ha provocado el desabastecimiento de las gasolineras de todo el país durante casi dos semanas. Después de un tira y afloja, Downing Street decidió “aparcar” el fundamentalismo del Brexit y ofrecer 5.000 nuevos visados de tres meses para que acudieran al Reino Unido parte de los conductores de la UE que desaparecieron durante la pandemia.

El Gobierno aceleró en cuestión de horas la oferta de los 300 primeros permisos. La sorpresa llegó cuando solo 27 camioneros comunitarios solicitaron acogerse a la oferta. Johnson se sintió engañado por la industria del transporte y redobló desde entonces la consigna, repetida en el congreso de los conservadores, de que la principal responsabilidad de la crisis de suministro recaía en los empresarios. “La mano de obra no cualificada procedente del extranjero es simplemente droga barata”, repetía en Sky News el ministro de Justicia, Dominic Raab, uno de los euroescépticos más fervientes del Gobierno Johnson, que aplaudía a rabiar en Mánchester las proclamas del primer ministro conservador.

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