Boris Johnson entró en Downing Street empujado por el ala euroescéptica del Partido Conservador, que apostó por él para culminar el viaje del Brexit. En sus horas más bajas de popularidad y acorralado por el escándalo de las fiestas durante el confinamiento, el primer ministro regresa a sus aliados de primera hora para que le ayuden a permanecer en Downing Street. El Gobierno británico comunicaba este martes el nombramiento de Jacob Rees-Mogg, quien fuera presidente del European Research Group (Grupo de Investigaciones Europeas, ERG en sus siglas en inglés), como nuevo secretario de Estado para las Oportunidades del Brexit.
El nombre del departamento, recién inventado, da una idea del efecto de imagen que persigue Johnson. Al frente de esa poderosa corriente interna de opinión, el ERG, dentro del grupo parlamentario conservador, Rees-Mogg fue actor fundamental en la tarea de acoso y derribo a la ex primera ministra Theresa May, para colocar en su lugar a Johnson. No había entre ellos una relación de especial amistad, pero Rees-Mogg fue recompensado con el puesto de líder de la Cámara de los Comunes. Es un cargo similar al de secretario general de Relaciones con las Cortes del Gobierno español: la figura encargada de la coordinación entre Gobierno y grupo parlamentario para el impulso de los proyectos legislativos. En el caso británico, el puesto tiene rango ministerial y derecho a sentarse en el Cabinet Room, la sala de deliberación del Gobierno.
Más allá de su eterno traje cruzado de raya diplomática (un atuendo ya casi de especie protegida), su forzado acento inglés de clase alta o su forma displicente de sentarse a lo largo en la bancada corrida de la Cámara de los Comunes, Rees-Mogg navegaba desde 2019 hacia una plácida irrelevancia política. Hasta que durante el escándalo de las fiestas prohibidas en Downing Street, cuando muchos diputados conservadores han arremetido contra Johnson o han metido la cabeza bajo el ala, el político euroescéptico ha sido un defensor acérrimo del primer ministro.
Cuando el exlíder de los conservadores de Escocia y diputado Douglas Ross pidió públicamente la dimisión de Johnson —en el momento álgido de la crisis—, Rees-Mogg le definió como un “peso ligero” de la política que no tenía la menor relevancia. Y cuando comenzaron a acumularse las “cartas de retirada de confianza” enviadas por diputados conservadores a la dirección del grupo parlamentario, y estaba cada vez más cerca la posibilidad de una moción de censura interna contra Johnson, Rees-Mogg surgió con una peregrina tesis constitucional: en un sistema como el británico en el que cada vez las elecciones son más personalistas y “presidencialistas”, derribar a un primer ministro supondría obligatoriamente la necesidad de convocar nuevas elecciones. Era un modo de advertir a los diputados rebeldes de que estaban poniendo en juego sus escaños, a pesar de que la idea no se sostenía por ningún sitio. En una democracia parlamentaria como la británica, el partido en el poder puede cambiar de primer ministro si retiene la mayoría necesaria de diputados. El propio Johnson sustituyó a May y permaneció casi un año en Downing Street antes de convocar los comicios generales.
Con el nombramiento de Rees-Mogg, Johnnson premia su lealtad inquebrantable, pero envía además un mensaje de complicidad a los euroescépticos. Cuando el pasado diciembre abandonó su puesto de ministro para el Brexit David Frost, el político encargado de negociar con Bruselas, el mensaje de despedida fue un mazazo considerable a Johnson. Frost, que protestaba en teoría por la rigidez de las restricciones sociales del confinamiento y por las propuestas contra el cambio climático elaboradas por el Gobierno, lanzaba en la práctica un grito de guerra y de protesta al que se adherían cada vez más euroescépticos, y que venía a decir algo así como “este no es el Brexit por el que peleamos”. “El Brexit ya es algo asegurado. El desafío que tiene ahora el Gobierno es el de hacer realidad las oportunidades que nos brinda. Ya conoces mi preocupación por la deriva actual, y confío en que avancemos rápido hacia los objetivos necesarios: hacia una economía empresarial con poca regulación e impuestos bajos”, escribió Frost en su carta de dimisión, jaleada por el ala dura de los conservadores. Se entiende así el doble guiño de Johnson, que crea un departamento “de las Oportunidades del Brexit” y pone a su frente a un euroescéptico de primera hornada como Rees-Mogg.
Pero además, el primer ministro rescata del Ministerio de Exteriores a Christopher Heaton-Harris, que ocupaba actualmente la secretaría de Estado para Europa, y lo coloca de chief whip (látigo jefe, literalmente). Es decir, jefe del grupo parlamentario y encargado de imponer la disciplina de votación en una manada tan rebelde como es la de los diputados británicos. Heaton-Harris ocupó también en su día el puesto de presidente del ERG, como Rees-Mogg, y es un ferviente defensor del Brexit. Fue acusado de quebrar el Código Ético Ministerial al recibir en el Parlamento, en marzo de 2019, a una delegación de VOX encabezada por Iván Espinosa de los Monteros.
Johnson ha recuperado como jefe de Gabinete a un político con fama de serio y riguroso como Steve Barclay, quien ya ocupó en su día el puesto de ministro para el Brexit; y se ha vuelto a traer a Downing Street como director de Comunicación a Guto Harri, quien ya ocupó ese puesto durante la época en la que el político conservador fue alcalde de Londres. En apenas una semana, Harri ya ha cometido un primer error —o acierto, porque el efecto que provocan las extravagancias de Johnson es impredecible— al contar en una revista que se edita en idioma galés, Golwg.360, que el primer ministro le dio la bienvenida al equipo cantando el estribillo de I Will Survive (Sobreviviré) de Gloria Gaynor. “No es un completo payaso, es alguien muy entrañable… no es el personaje malvado que algunos presentan”, explicaba Harri a la revista. A las pocas horas, el titular en los medios británicos era el de que “no es un completo payaso”.
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