A la tercera prórroga, España no resistió. Su ejercicio de superación en estos Juegos terminó en Yokohama, donde Brasil se coronó y se adueñó otra vez de la cita olímpica, trono hace cuatro años en Río con Neymar y de nuevo en Japón. Algo tiene ese estadio. Ronaldo resucitó en 2002 ante el ogro Kahn, y este último episodio señala a un héroe absolutamente inesperado, Malcom, viejo conocido en Barcelona. Así de sorprendente y extraordinario es el fútbol. Le birló la cartera a Vallejo en la prolongación y decantó una final intensa y emocionante, decidida a la foto-finish. Ganó La Canarinha a los puntos y festejó. Mientras, el equipo español se quedó de brazos en jarra, exhausto después de un torneo entero apagando fuegos y que se le ha hecho largo pese a contar con una nómina de campanillas.
No estuvo fina España desde el primer día, de bandazo en bandazo y remando a contracorriente. Perdió a Ceballos por una tarascada, también a Mingueza. Demasiado toque, demasiada posesión y poca puntería. Mucha rémora. Esta vez, el castigo fueron dos balones al larguero cuando había conseguido remontar anímicamente. Pero no hubo forma. Con deberes pendientes a lo largo de todo el recorrido, se topó finalmente con la Brasil de Dani Alves, el coleccionista de medallas. A posteriori, y vista en perspectiva, la plata le sabrá mejor. Llega 21 años después de la de Sídney, en el nuevo coto de la pentacampeona, que encuentra consuelo a la jerarquía perdida por la absoluta en el pueril territorio de los Juegos.
Fiel a su libreto, el técnico De la Fuente recuperó la falsa referencia de Oyarzabal y reintrodujo a Asensio en el 11 después de haber apostado por Mir ante Japón. Sin nueve otra vez, horizontalidad y sobredosis de pase. El balón fue de inicio para España, que volvía a amasar y amasar, pero sin encontrar vías claras hacia la portería. De nuevo, el sobeteo era estéril y, por el contrario, a Brasil le bastaba con poco para intimidar. Richarlison y Antony, dos diablillos, obligaban a abrigarse más de la cuenta en los costados y tanto Óscar Gil como Cucurella perdieron profundidad. El primero echó en falta la carrera de vuelta de Asensio y por ahí se abrió una jugosa veta para La Canarinha.
No se andan con rodeos los brasileños, que compensan su déficit en la sala de máquinas con su vértigo en los extremos. Entrando por la derecha, a pierna cambiada, Antony fue un dolor de muelas para Cucurella, al que retó una vez tras otra, lo mismo luciendo pisada ante el lateral que tirándole un sombrero a Olmo cuando este venía a la ayuda, o bien haciéndoles un lío a los dos a la vez con el amago y la arrancada. Una delicia el zigzagueo. Por el otro flanco, Richarlison también empezó a dejarse ver pronto y enfiló a Eric García, que le cargó por la espalda con todo y después recibió una respuesta en el tobillo. Amarilla para ambos, situación delicadísima para el central.
Aunque la primera media hora el duelo reclamaba aún propietario, Brasil inclinó a partir de ahí el campo y empezó a percutir pero, paradójicamente, fue España la que pudo golpear primero. Asensio colgó desde la derecha, acolchó hacia el centro Oyarzabal y cuando iba a empalar Olmo, le dejó a medias el hercúleo Diego Carlos, tan impetuoso en la corrección que con el primer toque dirigió él mismo el cuero hacia el gol. Subsanó de inmediato. Tras la aproximación, Brasil inició la descarga. Simón frenó una primera vez a Richarlison tras una dejada de Claudinho en el área y el 10 probó de nuevo con un disparo al primer toque que se enredó en el lateral de la red.
Del indulto a la reacción
La amenaza se tradujo después en un empellón. Simón se pasó de frenada para repeler un centro y embistió con la rodilla a Cunha, grandote y agresivo, cuchillo en mano todo el rato, disfrutón en el cuerpeo. De entrada, el árbitro no consideró la acción, pero al final intervino el vídeo y señaló el penalti. Sobrado de confianza, Richarlison se recreó en la paradiña y se le fue ligeramente hacia atrás el cuerpo, mal compensado. Balón alto, indulto y otro sobresalto para España, falta de piernas y otra vez sin la brújula de Pedri. Saturado y sin combustible, el canario fue neutralizado y el juego resultó demasiado previsible. Sin su lucidez, la planicie.
Se asomó con timidez Asensio, ensayando con la rosca redentora de las semifinales, y después jugó con fuego Arana, enseñando el codo en el salto cuando ya había sido amonestado. Y el zarpazo llegó a continuación, mientras la pelota revoloteaba por el aire, demandando dueño. Una cadena de errores habilitó a Cunha en zona roja y el ariete remachó. Alves se anticipó a Cucurella, y Pau Torres y Eric García se elevaron tarde y sin fe, nada sincronizados, ni uno ni otro. Tiempo añadido, un sopapo brutal. El paso por el vestuario no cortó la hemorragia y Brasil salió en estampida, vertical y lanzada en busca de un segundo mordisco que le pusiera el lazo a la victoria.
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Sin embargo, España se rehabilitó con la entrada de Carlos Soler y Bryan Gil, una inyección de taurina para dar un volantazo al pulso. Hasta entonces gripado, el equipo de De la Fuente se animó y se estiró. Pero antes del despertar, la tuvo Brasil. A la carrera, Richarlison quedó en posición franca: amagó con brusquedad el delantero, engañó a Óscar Gil y el roce de Simón envió al larguero y evitó el gol. Superado el escalofrío, otro partido. Reenergizada, España se revolvió y Brasil, tocada porque todo perdón suele pagarse, se achicó. En esas se asociaron Gil y Soler, de uno a otro y el valenciano sirviendo tenso para que Oyarzabal volease con violencia.
Touché, 1-1.
Se sumó a la embestida Óscar Gil, cuyo centro fue envenenándose hasta chocar con el larguero, y la desdicha se repitió dos minutos después, en el 87, cuando Bryan Gil hizo una de las suyas y también se estrelló con el travesaño. El andaluz, incisivo cada segundo que está sobre el verde, armó la pierna en una loseta y descargó el zapatazo, pero no quiso entrar. Ahí estuvo el oro, la reedición del 92. Entonces movió pieza el seleccionador brasileño, cuatro relevos para recuperar las alas. Y uno de ellos, aquel extremo del que se hacía sorna en el Camp Nou, paso fugaz y extraño el de Malcom, decidió.
Vallejo, que había entrado junto a Miranda para refrescar los carriles, midió mal en un desplazamiento diagonal de Antony y a su espalda irrumpió como un cohete el exazulgrana, con el aguijón a punto. El atacante orientó, cruzó y pese a que Simón tocó con el pie izquierdo, el balón encontró la red. Se acabó la rebelión por parte España. Duro epílogo. Agridulce desenlace para una generación que cierra un ciclo brillante, de 2015 a hoy, de Grecia a Japón. Dos Europeos de por medio en las vitrinas. A trompicones desde el primer día, la plata no es un premio menor. Brasil ejerció en Yokohama, estadio fetiche para La Canarinha. Caprichoso el destino: de Ronaldo a Malcom. Quién lo hubiera dicho. Perdida la soberanía entre las mayores, definitivamente se ha adueñado del escenario olímpico.
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