Para Raven Leilani, el año 2020 invocó algunas de las mejores y las peores cosas que le han pasado. En aquellos 12 meses sufrió dos pérdidas familiares, de su padre y su hermano, que la sumieron en un proceso de luto desgarrador. En ese tiempo vio también salir su primera novela, un proyecto gestado entre ratos robados al descanso y extractos redactados furtivamente en borradores de e-mail mientras desempeñaba su trabajo en una editorial. Y ahí encontró alegrías incomparables.
Titulado Luster en el inglés original, el libro recibió elogios unánimes: la crítica se rindió, las ventas acompañaron, le llovieron las nominaciones y los premios en su EE UU natal, y hasta el expresidente Obama calificó la lectura como una de sus favoritas del año. Hay, qué duda cabe, una serie de HBO en ciernes. Tal fue la intensidad de la descarga que, entrado 2022, podría pensarse que conceder una nueva entrevista, esta vez por Brillo, la traducción de su obra al castellano recién publicada por Blackie Books, le sabría a la escritora a noticia añeja. Pero no es el caso: “Al contrario, me parece genial que la gente se siga sintiendo cautivada”, exclama Leilani al otro lado de la pantalla, sentada sobre la cama de una habitación en la Universidad de Misisipi, donde imparte un taller de escritura de cuatro meses de duración.
Después de esta experiencia docente, la autora —que sigue escribiendo, ahora “a tiempo completo”— se plantea continuar dando clases. Se ha dado cuenta de que la enseñanza es algo que le “encanta”. Y que sabe hacer. Tras esta etapa en Misisipi, tiene la intención de instalarse en Los Ángeles. Asegura que el traslado no se debe a la serie basada en Brillo, “aún en fase inicial”, sino a las bondades del clima soleado de California. Pero reconoce que la grabación llega en “un buen momento” para hacer coincidir la mudanza. Abandona así la Nueva York donde nació en 1990, la misma ciudad caótica y magnética que habita Edie, la protagonista de su libro, una mujer negra de veintipocos años con aspiraciones artísticas, que pierde su trabajo y su sueldo y acaba acomodándose en casa de su ligue de internet. La cuestión es que él, un hombre blanco casi 20 años mayor que ella, no vive solo: está casado y, además, la pareja tiene una niña adoptada.
La autora se regodea describiendo escenas difíciles de mirar: momentos incómodos, fracasos y frustraciones
El relato combina la ironía con la delicadeza para abordar algunos temas que definen a la sociedad contemporánea: el racismo nunca resuelto; las relaciones abiertas; la creciente brecha socioeconómica; la metrópolis como apisonadora y el costoso colchón de los barrios de las afueras; la corrosividad de las redes sociales y el aislamiento. De ahí que la historia haya traspasado fronteras y se haya traducido a casi una decena de idiomas. “Ha sido bonito ver cómo responden a la novela en diferentes países. Por ejemplo, en Brasil ha funcionado muy bien”, presume la autora, de raíces caribeñas, que desde los siete años se crio en una pequeña localidad cerca de Albany, capital del Estado de Nueva York.
De la polvareda de comentarios que ha levantado el libro, ella se queda con este: “Hay algo que oigo mucho, y es que los lectores agradecen encontrarse con la representación de una mujer negra que tiene derecho a ser un desastre, a cometer errores, a abrazar su propio desbarajuste, y que se permite perseguir sus intereses artísticos”, enumera. “También creo que la gente ha respondido muy bien al hecho de que ella tenga capacidad de decisión sobre su propia sexualidad. Es muy gratificante que los lectores vengan y me digan: ‘Recuerdo que a esa edad yo también era como esa chica”.
El jaleo en el que se mete Edie al embarcarse en una relación con Eric, un hombre de clase media, con mujer y una hija negra de 12 años, Alika, a la que no sabe muy bien cómo tratar, desencadena un episodio entre lo rocambolesco, lo tierno y lo desolador. Leilani lo describe con un estilo electrizante, con frases que se esparcen por la página como chorros de pintura, con sus grumos y sus destellos. Esa cualidad tiene mucho que ver con la pulsión artística del personaje y la de la propia escritora. Y no es el único rasgo que comparten Edie y Raven Leilani. Por ejemplo: las dos trabajaron para una editorial y repartiendo comida a domicilio. Y ambas llegaron a tirarle la sopa encima a un cliente: en el caso de la protagonista ficticia, a la mujer de su amante. “No es una autobiografía, pero hay mucho de mí”, reconoce la escritora, que subraya la principal afinidad con su personaje: “Como ella, yo fui antes que nada pintora. Pero muy pronto me di cuenta de que no era tan buena como quería y tenía que ser. Así que lo dejé y me puse a escribir”.
Antes de comenzar en Nueva York el máster de escritura que le sirvió como plataforma, Leilani había dado algunos tumbos profesionales. Empezó como bibliotecaria y luego trabajó en el Departamento de Defensa, para la web genealógica Ancestry.com y como repartidora. “Durante el año o dos que tardé en escribir el libro tuve un puesto de nueve de la mañana a cinco de la tarde en una editorial, como archivista”, remata. Esa oficina le proporcionó el escenario que marca el punto de partida de la novela, y los escritores Zadie Smith y Jonathan Safran Foer, que le impartieron clase, se integraron en la ecuación como elementos “fundamentales” para dar forma al texto definitivo. “Jonathan me hizo las preguntas necesarias sobre por qué estaba haciendo el trabajo que estaba haciendo”, explica. “Y Zadie me empoderó para escribir con más libertad y menos ansiedad”. Al final, en aquel 2020 que reunió todo lo bueno y todo lo malo no solo publicó su libro, sino que también acabó vendiendo unas cuantas obras de arte. “Estaba siendo un año duro y un amigo me envió un paquete con lienzos”, recuerda. “Empecé a pintar para paliar la pena y acabé pintando más de lo que había hecho en años”.
La atención por el detalle que se presupone al artista queda patente en Brillo a través del uso de un lenguaje pleno de imágenes que no solo se recrea en los ambientes y personajes, sino, sobre todo, en la descripción de situaciones que muchas veces resultan difíciles de mirar: momentos incómodos, fracasos y frustraciones en los que la autora se regodea para infundir un halo de verdad. Las escenas de sexo, donde la torpeza se impone a la seducción, tienen mención en todas las críticas que se hacen de la obra. “Pero diría que la mayor influencia de la pintura es que siempre escribo de pintura; es un tema que me obsesiona”, abunda Leilani, quien, casi dos años después de haber publicado su debú, con una ristra de reconocimientos bajo el brazo y una serie en camino, se declara no solo una autora diferente, sino, lo que es más, “una nueva persona”. “Mis preocupaciones han cambiado, pero sigo queriendo plasmarlas con sinceridad en mi escritura”, precisa. “Y aunque escribir es una lucha constante con el yo, ahora sé que es un lugar donde me encanta estar”.
Raven Leilani
Traducción de Laura Ibáñez
Blackie Books, 2022
240 páginas, 21 euros
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