En un mundo vuelto al revés por la gran pandemia y donde el pasado parece más lejano que nunca, Bruce Springsteen y la E Street Band traen los recuerdos del mejor rock and roll en su nuevo disco. Más que un álbum, o un gran álbum, Letter to You, que se publica el próximo 23 de octubre, es, como su propio nombre indica, una carta a corazón abierto para todos aquellos que una vez vibraron con una música que atravesó la historia contemporánea porque un tío llamado Elvis se puso a cantar imitando a todos esos negros que escuchaba en la radio y, luego, como por arte de magia, le siguió una legión interminable de locos hasta nuestros días. O porque uno de esos locos llamado Bruce, acompañado de su inseparable banda, dio más rienda suelta a esa música y se convirtió con los suyos en uno de los grandes. Porque Letter to You es, por encima de todo, la gran carta para todos aquellos que una vez gozaron de la leyenda de Springsteen y la E Street Band. Una carta escrita, cierto, por un tipo que supera los 70 años y que, pese a todos los vaivenes artísticos de años pasados, el peso de la fama y el paso del tiempo, todavía tiene fuerzas, talento y visión para hacernos sentir la música como si fuera la primera vez.
Como si fuera la primera vez… y después de mucho tiempo de travesía en el desierto. Hay que remontarse muy atrás para encontrar un disco tan compacto, orgánico y excitante en la carrera de Springsteen. Icono mundial del rock, artista admirado por todas las generaciones y voz autorizada de la mejor música norteamericana de todos los tiempos, el compositor y cantante de Nueva Jersey llevaba todo el siglo XXI intentando ajustarse a su propio molde de leyenda en vida. No es que hiciera discos malos, que los hizo, o, al menos, podía habérselos ahorrado como High Hopes; ni que le sobrasen ejercicios de estilo, que hizo, como el logrado We Shall Overcome: The Seeger Sessions y el menos conseguido Western Stars (pese a tener la demoledora Moonlight Motel); ni que no encontrase motivos para componer, que los tuvo, como el 11-S en el aplaudido The Rising, las guerras de Irak y Afganistán en el interesante Devil & Dust, la búsqueda de identidad nacional en el notable Magic, el cambio político en EE UU en el irregular Working on a Dream y la crisis económica en el nada despreciable Wrecking Ball. No era eso. Como no eran sus directos, que siempre estaban a un nivel por encima de la media, con momentos sublimes cuando se olvidaba de interpretar el papel de rockero para toda la familia. No era ninguna de esas cosas porque Bruce no dejo nunca de buscar, a su manera y con la autocomplacencia que otorga el estrellato, pero de buscar. Era un sonido determinante, una marca que, más que reconocible, que lo era en alguien de su carisma y calidad, fuera un sello imperecedero. El mismo sello que lo catapultó a la gloria cuando el rock and roll era una cosa salvaje, llena de verdad, algo que nos contaron de niños para hacerse realidad en un disco.
Bruce Springsteen, el mismo tipo que quiso ser el cruce perfecto entre Dylan y Elvis para terminar convirtiéndose en inspiración de cientos de jóvenes, ha llegado a ese sonido. Otra vez. Como la primera vez. Como cuando la E Street Band arropaba en primera línea sus mejores aventuras, haciéndole sentir uno de los Beatles o de los Rolling Stones. Uno dentro de una gran banda. Como le recordábamos, o le queríamos recordar, los que nunca nos conformamos con el eslogan de su apellido ni con los ejercicios de fácil nostalgia. Sí, Bruce y la E Street Band están de vuelta.
Quizá nunca se fueron, a la vista de tantos y tan grandes conciertos en tantos años, pero están de vuelta porque ya lo ha dicho, queriendo o sin querer, el propio Bruce a pocos días de la salida de Letter to You. “Regresamos a la sensibilidad de la banda” y este nuevo disco es “un álbum con todos tocando a la vez”, según comentó en Rolling Stone, en la única entrevista concedida hasta la fecha por este trabajo. En un día nevado de noviembre del año pasado, Bruce reunió al grupo en su establo de Colts Neck, en Nueva Jersey, y lo metió a grabar. Reservaron cinco días para las sesiones, pero les sobró uno. Grabaron Letter to You en cuatro jornadas intensivas, un ritmo que el guitarrista Steve Van Zandt ha comparado con aquellas primeras sesiones instintivamente mágicas de los Beatles. Llegar, juntarse, tocar, probar, dejar que la música fluya, que todos se metan en la canción y registrar el momento. Una de esas cosas del viejo jazz y el viejo rock and roll. Una de las obsesiones de Bob Dylan y Neil Young. Un consejo que le dio el pianista Roy Bittan a Bruce, pidiéndole que se olvidase de las demos y de todas esas pistas que giran siempre en su cabeza. Y un modo de encarar la música propio de Van Zandt, Little Steven, subteniente siempre en la sombra, autor de destacadas y recientes obras con este flujo como Soulfire y capitán de este disco por derecho propio, quien ha señalado, con su habitual sonrisa pirata, que Bruce “ha tardado 37 años en regresar”.
Treinta y siete años, cuatro décadas o los lustros que sean, pero, al final, resultaba que Springsteen, tan preocupado por mirar afuera, tenía que mirar adentro. Bastaba con fijarse a su alrededor, a los suyos. Escuchar a los que le auparon hasta lo más alto. No es que no lo hiciera antes, pero, una vez más, conviene decirlo: la diferencia de este Bruce con el de todos los anteriores desde finales de los noventa es que no ha querido ser nada más que el chico que empezó en una banda. Ni el rescatador de los atentados, ni el portavoz político, ni la voz de América, ni el títere de su propia fama.
En su charla con Rolling Stone, se detiene en contar su amistad con George Theiss, recientemente fallecido y miembro original de The Castiles, una de las primeras formaciones de Bruce a primeros de los setenta antes de juntarse con la futura E Street Shuffle, a la postre E Street Band. Y sirve para comprender hasta qué punto su pasado debía ser escuchado. Si estaba con él, como esos retazos de memoria de los que habla en su autobiografía para explicar su pertenencia a la tierra de Jersey, nunca era para explicarle verdades al oído. Era para medirse consigo mismo. Pero Bruce, a la vista de este disco, parece que ha dejado de medirse. Simplemente (¡por fin!), se ha metido a grabar de verdad, de todas, con “la banda de bares más grande del mundo”, tal y como la calificó en Rolling Stone.
La banda de bares más grande del mundo y Bruce Springsteen suenan urgentes, con un dramatismo punzante. Letter to You es una obra con un gran sentido de banda. Acoplados como un rodillo, todos han conseguido lo que antes eran solo destellos en discos: un sonido de la E Street Band actualizado. Un sonido vitalista, con un eco personalísimo, rememorando viejos tiempos, pero sin caer en repeticiones. Nada cambia, quizá, pero es ahora más que nunca todo un logro. Vibra una energía necesaria, nada impostada y de pegada contundente. Es menos juvenil e inocente que en los setenta y primeros ochenta, pero es igual de emotiva. Bruce canta con voz más rasposa y la E Street Band le abriga con telones de caballos al galope. Los fulgores a lo Phil Spector, tan del gusto de Springsteen, no son trajes que, como en otras ocasiones, terminan por parecer evidentes y clichés, sino que cubren al conjunto de una sola pieza, con fuerza. Todo eso que se lleva décadas percibiendo en ellos termina por imponerse como si fuera la única verdad sobre la tierra.
“El gran tren negro que viene por la vía / Hace sonar su silbato largo y largo / Un minuto, tú estás aquí… / Estoy regresando a casa”, canta Bruce en ‘One Minute You’re Here’, el bello medio tiempo que abre el álbum en un tono confesional, recordando a Townes Van Zandt, y casi cogiéndolo donde lo dejó en Moonlight Motel, la última de Western Stars. Con Letter to You, Bruce ha regresado a casa. Para ello, no solo repite este verso en más de una canción, sino que ha escrito antes una carta con todas sus huellas. El tema que da título al disco y segundo del mismo quizá sea el más flojo de todos por parecerse demasiado a tics del pasado reciente, pero, a partir de ahí, nada defrauda. El conjunto suena tan dramático como melancólico. Se desprende un sabor de supervivencia ganada, como esos antihéroes que se refugian en cafeterías o trenes de segunda, como el que parece en llamas con ese ritmo imparable en Burnin’ Train. Guarda una épica sombría que bien podrían firmar hoy discípulos aventajados como War on Drugs o Arcade Fire. Como el tono desolador y fiero de Rainmaker bien podría colarse en un The Ghost of Tom Joad eléctrico. No desentonaría junto al Youngstown electrificado de sus conciertos. The Last Standing, The Power of Prayer (el saxo de Jake Clemons es imposible diferenciarlo del de su tío Clarence), House of a Thousand Guitars (con ese mundo espiritual construido con música)… todas tienen ese espíritu de buscador de santos griales. Un espíritu indomable en el mejor cancionero de Bruce con la E Street Band. También planea en Ghosts, que suena a premonición cuando los fantasmas acechan en todo el disco.
Fantasmas como los que de esos saxos reluciendo entre colchones de órgano, y teclas punteando entre vientos y cuerdas ensambladas como un todo positivo. Fantasmas como esas piezas clave que fueron el saxofonista Clarence Clemons y el organista Danny Federici, ambos fallecidos y que en este trabajo están perfectamente suplidos por Jake Clemons y Charlie Giordano respectivamente. Espectros de una E Street Band también recuperando toda su gloria. Una banda queriendo darle sentido a la última ronda. Un conjunto que revive en tres estupendas composiciones rescatadas de los primeros setenta por Springsteen: Janey Needs a Shooter, If I Was the Priest y Song for Orphans. “Las rescaté porque quería cantar con voz adulta las ideas de la juventud. Algo un poco loco”, confesó Bruce en Rolling Stone. Tres joyas remozadas para la ocasión y cobrando todo el significado con su verborrea dylaniana, con el brío estratosférico de la E Street Band, de su saber hacer las cosas, de entender el rock and roll como un principio y como un final. Su horizonte encajaría en ese memorable segundo disco de Tracks. O en otro The River posible. Pero están aquí, en Letter to You, una obra que, ya no es que sea su mejor álbum en el siglo XXI o desde The Rising o esos 37 años que decía Little Steven, es que es comparable a todo su glorioso pasado, ese al que siempre se acude para reprocharle lo lejos que había quedado de todo lo que nos dio, nos enseñó y nos iluminó. Aquel cruzado del rock and roll tiene aquí una redención asombrosa. Letter to You es todo lo que se le puede pedir a estas alturas a alguien que definió como el que más nuestras coordenadas.
Una carta para ti. Para nosotros. Hay algo absolutamente demoledor cuando a Bruce se le ha visto en los vídeos del confinamiento con más cara de anciano y en puertas de la vejez y este disco suena joven. Cuando desde casi todos los ángulos del álbum se proyecta un desconcertante sentido de finalidad y casi suena a despedida con I’ll See You In My Dreams, un cierre que, después del acompañamiento tierno, fiel e infalible de la E Street Band, se apaga con la voz en primer plano de Bruce cantando: “Te veré en mis sueños”. Los sueños que traen recuerdos del mejor rock and roll.
Afirmaba Bruce en Rolling Stone que una parte hermosa de la vida es la que nos dejan los muertos. Hay otra mejor, aunque, a veces, ya no atinemos a confiar en ella: el último aliento de los vivos. Nos permite marcharnos en paz hasta el fin de los días, y más allá. Letter to You lo demuestra.
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