Bruselas se muestra “altamente preocupada” por la violación de Irán del acuerdo nuclear


Donald Trump muestra el decreto firmado con el que EEUU abandona el pacto con Irán, este martes. FOTO: AP / VÍDEO: ATLAS

Donald Trump ha vuelto a dar la espalda al mundo. En el paso más controvertido de su mandato, el presidente de EE UU rompió este martes el acuerdo nuclear con Irán y restableció “al máximo nivel” y de forma inmediata las sanciones contra el régimen. De poco sirvió la presión combinada de Francia, Alemania y Reino Unido. Tampoco le frenó el riesgo de que Oriente Próximo caiga por la pendiente nuclear. Abanderado del aislacionismo, Trump decidió fracturar a Occidente y abrir una era de inestabilidad en la región más explosiva del planeta. “Mi mensaje es claro: EE UU no lanza amenazas vacías”, afirmó.

Trump vuelve a su origen. El punto de partida que nunca ha abandonado. Alimentar el voto radical y destruir el legado de Obama. Ese es el algoritmo que define sus movimientos. No es azar ni imprevisibilidad. Se trata de cumplir la doctrina del “América Primero”, mucho antes que mantener la sintonía internacional. Ocurrió con la salida del Pacto contra el Cambio Climático, el Acuerdo Transpacífico, el deshielo con Cuba, el veto a los musulmanes, los dreamers… Y ahora ha sucedido con Irán.

“El acuerdo descansaba en una gigantesca ficción: que un régimen asesino deseaba solo un programa nuclear pacífico. Si no hacíamos nada, el mayor patrocinador mundial del terrorismo iba a obtener en poco tiempo la más peligrosa de las armas”, se justificó Trump.

La sacudida es planetaria. El acuerdo, alcanzado el 14 de julio de 2015 en Viena, se forjó tras dos años de negociación. Su objetivo inmediato era desactivar durante al menos un decenio el acceso iraní a la bomba atómica, a cambio de levantar las sanciones económicas que asfixiaban al régimen. Pero en el largo plazo suponía un paso mucho más importante. Demostraba que dos enemigos acérrimos, después de 35 años a dentelladas, podían darse la mano y rebajar la tensión nuclear. El texto venía avalado además por otras cinco potencias (China, Rusia, Francia, Reino Unido y Alemania) que actuaban como un estabilizador ante las presiones continuas de Israel y Arabia Saudí, cuya desconfianza hacia Teherán nunca ha desaparecido.

Todo ello queda ahora en precario. El acuerdo no tiene mecanismo de salida y, al reactivar las sanciones, EE UU rompe unilateralmente lo suscrito. El resultado es difícil de calcular. Irán puede abandonar el pacto alegando su incumplimiento por Washington y reiniciar el programa nuclear. También cabe que intente salvarse del naufragio acercándose a los otros firmantes. Pero sobre ellos se cierne la amenaza de las penalizaciones. Un paquete que cuando fue aprobado en 2012 por el Congreso, aparte de castigar al banco central iraní, dificultaba extraordinariamente las operaciones financieras en EE UU a quien mantuviera transacciones con Teherán. Algo que han hecho en los últimos años países tan amigos de Washington como Francia.

El daño es amplio, y los perdedores, muchos. Posiblemente el único ganador sea, de momento, Israel. El primer ministro Benjamín Netanyahu siempre ha visto la pretendida paz nuclear como una ficción. No le ha servido que Irán cumpla escrupulosamente con los términos del acuerdo. Ni que se haya bloqueado el enriquecimiento de uranio y plutonio, cerrado instalaciones y sacado del territorio iraní la mayor parte del combustible. Para Netanyahu, el texto no pone punto final al programa atómico, sino que lo posterga en busca de una recuperación económica que permita reemprenderlo con más fuerza.

Trump, ya como candidato, hizo suyo este argumento. En campaña definió el pacto como “el peor del mundo” y siempre que tuvo ocasión lo zarandeó en público. Bajo este impulso, en octubre pasado decidió no validarlo en su revisión cuatrimestral y dejó que fuese el Congreso quien determinase su futuro. Fue un primer golpe, aunque no definitivo. Las Cámaras se lo devolvieron intacto, y en enero nuevamente puso el reloj en marcha a la espera de renegociar el texto. Ese plazo es el que se agotaba esta semana.

Embestida

En este intervalo, Trump y sus halcones han intentado reabrir el acuerdo y atar de pies y manos a Irán. Para ello, como repitió ayer el presidente, han exigido que incorporase tres modificaciones: acabar con la cláusula que permite reiniciar el programa nuclear, incluir límites al programa balístico y restringir la injerencia “terrorista y desestabilizadora” de Teherán en la región, especialmente en Siria y Yemen.

Esta renegociación fue rechazada por el resto de firmantes y propició movimientos de alta diplomacia por parte de Francia Alemania y Reino Unido. Quien más avanzó en esta línea fue el presidente francés, Emmanuel Macron. Durante su reciente visita de Estado, ofreció mantener con vida el acuerdo mientras se negociaba otro sobre misiles y estabilidad zonal. La propuesta no convenció a Trump.

Ante el propio Macron, el presidente estadounidense calificó lo acordado en Viena de “ridículo, demencial y ruinoso”. Su embestida, en plena luna de miel con el jefe de Estado francés, dejó patente el giro que ha dado la Casa Blanca desde que el ala moderada fue sustituida por un grupo de halcones capitaneados por el secretario de Estado, Mike Pompeo, quien ha dado por buenas las acusaciones de Israel de que Irán ha reemprendido en secreto su programa nuclear.

Esta radicalización ideológica tiene efectos amplios y sitúa la ruptura en un ciclo político que va más allá de Oriente Próximo y alcanza a la negociación con Corea del Norte. Para los radicales, el varapalo a Teherán le permite a Trump mostrar su fortaleza ante Kim Jong-un y exigirle un acuerdo de máximos. El propio presidente lo hizo ver en su discurso: “EE UU no lanza amenazas vacías. Cuando prometo algo, lo mantengo. Y ahora mismo, Pompeo se dirige a Corea del Norte. Esperemos alcanzar un pacto”.

Esta supuesta bondad de la línea dura no es compartida por los demócratas. Para ellos, la salida pulveriza la credibilidad de EE UU. “Después de esto, ¿quién puede confiar en los acuerdos internacionales que Estados Unidos negocia?”, se preguntó Ben Rhodes, uno de los cerebros del texto de 2015.

No es una opinión minoritaria. Muchos expertos consideran que la Casa Blanca demostró hoy que para Washington cualquier pacto, antes que a su propio cumplimiento, ha de someterse a los imperativos del presidente. Las consecuencias son inmediatas. Rotos los puentes, EE UU se aísla y el planeta se vuelve más inseguro. Ese es, de momento, el legado de Trump.


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