El presidente Nayib Bukele, el 15 de septiembre en San Salvador.JOSE CABEZAS (REUTERS)
Solo unas horas después de que Nayib Bukele anunciara ante el país que se presentará a la reelección, haciendo saltar por los aires el modelo político de El Salvador, el presidente que ha hecho de las redes sociales su principal tribuna política, publicaba un tuit antes de irse de fin de semana. Era una foto besando entusiastamente a su esposa en la Casa Presidencial junto a la bandera nacional. En medio de la gravedad de la situación, la foto obtuvo más likes que el propio discurso presidencial, optimizando como nadie ese híbrido entre lo público y lo privado que tan bien le funciona para zanjar los debates en casa, pero que gusta tan poco en el exterior. Criticado por Estados Unidos, distanciado de Europa y mirado con extrañeza desde América Latina, quizá por ello, cuando el jueves anunció su intención de seguir en el poder hasta 2029, dedicó sus principales ataques a la comunidad internacional. “No obedecemos los dictados internacionales”, dijo. “Ya nos dieron 200 años de recetas y todas fracasaron. Ahora que empezamos a estar bien, hay algunos de la comunidad internacional que condenan las acciones por las que estamos bien (…) no estarán de acuerdo, pero no son ellos los que decidirán, sino el pueblo salvadoreño”, añadió durante un mensaje cargado de críticas al exterior.
Hasta ahora, durante los tres años que lleva en el poder, Bukele ha caminado entre el aplauso nacional y el reproche internacional. De la incertidumbre inicial ante la llegada al poder de un outsider con un ambiguo programa electoral que no necesita patear calles, besar bebés, acudir a debates, ni dar una sola entrevista en profundidad para sostener un 85% de aprobación, la más alta del continente, muchos países como Estados Unidos han pasado a la crítica abierta al publicista de 41 años.
En los últimos meses, la Administración de Joe Biden ha sancionado al círculo de Bukele y ha retirado los visados y congelado los bienes de una decena de funcionarios y exfuncionarios de su Gobierno por corrupción o conductas antidemocráticas. El año pasado, USAID dejó de financiar a la Policía, la Fiscalía General, la Corte Suprema o al Instituto de Acceso a la Información Pública tras la destitución ilegal de los jueces de la Sala de lo Constitucional que ahora avalan su reelección. El destino de esos fondos se dirige ahora a la sociedad civil y al refuerzo del periodismo independiente, lo que alimenta las críticas de Bukele contra EE UU o George Soros, a quienes acusa de financiar las protestas callejeras de hace un año. Durante la celebración del Día de la Independencia de 2021, Bukele atacó con dureza a la encargada de negocios de EE UU, Geal Manes, que lo había comparado con Hugo Chávez, mientras ella aguantaba de pie el rapapolvo. “A los países que no les guste lo que sucede en El Salvador, que se aguanten”, le dijo frente a todos.
Más allá de la Administración Biden, el cuerpo diplomático acreditado ni siquiera se fía de Bukele. Fue muy sonada su reunión en mayo de 2021 con gran parte de los embajadores, que criticaron su deriva autoritaria. La sorpresa llegó cuando descubrieron que el mandatario había grabado la reunión para difundirla en una cadena nacional. Cuando el embajador chileno protestó, uno de sus diputados, Walter Araujo, escribió en redes sociales: “Un presidente no tiene que pedirle permiso a un embajador”, le dijo. “Si usted está acostumbrado a la oscuridad, allá usted. ¿Con qué derecho exige? No joda, güevón”.
El bitcoin agrava la situación del país
A la desconfianza internacional se suma el repudio de los organismos económicos desde la entrada en vigor del bitcoin como moneda de curso legal en uno de los países más pobres del continente, altamente dependiente de los créditos internacionales para sobrevivir. Cuando la criptomoneda entró en vigor el 7 de septiembre de 2021, el valor era de unos 45.000 dólares (44.930 euros), pero ahora cotiza en torno a los 20.000 dólares, lo que ha afectado negativamente a la calificación crediticia de El Salvador y a sus relaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que exige una y otra vez revertir la situación debido a los “grandes riesgos” que supone para el país.
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La relación de Bukele con las ONG no ha sido mucho mejor y, según Tamara Taraciuk, presidenta de Human Rights Watch, “el futuro de la democracia salvadoreña está más en riesgo que nunca ante esta decisión (la reelección), que profundiza la deriva autoritaria”. Con su anuncio del pasado jueves, Bukele ha vuelto a conseguir el beso de su esposa y el de los salvadoreños, pero el de la comunidad internacional tendrá que esperar.
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