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C. Tangana, ‘El madrileño’: un sindiós lleno de pelotazos

C. Tangana, en una imagen de esta semana publicada en su Instagram. Va acompañada de un texto del cantante: “¿Esto es el destino o es Dios escribiendo?”.

Déjenme contarles antes de entrar en materia musical algo que seguramente se le escape al lector, por ocurrir en los departamentos estratégicos: el eficaz plan de lanzamiento de El madrileño, último disco de C. Tangana, que no concibe la improvisación. Todo lleva planificado meses y compone un relato, el de la búsqueda de la gloria, que seguramente tendrá el final deseado. Se van dando pasos cuidadosamente estudiados: goteo de canciones, vídeos molones, portadas en revistas de tendencias, apariciones en programas de televisión para entrevistas complacientes, elección de colaboradores, firmas de discos en centros comerciales, un cocido en un restaurante caro solo para invitados influyentes…

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Todo recuerda a los años noventa, cuando las compañías de discos contaban con amplios presupuestos y no reparaban en el coste de los caprichos. Sumemos a esto, claro, lo que no existía entonces, la potencia de unas redes sociales bien utilizadas. Y aquí están C. Tangana y El madrileño, o cómo un rapero se ha convertido en la estrella del pop español del momento.

Es como comer con las manos grasientas gallinejas vestido de Gucci, y pasearse luego orgulloso con un lamparón en la solapa

Estamos ante un disco de celebración, lleno de música que aporta placer y reivindica la canción popular española (y latina) no desde el pastiche, sino desde alguien excitado y fascinado por los descubrimientos que realiza y que pretende alterarla desde la posmodernidad. Es como comer con las manos grasientas gallinejas vestido de Gucci, y pasearse luego orgulloso con un lamparón en la solapa.

También es un álbum en el que a C. Tangana (Antón Álvarez, Madrid, 30 años) se le ha ido la mano con los colaboradores. Hasta 15, en una declaración de principios musicales que no parece impostada. Algunos de los participantes son tan referenciales que se invierten los papeles: la rockera canción Hong Kong parece una canción de Andrés Calamaro con C. Tangana de colaborador; lo mismo ocurre con la sensacional Nominao, dominada por Jorge Drexler; o Los tontos, esta vez con la imponente presencia de un Kiko Veneno en registro festivo. Son temas donde el rapero, quizá obnubilado por la talla del socio, deja el camino libre. ¿Importa esta pleitesía? No si las canciones son tan inapelables.

Nos encontramos un trabajo que renuncia a la cohesión, a ser escuchado del tirón. Va con los tiempos: El madrileño se disfruta picoteado, porque cualquier canción que suene es un pelotazo, unas piezas que en su mayoría no superan los tres minutos, no vaya a ser que nuestro nivel de atención claudique y busque otros estímulos. El hilo que conecta las 14 piezas se sostiene en esa forma indolente de cantar de C. Tangana, como si hiciera pucheros (sí, como los niños), voces que se deslizan sigilosamente, muchas veces acertadamente tratadas con autotune. Cuando se anima a cantar ortodoxamente recuerda (y ahora es cuando hay que enarcar la ceja) a Dani Martín. Escuchen Un veneno (con José Feliciano) y lo comprobarán.

Dentro de su caos, El madrileño viene a recordar que la búsqueda de la modernidad pasa por atraer hacia ella a las raíces. C. Tangana lo desarrolla con solvencia y, muchas veces, brillantez, ya sea hurgando en la españolidad o en la latinidad. El artista se arrima con respeto, pero sin renunciar a la manipulación siempre en beneficio de la canción, a la rumba, el guaguancó (un tipo de rumba cubana), la bossa nova, el bolero… Se adjudica préstamos de aquí y de allá. Las letras comulgan con este sindiós general: algunas son bonitas historias románticas, otras canallitas, o despechadas, o sexuales, o reflexiones sobre la fama… Poca acción social o política, que sí surge en Los tontos, con Kiko Veneno: “No te escucho, hablas mucho, a ver si te callas./ Cuando quieras baja a ver./ Ya verás la que te espera”. Buena parte del mérito del disco recae en el barcelonés Alizzz (Cristian Quirante de nombre real), productor, compositor, instrumentista… El hombre que lo hace todo y templa con sentido la pasión desbordada de C. Tangana.

Muriendo de envidia, con la cátedra del sonero cubano Eliades Ochoa como socio, se alza como de lo mejor del álbum. Son tres canciones en una, y eso que solo dura tres minutos. Comienza como una rumba, continua con trap electrónico y acaba salsera. Maravilloso. Y qué decir de esa parte de la letra, extraída de la canción Lola, que dedicó El Pescaílla a su mujer, Lola Flores: “Se están muriendo de envidia, las flores, las estrellas y la Marbella, porque dios te hizo Lola, más bonita que a todas ellas”. C. Tangana quita el polvo a la canción española en más temas, como Cuando olvidaré, donde extracta una entrevista a Pepe Blanco, un riojano que se movió en los cuarenta y cincuenta a la sombra de Juanito Valderrama o Antonio Molina. ¿Hemos dicho que el disco incluye Tú me dejaste de querer?

Está por ver si es el nacimiento de un nuevo pop español o algo que olvidaremos en unos años. ¿Pero a quién le importa? Es pop placentero. Disfrutémoslo hoy y ya veremos mañana…




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