Hace más de treinta años muchos creíamos que los mexicanos estaban abandonando el nacionalismo y los cánones de la identidad mexicana. Pensamos que se estaba enterrando al típico mexicano cuyo cadáver había sido diseccionado por muchos escritores. Acaso, como en un cuento de Edgar Allan Poe, se estaba enterrando a un cuerpo corrupto, pero todavía activo. Tal vez lo dimos por muerto antes de tiempo y la cripta donde fue depositada la identidad nacional se convirtió en un cofre protector que le prolongó la existencia. Me pregunto hoy si hace tres decenios no dejamos flotando en el aire la mala conciencia de que algo se había escapado de aquella cripta acaso mal cerrada. El extraordinario recorrido que hace Paola Vázquez Almanza por medio siglo de ideas, actitudes y emociones en torno del tema de la identidad nacional mexicana desemboca en una brillante sugerencia. A partir de una afirmación de Alfonso Reyes, ella nos dice que tiene la sensación de que quedó un cadáver en la bodega. Sí, es verdad, las reflexiones sobre la identidad nacional parecen estar condenadas a dejar un esqueleto escondido en el armario. Por suerte ha llegado una talentosa ensayista como ella para hacer la inquietante historia de la larga agonía de aquello que dejamos de ser pero que todavía nos agobia.
El libro ubica en 1968 la decadencia de la identidad nacional y toma como primer indicio la publicación en 1970 del libro Posdata de Octavio Paz, donde el escritor declara enfáticamente que “el mexicano no es una esencia sino una historia”, lo que desató la furia del filósofo Emilio Uranga quien, en defensa del presidente Díaz Ordaz, le lanzó una retahíla de insultos al poeta. La querella de quienes definieron en los años cincuenta el alma del mexicano anuncia el declive de la identidad nacional, un decaimiento que no logra frenar Carlos Fuentes con su libro de 1971, Tiempo mexicano. Tampoco los aspavientos populistas de los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo detuvieron la erosión del nacionalismo.
Paola Vázquez examina cada una de las cinco últimas décadas en que se desenvuelve la cultura mexicana, siempre ubicándola en el contexto mundial. Si los años setenta albergaron una crisis de la legitimidad cultural, en los años ochenta se abrió una época de mutaciones que fracturaron a la identidad mexicana y abrieron un proceso de resignificación. Los signos culturales cambiaron acelerada y desordenadamente en una alocada danza. Paola Vázquez capta con habilidad este alboroto de ideas y sucesos mediante su peculiar estilo de engarzar –como una secuencia de fotografías– breves retratos o viñetas de acontecimientos, personajes, películas, canciones, libros, competencias deportivas y ocurrencias de los políticos, todo lo cual cristaliza en un álbum que reúne los momentos de la historia como una sucesión de recuerdos.
En los años noventa el gobierno dejó de ser el principal emisor de discursos identitarios. Hubo una especie de explosión de narrativas sobre las identidades y se exaltó la diferencia más que la igualdad. El levantamiento neozapatista en Chiapas impulsó la imaginación indigenista. Se escenificó, como dice Paola Vázquez, “un regreso al Aztlán identitario portando unos relucientes tenis Nike y un reproductor de CD a la cintura que reproduce a todo volumen ‘Las flores’ de Café Tacvba”. Fueron tiempos de cansancio de las ideas políticas, de los valores y de los sistemas del pasado, concluye Paola Vázquez. Fueron los tiempos en que se discutía si México sufría una “dictadura perfecta”, como señaló Mario Vargas Llosa. Fue la época de la caída del muro de Berlín y de la aprobación del Tratado de Libre Comercio. Ocurrieron los todavía inexplicados asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruíz Massieu.
La primera década el siglo XXI estuvo teñida por una obsesión: la transición democrática. Tal vez la crisis de las identidades impulsó la llegada, tan tardía, de la democracia en México. Por ello se creyó que la identidad nacional quedaba atrás y que la democracia había sepultado al nacionalismo y al PRI. No fue así, como se vio en la siguiente década. El nuevo siglo apareció dominado por la globalización, el neoliberalismo y la urbanización desenfrenada. Pero las elecciones presidenciales de 2006 mostraron señales de que la democracia todavía no estaba bien consolidada y que el país tuvo que contemplar el espectáculo de dos presidentes, uno real y efectivo y otro imaginario y supuestamente legítimo. Aquel presidente imaginario, López Obrador, exaltó los valores nacionales e invocó los viejos mitos de la identidad mexicana. Fueron señales de que había un esqueleto en el armario.
El inicio de la segunda década del siglo XXI fue marcada por las celebraciones del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución. Y no por azar se publicó en torno a ese momento una verdadera ráfaga de ensayos sobre la identidad nacional escritos por historiadores, antropólogos, sociólogos y novelistas que decidieron regresar a los viejos temas. Paola Vázquez los examina con ánimo crítico para concluir que, posiblemente, los mexicanos ya no necesitan de intérpretes para explicar su condición múltiple y fragmentada. Pero hubo un regreso al poder del PRI y un nuevo auge de personajes del narcotráfico, como el Chapo Guzmán y el Mayo Zambada.
Ocurrió un curioso proceso. Se atribuyeron defectos del sistema al carácter del mexicano, de tal manera que la corrupción, por ejemplo, aparecía como un rasgo cultural propio de la identidad nacional. Es el perfil del mexicano lo que contamina las estructuras políticas. Una consecuencia maligna de este proceso fue la expansión del desencanto por la democracia. La matanza en Iguala de los estudiantes de Ayotzinapa acabó por erosionar las esperanzas de que la transición democrática abriría unas puertas que nos llevarían a un nuevo y mejor mundo.
Hacia el final del libro Paola Vázquez se pregunta: por qué seguir hablando de identidad nacional si ya el opresivo nacionalismo revolucionario ha dejado casi completamente de ser uno de sus ingredientes. Una razón importante la encuentra en el contexto mundial que vivimos, donde pululan xenofobia, radicalismos nefastos y nacionalismos nocivos. La globalización conecta a todos los países y México no es inmune al juego de símbolos identitarios, como lo muestra su instrumentalización en el gobierno, ahora sí real, de López Obrador. Yo no estoy tan seguro de que el nacionalismo revolucionario se encuentre tan alejado del escenario político como muchos quisiéramos. Pero Paola Vázquez, además, cree que la identidad nacional es indispensable para la cohesión social y que es necesario reconocer “la necesidad social de la existencia de un concepto de identidad nacional”. En todo caso, está convencida de que los “mitos identitarios seguirán ahí y el problema no es si deben rechazarse o no”. Lo importante es observarlos, analizarlos y monitorearlos para determinar cómo organizan al mundo y representan a la realidad. Le interesa que se puedan nutrir nuevas representaciones de la identidad nacional sin recurrir a viejas fórmulas. Un camino para descubrir y analizar las nuevas expresiones de la identidad, cree ella, pasa por la literatura. Prefiere buscar en las novelas, más que en los estudios sobre el carácter del mexicano, las claves para entender al país. Está convencida de que no hay que resucitar las representaciones de la identidad: mejor es enterrarlas o incinerarlas. Pero enseguida se da cuenta de que han quedado esqueletos en la bodega.
¿Qué son esos cadáveres que han quedado en la bodega? Esos esqueletos pueden ser, como nos lo sugiere el título del libro, lo que ha quedado de aquellos que dejamos de ser, y que están escondidos en el armario de las cosas ocultas y vergonzosas. O bien podemos volver al comienzo del libro, donde Paola Vázquez explica que, para escribirlo, fue motivada por la famosa pregunta con que se inicia la novela Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa. Ella reformula la pregunta: ¿cuándo se jodió México? Acaso habría que adaptarla a los mitos del carácter del mexicano y decir: ¿cuándo se chingó México? Tal vez ese momento fatídico es el cadáver encerrado en la bodega, es el secreto vergonzoso que se oculta.
El libro de Paola Vázquez es una espléndida búsqueda de los resortes que permiten entender a México. La riqueza del libro nos ayuda a vislumbrar muchas facetas de la vida intelectual mexicana. Especialmente atractiva y notable es la audacia de la autora al examinar críticamente ideas y opiniones cuyos autores están entre nosotros y acaso leerán este libro.
Cuando Paola Vázquez vio el proyecto de diseño de la portada de su libro me comentó que no le acababa de gustar y que no reflejaba el contenido del libro. La portada muestra a una joven Sor Juana de largas piernas, atractiva, apenas vestida, con zapatos de talón muy alto y montada a caballo en una enorme llave de tuercas. Ciertamente la portada no describe el contenido del libro sino a su autora, una mujer inteligente y creativa que usa una herramienta poderosa para desarmar su entorno y que no tiene miedo de despojarse de sus vestiduras académicas para buscar en las letras y las artes las claves que necesita, las tuercas a las que tendrá que dar vuelta una y otra vez.
Aquellos que dejamos de ser. Paola Vázquez Almanza. Siglo XXI Editores. 429 páginas.
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Autor: Paola Vázquez Almanza.
Editorial: Siglo XXI, 2019.
Formato: tapa blanda (429 páginas).
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