Camisetas contra el racismo y la discriminación en la Euroliga

Andrés Iniesta se lesionó en el primer partido que jugó España en el Mundial de 2010. En el último, en la final contra Holanda, marcó el gol que le dio el título a un país que nunca antes había tocado el cielo de esa forma. Un gol que celebró en Johanesburgo quitándose la camiseta azul y recordando al mundo que fue amigo de Dani Jarque, jugador del Espanyol fallecido por un problema cardíaco un año antes.

Más allá del sentido patrio, el gol culminó una idea de juego contrarrevolucionario, basada en jugadores llenos de talento y de gran habilidad técnica. Resultó simbólico que un jugador depulido en La Masia, donde la influencia del fútbol formativo holandés es evidente, marcara contra Holanda. Unidos por esa manera de entender el juego, el gol lo celebraron millones de aficionados en el mundo entero como si fuera suyo. El gol de Iniesta dejó de ser únicamente del pequeño centrocampista y se convirtió en bandera mientras Andresito lo gritaba al cielo de Sudáfrica.

¿Quién no recuerda dónde estaba la noche del gol de Iniesta? Hay tantos goles como gente que lo gritó, pero solo hay un gol de Iniesta. “Hay un gol que es solo mío, que no es el que se ve por la tele”, admite Iniesta. Un gol que solo puede contar él. La jugada es larga y la empieza Navas con una carrera por la banda. Iniesta se ofrece al pase, pero le llega la pelota a la altura de mediocampo porque un rival holandés se la quita al sevillano. “Veo que viene corriendo Cesc y se la doy de tacón”. El 6 no volverá a tocar la pelota hasta el remate a gol. Conduce Cesc, Robben se la quita y aparece otra vez Navas para tocar a Torres. Mientras, Iniesta corría en vertical, aprovechando la espalda de los adversarios. Cuando Torres le busca por vez primera ya está en el área. “Justo cuando le llega el balón a Cesc me veo solo y sé que me va a dar el pase. Lo sabía”, recuerda. Cesc ya le había visto y el pase le cae perfecto dentro del área. La privilegiada cabeza del chico pálido de Fuentealbilla ha procesado el resto, el desenlace, sabe cómo acabar la película: “Control y remate”. No pensó en otra cosa. “La ley de la gravedad hizo el resto”, bromea. Dejó que botara el balón y empaló: “Pensaba en cómo pegarle a la pelota y dónde quería ponerla. Desde que la controlo sé que es gol, que voy a marcar. Sé que el defensa no llega, que el portero no llega… Solo he de esperar a que caiga, a que se cumpla la ley de Newton. Sabía que bajaba, que le pegaba, que era gol… Desde el principio sé dónde quiero ponerla y le pego con el empeine, cruzada, muy fuerte. Sabía que era gol”, dice. Fue gol. De hecho, Iniesta supo que iban a ganar ese partido desde que comenzó el segundo tiempo. “Lo tenía clarísimo”, admite.

Sabe que el gol ya no es suyo, que es un poco de todos. “Lo metí yo, pero es el premio a todo el fútbol español”, reconoce ahora, dos años después. Es el gol del pueblo, pero la sensación en el campo es irrepetible: “La perspectiva es muy diferente. Hay un gol en esa final que es personal, muy mío… El de la tele se parece, pero yo solo he metido una vez ese gol. No sé cómo explicarlo… Es distinto verlo que marcarlo”. Admite que hizo una cosa “que no hace mucha gente”: “Meter un gol en la final de un Mundial no es muy habitual. Pero eso solo le puede pasar a un futbolista y yo soy futbolista. Así que no es tan raro en el fondo. Hombre, lo que me molesta es que no meto muchos goles y ahora todos los que meta no serán valorados como lo fue ese. ¡Con lo que me cuesta meter un gol…!”, bromea.

Camino de una Eurocopa en la que La Roja defenderá el título conseguido contra Alemania en Viena, Iniesta, que también estaba en aquel partido, admite que una cosa trajo a otra y recuerda que éxitos como un Mundial no llegan por casualidad. “Hay un largo camino detrás”.

Un camino y cuatro goles para la historia que comenzaron en la final de la Eurocopa de 1964 con el tanto de Marcelino contra Rusia. Iniesta, que supo de ese gol por su padre, lo ha visto muchas veces en televisión y ha hablado de él con Fusté y Pereda, a los que conoce desde que llegó a La Masia, futbolistas del Barcelona que disputaron aquel partido. “Chus siempre me recordaba que él marcó el primero y que en el segundo no sale su centro”. Iniesta lo recuerda como “un gol de la España en blanco y negro”. Más presente tiene el de Kiko en la final de los Juegos de Barcelona 92, que le dio a la selección nacional su primer –y único– oro olímpico. Un gol que gritó ante el televisor. “Recuerdo que el partido se acababa, que fue en un saque de esquina, después de varios rechaces… hasta que apareció Kiko”. Iniesta tenía ocho años. En el 2008, con los 24 cumplidos, vivió sobre el césped del estadio Ernst Happel el tanto que le dio a España el título que defenderá en Ucrania y Polonia. “Supe enseguida que Xavi había visto el desmarque y le puso el balón perfecto a Torres. El campo estaba muy mojado y eso ayudó. Pensé que Lahm ganaba la acción, pero Fernando le pasó por encima por su potencia”. El remate parecía que se iba fuera, pero entró, fue gol. Y de ahí al Mundial.

Hasta 13.933.000 personas, sumando los espectadores de Telecinco, Canal Plus y Canal Plus Liga, siguieron la final de Sudáfrica 2010 en España por televisión. El pico de audiencia más alto del partido se produjo a las 22.56, con 16.815.000 espectadores y 91% de cuota de pantalla (suma de las tres cadenas), un minuto antes del gol de España. A las 22.57, momento en que Iniesta marcó el gol de la victoria para España, la audiencia registrada fue de 16.675.000 y 90,3% de cuota. En ese momento, el mundo descubrió a Dani Jarque. “Era mi amigo. Había crecido con él y se murió. Con Jarque compartí muchas cosas. Crecimos juntos, teníamos muy buena relación, hablamos muchas horas de muchas cosas y vivía en Sant Boi y me llevaba en coche al Camp Nou cuando yo no tenía carnet. La mejor manera de unir a la gente es el deporte”.

Puedes seguir Deportes de EL PAÍS en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.




Source link