El actor Daniel Guzmán sorprendió, consiguió sonrisas y risas de los receptores, y también nos enterneció con A cambio de nada, la primera y muy fresca película que dirigió. Una ópera prima, como también lo fueron las emocionantes y veraces Solas, de Benito Zambrano, y El Bola, de Achero Mañas, que presagiaban un futuro esplendoroso para sus autores. Pero su continuidad no ha estado a la altura del conmovedor arranque. Cuenta Guzmán en la extenuante promoción de su nueva película (”No podía dejarla sola ahora, después de las enormes dificultades que he tenido para que viera la luz”, afirma con tono legítimo su creador), titulada Canallas, que los personajes son reales, que forman parte memorable, entrañable, tragicómica y golfa del mundo en el que se crio, que sus modelos han sido las bienaventuradas comedias del cine italiano en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo. Monicelli, Comencini, Risi, Germi, Sordi, Gassman, Mastroianni, Tognazzi, Manfredi… chorreaban gracia y talento, gustaban a todo el mundo, su estilo envejece inmejorablemente. También le ha inspirado Berlanga. Cómo no.
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Y sospecho que en una época marcada por la devastación a todos los niveles, los que buscan refugio y placer en las abandonadas salas de cine agradecerán en extremo encontrarse con comedias de cualquier tipo que les provoquen la carcajada, ya que no existe nada tan sanador y liberador como la risa, algo que además tiene capacidad de contagio si la sala está muy poblada. Canallas comienza con tres chavales de barrio lumpen que queman el coche del padre de uno de ellos para cobrar el seguro. Los reencontramos treinta años después, intentando dar palos para sobrevivir, tirándose el rollo con resultados catastróficos, cercanos al esperpento y a la caricatura, viviendo situaciones con aroma surrealista, rápidos y castizos de lengua, rodeado el protagonista por una familia aún más patética que pintoresca, alardeando indesmayablemente de triunfadores —sobre todo, el excesivo protagonista; sus colegas son más pragmáticos— cuando su ruina es permanente y total. Se comunican con lenguaje cheli, de macarreo suburbial, de ataque y contraataque, y su comportamiento roza la caricatura.
Y estoy deseando pasármelo bien, seguir con jolgorio interior y gesto complacido en la mirada y en la boca las aventuras de gente tan excéntrica. Pero no lo consigo. Mi estado de ánimo no se altera con lo que veo y escucho. No me siento agredido, aunque tampoco hay nada que me apasione. Sí me hace gracia la entre dadaísta y tierna relación entre un anciano motero y enamorado y la castiza y sublevada madre que da cobijo casero y alimento a dos hijos tarados y cincuentones y a una nieta que representa al único personaje que intenta ser normal en ese universo enloquecido. Y percibes que los diálogos están muy trabajados, que Daniel Guzmán sabe de lo que habla, aunque parezca esperpéntico, del cariño y la compasión que le inspira esa delirante fauna de perdedores. Sin embargo, en mi caso no logra hacerme cómplice y que disfrute de ellos, algo que sí conseguía en A cambio de nada. Desearía que su criatura, parida con tanto esfuerzo e ilusión, le resultara gozosa al público, que consiguiera divertirle. A lo peor es que mi sentido del humor está oxidado. La comedia es uno de mis géneros favoritos. Aunque tengo que pedirle esfuerzos sobrehumanos a la memoria para recordar cuánto tiempo ha pasado desde que una comedia me hizo sentir en el cielo. O solo reírme con ganas.
Canallas
Dirección: Daniel Guzmán.
Intérpretes: Joaquín González, Daniel Guzmán, Luis Tosar, Esther Álvarez, Luis Zahera.
Género: comedia. España, 2022.
Duración: 110 minutos.
Estreno: 1 de abril.
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