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Carl Schmitt: el genio nazi de la ciencia política


Fue Heinrich Meier quien dijo que en el Glossarium está todo Schmitt. Más ­valdría decir que en el Glossarium están muchos ­Schmitt, la mayoría desconocidos, algunos imprevisibles. En esta obra, Carl Schmitt se presenta como un teórico de la cultura, de la guerra, de los elementos (agua, mar, fuego, tierra, mucho cuerpo), de la técnica, de la sociología del poder, de la fama y hasta de la paternidad (una hija para un padre es “lo completamente otro”); crítico de escritores de primera, segunda y tercera línea; historiador de Alemania, de Europa y de Estados Unidos. En algunas de estas facetas se desenvuelve mejor, pero da a todas una perspectiva inesperada que desarmará hasta al más prevenido. Se revela también como católico dubitativo, un poco new age, a través de un mantra semihegeliano (“todo lo que ocurre es adorable”), feroz censor de la jerarquía católica y de sus intelectuales oficiales, como Maritain o Bernanos, y hasta herético. Admite el suicidio como remedio a la persecución y reconoce cómo en el campo de concentración, desesperado, empezó a gritarle a Dios: “Estafador, estafador”. Se trata de un interesante y a veces esotérico compendio de los principales problemas políticos y culturales de la primera mitad del siglo XX que entretendrá a quien hasta el momento no haya leído ninguna otra obra de Schmitt.

También prolonga la reflexión sobre los temas en los que cimienta su polémico reconocimiento como uno de los grandes pensadores políticos del siglo XX: muchas páginas precisan, siempre con un cierto grado de ambigüedad y de incoherencia, los puntos fundamentales de su teología política, de la política entendida como un conflicto inevitable entre amigos y enemigos. El Glossarium confirma una sospecha: Schmitt es un pensador total. Su teoría político-jurídica no es la conclusión de un proceso lógico de argumentación, sino la condensación y solidificación de un acceso al conocimiento que podemos considerar idiosincrásico y hasta salvaje, completamente alérgico a cualquier especialización. Por ejemplo, ofrece la más valiosa definición de la actitud reaccionaria en el siglo XX mientras reflexiona sobre la técnica, el exilio, la molestia que le producen las lecciones de piano con que su hermana instruye a alumnos torpes: “Gano mi espacio y pierdo mi tiempo”. El lector del Glossarium puede estar tentado de formular la hipótesis de que la dispersión es la condición para que surja el gran pensamiento político.

Tantas veces juzgado por su biografía, este texto exige que lo juzguemos en términos personales, porque no solo se confiesa, sino que intenta justificar su colaboración con el nazismo

Tantas veces juzgado por su biografía, este texto exige que lo juzguemos en términos personales, porque en Glossarium no solo se confiesa, sino que intenta justificar su colaboración con el nazismo. Después de su estadía en campos de concentración (más de un año en los de Berlín y un mes largo en Núremberg), Schmitt regresa a Plettenberg en mayo de 1947. Dos meses después de haber llegado a su pueblo natal, rompe la costumbre de escribir su diario en una rara estenografía aprendida de su padre y comienza a redactarlo en una diminuta pero legible caligrafía: estos cuadernos constituyen el Glossarium. Inmediatamente aparece un Schmitt obsesionado por sus rencores. Alguno quizá razonable, cuando se compara con otros adherentes al nazismo (con Heidegger y Jünger) a quienes esta cercanía les salió mucho más barata. No hay que olvidar que un discípulo pronazi como Theodor Maunz llegó a ser poco tiempo después ministro de Educación en Baviera. Aparece también el delirio cuando se lamenta como víctima o se justifica como victimario, dos actitudes morales que, a pesar de ser contradictorias, conviven armónicamente en el Glossarium: afirma que Platón se envileció mucho más en Siracusa, se compara con Jonás engullido tres veces por la ballena y hasta con el mismo Jesucristo. Esta egopatía le lleva a decir también que los sufrimientos de los alemanes de posguerra son a los ojos atemporales de Dios idénticos a los que han padecido los judíos de Centroeuropa durante la invasión alemana. Por último, confirma su antisemitismo en pocas y contundentes entradas: afirma que el judío asimilado es el enemigo. Parece como si quisiera equivocarse a propósito, como si quisiera dar a los críticos moralistas un argumento irrefutable para descartar su pensamiento. Mi perspectiva es otra y solo me admiro de que alguien tan moralmente obtuso pueda escribir al mismo tiempo algunas de las reflexiones más sofisticadas sobre el Estado, la guerra, la tensión entre dinamismo y estatismo con que define al ser humano.

El contacto de ­Schmitt con la cultura española es profundo. Comienza en 1929, cuando Eugenio d’Ors le invitó a dar una conferencia a Barcelona, para la que preparó La era de las neutralizaciones. El mismo Glossarium confirma el carácter especial de este vínculo. La entrada que abre el libro menciona a Ortega. Su opinión sobre Francisco de Vitoria constituye el primer paso de su convincente crítica al concepto de guerra justa. También aparece un Franco a quien Schmitt aconsejaría que fundara una monarquía. (Se trata de una mentira, incluso si su imaginario consejo sirvió como predicción). La traducción de Fernando González Viñas, publicada por la editorial El Paseo, llena un vacío de 32 años (la traducción se hace de la edición alemana de 2020, que en un 90% es igual a la de 1990). Este retraso confirma también la ambivalencia de la intelectualidad hispánica con Schmitt. Se le cita mucho, pero se le conoce mal. Se trata de una obviedad que no habría sorprendido a un teórico de la fama como ­Schmitt, aunque muy probablemente se habría quejado de ella.

Carl Schmitt 
Traducción de Fernando González Viñas
El Paseo, 2021. 615 páginas. 35 euros

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