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Carta de un corintio a Pablo

El presidente del PP, Pablo Casado, en el acto de clausura de la Convención Nacional del PP, en la Plaza de Toros de Valencia.Mònica Torres

Querido Pablo,

No puedo competir con tus consejeros áulicos. No tengo el ojo liberal de Vargas Llosa, que ve con claridad quién vota bien y mal; la lengua diplomática de Aznar, que corteja con humildad la diplomacia con América Latina; o el corazón cristiano de Ayuso, que abraza con penitencia los errores históricos.

Sólo soy un pecador, una oveja alejada del rebaño popular. Pero por eso estoy interesado en que España tenga un partido liberal-conservador sólido. Y esto es un mensaje para los lectores socialdemócratas que se frotan las manos con la crisis del PP: un repaso a la historia de las democracias nos enseña que, sin un centroderecha fuerte, el centroizquierda acaba colapsando. Si el bando contrario se fragmenta y radicaliza, el tuyo también se parte y enrabieta.

La derecha tradicional sufre para gobernar en todas las democracias, pero el problema del PP es de otra dimensión. Mientras sus correligionarios europeos debaten sobre si deben excluir a la ultraderecha o pactar con ella como última carta tras explorar otras opciones, la lista de potenciales socios del PP sólo incluye a Vox.

No tengo cura para el alma popular. Pero, como para cualquier corazón convulso, el mejor remedio es siempre la calma. El PP se proyecta como alternativa atractiva para los decisivos votantes moderados no cuando sube las pulsaciones de la política, sino cuando las baja. Pablo, no digas o hagas más cosas, sino menos. No te prepares tanto las intervenciones, excesivamente sazonadas de metáforas líricas. Presenta la verdad, tu verdad, desnuda.

La hiperactividad léxica te perjudica. Por ejemplo, en la última sesión de control al Gobierno planteaste dos cuestiones potencialmente relevantes: la extraña llegada a España del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, y la no menos rara revisión del dato de crecimiento económico del INE. Si te hubieras limitado a preguntar a Pedro Sánchez qué sabe de esos asuntos, le habrías puesto en un aprieto: el silencio o la respuesta podrían ser comprometedoras. Pero si, en lugar del tono inquisitorial propio de la oposición, te arrogas el martillo sentenciador que corresponde a la opinión pública, sugiriendo que Sánchez es “la X del caso Gali” o manipula datos, el presidente se siente legitimado para contestar lo que le plazca. Una oposición que juzga no puede fiscalizar al Gobierno.

Con afecto, @VictorLapuente

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