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Caster Semenya, la mujer que no puede defender su corona


Porque ama el atletismo, porque la emocionan los Juegos que le dan un portazo en las narices, Caster Semenya sigue corriendo.

Porque se ama a sí misma, a su cuerpo, a su amor por su esposa, Violet Raseboya, embarazada de su segundo hijo ahora (la primera, Oratile, tiene ya dos años), la atleta sudafricana de 30 años se niega a medicarse, a envenenar su organismo con estrógenos para reducir su testosterona a unos niveles admitidos por los reglamentos del atletismo mundial que le permitan participar en su prueba, en los 800 metros que la han hecho dos veces campeona olímpica, en Londres 2012 y en Río 2016.

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La norma entró en vigor después de que Semenya ganara, en Londres 2017, su tercer título mundial. Recurrió contra una norma que definía una normalidad femenina que la excluía, a ella, y a varias atletas más, todas africanas, todas de gran nivel, ante tribunales civiles y deportivos, sin éxito. En esa feminidad olímpica, exhibida como un triunfo de la igualdad en el desfile inaugural de los Juegos con la aceptación de parejas de diferente género como abanderados conjuntos, no entran porque su testosterona no es la que se espera de la definición biológica de mujer.

Y, sin embargo, varias declaraciones de las Naciones Unidas reflejan el absurdo de fijar el género de una persona en una medida tan precisa y arbitraria como la de producción de cinco nanomoles de testosterona endógena por litro de sangre, y destacan, y lo ven como un indicio de racismo, cómo la norma parece afectar solamente a mujeres africanas. Ningún estudio científico publicado demuestra que un mayor nivel de testosterona suponga una ventaja competitiva que no puedan ofrecer otras características biológicas.

Semenya recurrió también, en febrero pasado, ante el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. A la espera de su sentencia, Semenya intentó clasificarse para los 5.000m. Después de mucho entrenamiento y varios intentos, se quedó a más de 20 segundos de la mínima, 15m 10s, una marca que sí superó la burundesa Francis Niyonsaba, proscrita como Semenya de todas las distancias incluidas entre los 400m y la milla. “Podría haber intentado correr los 200m, que en teoría me irían mejor, soy más velocista que fondista”, explicaba hace unos meses, “pero tengo ya 30 años, ya he perdido velocidad y tengo miedo a las lesiones. De todas formas, no es el fin del mundo”.

A los 200m precisamente se apuntaron por obligación dos jovencísimas atletas namibias, Christine Mboma y Beatrice Masilingi, de 18 años ambas, que en primavera lograron dos de las tres mejores marcas mundiales del año en 400m. Los 48,54s de Mboma, de 18 años, son, además, nuevo récord mundial sub 20. Estarían entre las favoritas de Tokio si no fuera porque hace tres semanas, la propia federación namibia las borró de la lista reconociendo que, siendo ellas totalmente ignorantes del asunto, los controles a los que les habían sometido mostraban que superaban el límite de testosterona endógena.

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Aunque su mejor marca en los 800m (1m 54,25s) no es sino la cuarta mejor de la historia (a un segundo prácticamente del 1m 53,28s, el récord mundial sospechoso de testosterona exógena de la checa Jarmila Kratochvilova desde 1983), durante prácticamente una década Semenya ha sido una atleta invencible en la distancia, lo que la ha convencido de que la norma, oficialmente designada para adaptar la, así denominada, hiperandrogenia de mujeres con desarrollo sexual diferenciado, no es más que una regla antiSemenya. Varias atletas sin problemas de testosterona endógena, como la jamaicana Natoya Goule, la norteamericana Ajee Wilson y la etíope Habitam Alemu, lograron marcas cercanas a las suyas. Irónicamente, con la prohibición de Semenya ha coincidido una avalancha de mejores registros en los 800m, simultánea también a la irrupción de los nuevos clavos con placas de carbono y espumas espesas y ligeras. Nada menos que seis atletas, lideradas por los 1m 56,07s de la prodigiosa adolescente norteamericana Athing Mu, han descendido en 2021 de 1m 57s, una marca antes muy distante del atletismo no dopado.

World Athletics (nuevo nombre de la vieja IAAF, la federación internacional), sin embargo, no parece dispuesta a poner en marcha nuevas normas limitando más estrechamente el grosor de las suelas de las atletas. Mientras, Semenya tiene que ver los Juegos de Tokio desde la distancia.

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