Rescatistas evacúan el 10 de octubre a personas de un poblado de Guatemala afectado por el huracán ‘Julia’.HANDOUT (AFP)
La muerte ha tocado de nuevo a Centroamérica en forma de devastador temporal. Tras un fin de semana catastrófico, los centroamericanos comienzan a hacer el recuento de sus muertos y la destrucción causada por el huracán Julia, que golpeó la región con vientos sostenidos de más de 70 kilómetros por hora y abundantes precipitaciones. Las autoridades han informado de que el ciclón ha dejado al menos 28 fallecidos, la mayoría en Guatemala, pueblos enteros inundados, centenares de casas destruidas y daños importantes en carreteras y otras infraestructuras.
“San Miguel quedó bajo el agua”, titulaba el martes La Prensa Gráfica, de El Salvador, que daba cuenta del desastre causado por Julia en ese municipio oriental de la pequeña nación centroamericana. Las imágenes de la localidad son apocalípticas: casas anegadas hasta el tejado, coches volcados, árboles flotando en un mar de lodo, enfermos traslados en volandas por vecinos solidarios y gente desesperada que cargaba con lo poco que pudo salvar de la borrasca, incluidas las mascotas. El presidente Nayib Bukele se trasladó hasta Comasagua, a 30 kilómetros al suroeste de la capital, donde un deslave dejó cinco soldados muertos. “Es un día trágico para nuestro país”, ha afirmado el mandatario. Julia ha dejado un total de 10 fallecidos en El Salvador, además de importantes daños que han afectado el suministro eléctrico en algunas regiones del país. “Ha sido un diluvio con fuertes vientos que nos mantuvo sin dormir y nos dejó sin electricidad”, declaró Marina Pacheco, vecina del suroriental departamento de Usulután, a la agencia France Presse.
Los deslizamientos de tierra también fueron mortales en Guatemala, donde las autoridades han informado que 8 personas fallecieron tras un derrumbe en Santa Eulalia, una comunidad indígena localizada en el oeste del país. Guatemala registra un total de 14 muertos y casi medio millón de damnificados, pero la furia de Julia también dejó graves daños a la infraestructura del país, que incluyen más de 600 viviendas dañadas, 86 escuelas afectadas, casi 50 carreteras y nueve puentes destruidos. El presidente Alejandro Giammattei ha declarado el ”estado de calamidad”, mientras militares y personal de rescate continuaban con sus labores de evacuación. El mandatario también ha decidido suspender las clases a nivel nacional y su Gobierno ha alertado de daños en los cultivos de maíz y frijoles, alimentos básicos de los guatemaltecos.
Los daños también han sido importantes en Nicaragua, donde el régimen de Daniel Ortega contabiliza 7.500 personas afectadas, 3.000 viviendas inundadas, otras 2.000 con daños y 78 ríos desbordados. A pesar de esa estela destructiva, hasta ahora las autoridades nicaragüenses no lamentan víctimas mortales.
Puede que los centroamericanos estén acostumbrados a la periodicidad del azote de fenómenos como Julia, cada vez más brutales, pero lo que lamentan es la vulnerabilidad de una región que sufre con crudeza la embestida de estos temporales. La presidenta de Honduras, Xiomara Castro, había informado antes del golpe del huracán que su Gobierno había movilizado a los “mejores técnicos” para que junto a alcaldes, ministros y funcionarios locales se prepararan para enfrentar la emergencia que sin duda causaría el ciclón, pero a pesar de ese esfuerzo, Castro dejó claro que la embestida podía ser fatal y puso a su país en manos de la Providencia. “Pido protección de Dios”, dijo Castro. Con todo, en Honduras las autoridades registran solo dos personas fallecidas a causa del fuerte oleaje generado por la furia de Julia, aunque el recuento de las pérdidas aún continúa, mientras amplias zonas del país todavía permanecen inundadas y más de 9.000 personas han sido trasladadas a los albergues.
Con la calma tras la furia del huracán llegará el momento de reparar tejados, levantar de nuevo muros, sacar el lodo de las casas, reconstruir puentes y carreteras y volver decentes los colegios. Los centroamericanos, como un ejército de hormigas obreras, intentarán levantar de nuevo sus pueblos devastados, aunque muchos, resignados, verán también la migración como un último recurso ante la tragedia, la ineficiencia e indolencia de sus autoridades. Ya ocurrió en 2020, cuando los huracanes Eta y Iota descargaron su furia en la región, dejaron más de 200 muertos, decenas de desaparecidos y una grotesca huella de destrucción. Tras el temporal, puede que a muchos centroamericanos que lo perdieron todo solo les quede, como lo hizo la presidenta hondureña Castro, pedir protección a su Dios.
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