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Charlas TED: los riesgos del pensamiento pop


Nadie se salta el guion en una charla TED. Por eso, cuando Lauren MacDonald lo hizo, todo el mundo se quedó helado. Incluso ella misma. “Lo había planeado el día anterior, a espaldas de la organización”, reconoce al teléfono. Pero hacerlo en el escenario, con cientos de personas en la platea, millones en la Red, imponía.

Las conferencias más populares del planeta, las TED Talks, son guionizadas, revisadas y pulidas junto a un equipo de expertos. Cada dato es analizado por verificadores. Cada broma, ensayada ante miembros del equipo de organización, que pueden hacer sugerencias para conseguir un discurso mejor hilado, un cierre más emotivo. Todo lo que sobre el escenario parece improvisado es, en realidad, una obra de orfebrería escénica. En TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño) todo es increíble, todo es inspirador, todo son ideas que merecen ser difundidas, como reza su logo. Y eso se consigue con ensayos que pueden llegar a durar meses.

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“En mi caso no fue así porque me avisaron de que participaría en el debate dos días antes”, explica MacDonald. Pero esta activista climática no se saltó el guion por falta de práctica. Lo hizo para señalar el greenwashing (lavado de imagen verde) que estaba realizando, en su opinión, uno de los oradores del panel. Ben van ­Beurden, consejero delegado de Shell, la empresa de hidrocarburos más grande de Europa, acababa de explicar cómo estaba luchando su empresa contra el cambio climático. MacDonald quería señalar lo absurdo del debate con palabras más gruesas de las que se suelen escuchar en TED, argumentos algo menos inspiradores de lo normal. Pero los organizadores no estaban de acuerdo. “El día anterior me senté con ellos durante cuatro horas. Trataron de acordar conmigo, palabra por palabra, mi discurso”, asegura. “Tenía la sensación de que estaban controlando lo que yo quería decir y cómo lo quería decir”. Por eso decidió desoír las advertencias de los organizadores y arrancar el debate acusando a Van Beurden de ser “malvado” y conminándolo a avergonzarse de su comportamiento, entre graves acusaciones. El vídeo, sin editar, está disponible en la web de TED. Es uno de los momentos más incómodos y violentos jamás vividos en sus 36 años de historia. Y una señal de alarma sobre su deriva.

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TED es una organización esta­do­uni­den­se dedicada a compartir ideas. Organiza un congreso anual, llamado TED Conference, y varias charlas, las famosas TED Talks. Con los años, la marca se ha hecho tan popular que ha optado por franquiciar su logo en las conferencias TEDx que se suceden en todos los rincones del planeta. Es una organización sin ánimo de lucro, pero genera mucho dinero. La entrada más barata a su próximo evento anual cuesta 5.000 dólares. La más cara, que convierte a quien la paga en contribuyente de la organización, 250.000. Algunos críticos creen que estos precios acentúan el elitismo de la plataforma y hacen que se pliegue a una visión empresarial del mundo. Hacen que crean que, por ejemplo, el presidente de una petrolera es la persona más idónea para hablar de cambio climático.

Los vídeos de TED tienen más de 2.000 millones de visualizaciones solo en su canal principal de YouTube. Aunque tengan licencia creative commons, obtienen ganancias en publicidad. También lo hacen a través de su propia aplicación. “Nuestra conferencia norteamericana genera dinero”, explican en su página web, “al igual que nuestras asociaciones con empresas y fundaciones. Pero lo gastamos apoyando grandes proyectos, como hacer que TED Talks esté disponible de forma gratuita y apoyando a la comunidad TEDx independiente en todo el mundo”. La organización de TED Talks no quiso participar en este reportaje alegando motivos de agenda.

A lo largo de sus tres décadas de historia, el escenario de TED ha sido un lugar desde el que otear los cambios que años después enfrentaría la humanidad. Anunciaron la revolución del CD o del e-book en su primera conferencia, en 1984. Impulsaron movimientos globales como la cuarta ola del feminismo. Más recientemente, señalaron los riesgos de una pandemia mundial, que predijo Bill Gates en 2015. Acertaron en muchas predicciones (y fallaron unas cuantas), pero nadie supo predecir cómo esta ONG convertiría las ideas en una industria. Nadie salvo, quizá, June Cohen.

“Cuando me uní a TED, era una conferencia privada, muy cara y solo se accedía a ella por invitación. Apenas 10.000 personas sabían de su existencia”, explica esta productora y emprendedora periodística por correo electrónico. Era el año 2005 y Cohen quería dar a conocer el evento al mundo. Hace 15 años, eso significaba salir en televisión. Cohen grabó un programa piloto y lo paseó por las cadenas por cable: PBS, Bravo, Discovery… No fue demasiado bien. “Escuché: ‘No, no, no’. Luego hablé con la BBC y me dijeron que era demasiado intelectual para ellos. Para un productor estadounidense, si la BBC dice que algo es demasiado intelectual, realmente no hay otro lugar adonde ir”, confiesa. Así que se replanteó el producto y lo adaptó a un formato en ciernes. “YouTube acababa de lanzarse. El iPod con vídeo acababa de lanzarse. Había algo nuevo llamado podcasting. Así que presenté la idea de publicar las charlas en internet”. Cohen pulió el formato y lo adaptó a las redes. Contrató a un equipo de vídeo digno de una superproducción de Hollywood. “Pretendíamos que la cinematografía moderna influyera en la transferencia de ideas”, señala la productora. “Las audiencias actuales requieren que se edite el vídeo para que atraiga su atención. Y eso fue lo que hicimos. Editamos con mucha elegancia para crear movimiento y energía y mantener a la gente mirando”. Y lo consiguieron. La gente no podía dejar de mirar. En unos pocos años las charlas pasaron de ser vistas por 1.000 personas a alcanzar una audiencia de 150 millones. June Cohen creó las TED Talks tal y como las conocemos. Las hizo virales antes de que se acuñara el propio concepto de viralidad.

Protesta de activistas climáticos en una charla TED del consejero delegado de la petrolera Shell, Ben van Beurden (segundo por la izquierda), el pasado 14 de octubre en Edinburgo.Alice Aedy/Stop Cambo

Los riesgos de la sociología pop

En internet la viralidad se alcanza apelando a los instintos más básicos del espectador. Mientras que muchos actores de las redes sociales se centran en el odio, la indignación y las noticias falsas, TED Talks decidió apostar por el otro extremo. Viraliza mensajes optimistas con capacidad para hacer de este mundo un lugar mejor. Pero esto, por irónico que parezca, no siempre tiene efectos positivos, advierten algunos. “Las TED Talks tienden a ofrecer explicaciones simples y exageradas sobre cómo podemos resolver problemas complejos”, sentencia Jesse Singal, autor de The Quick Fix: Why Fad Psychology Can’t Cure Our Social Ills (La solución rápida: por qué la psicología de moda no puede curar nuestros males sociales; sin traducción al español). Singal cree que este formato fomenta afirmaciones llamativas e imprecisas. Y tira de hemeroteca para justificar su tesis. “Una postura correcta puede hacer que las mujeres se sientan más poderosas y que les vaya mejor en el trabajo [aseguraba la psicóloga Amy Cuddy en su charla de 2012]. El poder de la pasión y la perseverancia puede ayudar a los niños pobres a tener éxito [proclamaba la también psicóloga Angela Lee Duckworth en 2013]”.

Para Singal, se trata de una especie de sociología pop, una visión del mundo tan simple como llamativa. En su libro, lo llama primeworld. “Es la idea de que podemos resolver los principales problemas sociales con intervenciones relativamente fáciles y de bajo costo: arreglando los prejuicios de las personas, enseñándoles a ser más resilientes, cosas así”.

Según este sociólogo, colaborador de medios como The Atlantic o The New York Times, el primeworld tiende a ignorar que las personas no tenemos una gran capacidad de control sobre nuestros entornos sociales, financieros y culturales. No es un problema exclusivo de las charlas TED, asegura, pero estas son un ejemplo de una corriente que ha arrastrado por sus meandros a los investigadores más brillantes de la actualidad. “Como psicólogo puedes obtener mucho éxito si se te ocurren ideas adorables y contrarias a la intuición. Conceptos prácticos que se puedan aplicar fácilmente a las escuelas o los lugares de trabajo”, señala. Muchos investigadores son conscientes de que el mundo es más complejo de lo que reflejan, pero el ecosistema digital los impulsa a simplificar su discurso. En ese sentido, TED Talks es causa y es consecuencia, asegura Singal.

“Seamos honestos: antes de TED Talks, no había lugar en la cultura pop para las ideas”, rebate June Cohen. Al menos no en Estados Unidos, matiza, porque las culturas europeas tienen más apetito por los intelectuales públicos. Cohen cree que el formato TED hizo que florecieran nuevas formas de contar las cosas. Ella misma, desvinculada desde hace años de TED, es ahora productora de tres podcasts (Masters of Scale, Meditative Story y Spark & Fire) que difícilmente habrían sido posibles si las famosas conferencias no hubieran popularizado el consumo de ideas.

Por otro lado, explica la productora, las TED Talks no se dirigen a un público especializado, sino a la población general. Tienen que informar, pero también tienen que entretener. “La persuasión no suele ocurrir a través de tratados académicos complejos e impenetrables”, reflexiona Cohen, “sino a través de historias y metáforas aparentemente simples que aclaran las cosas complejas”.

Seamos honestos: antes de TED Talks, no había lugar en la cultura pop para las ideas

June Cohen, exejecutiva de TED

¿Cada vez más cortas?

Victoriano Izquierdo es analista de datos y creador de Graphext, una herramienta para visualizar estadísticas. Trasteando con ella decidió estudiar la evolución de las charlas TED a lo largo de los años. Y descubrió distintas tendencias. “En los últimos años tienden a tratar temas más abstractos y relacionados con la psicología, prestando menos atención a lo concreto y tangible”, señala en entrevista telefónica. La tecnología y los proyectos concretos han dado paso a técnicas para encontrar la felicidad o crear un mundo más justo basadas en ideas más teóricas que prácticas.

Pero lo más llamativo no tiene que ver con los temas que se tratan, sino con los números. “Las charlas TED se ven menos hoy que antes”, sentencia el analista. “Hubo gente que me dijo: ‘Es normal, las charlas antiguas acumulan visionados’, pero no es así. La mayoría de visitas las reciben durante los primeros meses. E incluso teniendo eso en cuenta se ve claramente que tienen menos repercusión”.

Izquierdo cree que esto se debe a la atomización de la marca TED. En los últimos años la franquicia TEDx ha hecho que cualquier ciudad del mundo pueda replicar en formato, estética y nombre a las famosas conferencias. Las charlas son hoy más numerosas, pero, opina, menos relevantes. “Se ha diluido un poco la marca”, señala el experto.

Quizá para recuperar la autoridad perdida, los vídeos se han ido sumando a los grandes debates mundiales. No solo en el fondo sino en la forma. Y han ido ganando en espectacularidad a medida que recortaban su duración. “La tendencia es clara”, asegura Izquierdo. “A principios de los dos mil, la media estaba más cercana a los 20 minutos, cuando en la actualidad se acerca más a los 10″. La gente en el entorno de internet tiene menos capacidad de concentración, así que la plataforma se adapta a los nuevos hábitos de consumo, aunque estos entrañen ciertos riesgos. El historiador David Christian explicó la historia del mundo en 17 minutos. Lo hizo en una charla TED en 2013. Y si bien no caía en ninguna imprecisión, cuesta creer que tal capacidad de síntesis sirva para explicar cualquier problema o circunstancia de manera rigurosa.

“No estoy seguro de que sea internet lo que reduce nuestra capacidad de concentración”, explica el sociólogo Benjamin H. Bratton. “Hay, por ejemplo, muchos podcasts que hacen un trabajo mejor que TED en la comunicación de ideas de nicho difíciles pero importantes”. Bratton tiene su propia charla TED. Se llama What’s Wrong with TED Talks? (¿Qué problema hay con las TED Talks?) y en ella desgrana, como promete su título, los problemas de este formato. ¿Ironía? “Ninguna”, responde el sociólogo y profesor de la Universidad de California. “Me pidieron que hiciera una charla para TEDx y les dije: ‘¡No! No me gustan, y la única charla que haría sería sobre por qué TED apesta’. Me llamaron una semana más tarde y aceptaron mi farol”. Esto sucedió en 2013, pero Bratton cree que desde entonces los problemas que señalaba se han acentuado. “Sus charlas se han vuelto aún más breves y menos intelectuales. Ayudaron a crear una audiencia incapaz de procesar ideas complejas y ahora son víctimas de su propio éxito”. Cree que TED encarna la otra cara de la moneda del populismo, aquella más amable y positiva, pero igualmente perjudicial. “El auge de la política populista en los últimos años está conectado con el embrutecimiento general ejemplificado por TED, que no causado por TED. Mi charla fue quizás una advertencia de lo que vendrá”.

En el contexto digital, las noticias deben ser virales o corren el riesgo de ser invisibilizadas. Así, en el río revuelto de internet, solo salen a la superficie ideas que generan sentimientos primarios en la gente, aquellas que las enfadan o aquellas que las inspiran. “El problema es que las ideas que necesitamos para organizar una sociedad compleja pueden ser difíciles y poco inspiradoras”, subraya Bratton. “TED tiene el efecto de un subidón de azúcar. Está bien por unos minutos, pero realmente necesitas comer algo de verduras”.

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