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Chesa Boudin: “La izquierda del Partido Demócrata está absolutamente comprometida con echar a Trump”

Jeff Flake, en una entrevista en televisión tras anunciar su retirada.

Esta entrevista forma parte de una serie de charlas con intelectuales, editores, activistas, economistas y políticos de primer orden que ayudan a describir el estado de cosas antes de las elecciones. Puede leer las demás entregas aquí.

Jeff Flake es un señor de derechas. Muy de derechas. Y va a votar por el demócrata Joe Biden en las elecciones de este noviembre en Estados Unidos. Flake ha estado vinculado toda su vida al Partido Republicano de Arizona. Fue director del think tank Instituto Barry Goldwater, uno de los nombres más influyentes en la historia del conservadurismo norteamericano, después fue congresista (2001-2013) y finalmente senador (2013-2019). Creció políticamente de la mano de su mentor, el senador John McCain. Hasta que hace cuatro años, su vida política quedó destruida con la aparición de Donald Trump.

Flake y McCain, dos republicanos que consideraban hablar con sus oponentes parte de su trabajo, soportaron los desprecios de Trump durante meses y vieron cómo el empresario encendía a las bases más virulentas del partido. En el verano de 2017, Flake publicó un libro escrito en secreto titulado La conciencia de un conservador: un rechazo de la política destructiva y una vuelta a los principios. En él denunciaba el “pacto faustiano” entre Trump y los republicanos, dispuestos a justificar la destrucción de las normas políticas en EE UU a cambio de votos.

Finalmente el 24 de octubre de 2017, Flake tomó la palabra en el Senado para anunciar que no se presentaría a la reelección en noviembre de 2018. Era prácticamente seguro que un trumpista se presentaría contra él en primarias en Arizona y ganaría. Flake (Snowflake, Arizona, 57 años), se despidió de la política con un emotivo discurso en el que dijo: “Señor presidente, hoy me alzo para decir basta”. Dirigiéndose a su propio partido, denunció su “complicidad en este alarmante y peligroso estado de cosas”. “Tengo hijos y nietos ante los que responder, señor presidente, y por tanto no seré cómplice”.

Pregunta. Empecemos por lo básico. ¿Qué es ser un conservador americano?

Respuesta. Vaya, eso es difícil de responder en estos tiempos. Creo que la definición ha cambiado para mucha gente. Tradicionalmente, o al menos el conservadurismo contemporáneo, consiste en creer en un Gobierno reducido, libertad económica, libre comercio y un liderazgo fuerte de Estados Unidos en el mundo. Pero se está convirtiendo en algo completamente diferente para muchos republicanos.

P. ¿Cree que una mayoría del Partido Republicano comparte esa visión?

R. No. No creo que lo que hemos visto en estos años sea una política conservadora para nada. No se puede aplicar, desde luego, en el aspecto del gobierno reducido, cuando tienes un déficit de tres billones de dólares, y eso antes del coronavirus. En cuanto a la libertad económica, repartir subsidios en lugar de permitir a los agricultores y a otros tener relaciones comerciales libres, no me parece conservador. El libre comercio ha sido un pilar del Partido Republicano, pero esta Administración es proteccionista. Y aparte, los conservadores, al menos los de la escuela de Edmund Burke, creen en preservar las instituciones que funcionan y en ser ejemplo de prudencia y sobriedad. La separación de poderes, la libertad de prensa, la independencia del poder judicial, son instituciones conservadoras que deben ser protegidas. Este presidente ha ido en la dirección contraria.

P. ¿Hay un aspecto moral o religioso en ser un conservador?

R. Sí, creo que lo hay. Particularmente en el estilo burkiano que he mencionado. Lo hay en la prudencia, la templanza y la creencia en que nuestros derechos proceden de Dios y que hay una manera de vivir una vida moral. Eso es difícil de cuadrar con… Estamos justificando muchas cosas de nuestro presidente a cambio de una retórica que puede ser provida (antiaborto) o de respeto a una religión que es la de la mayoría de los americanos. Pero no está a favor de la libertad religiosa, que es un principio conservador. Cuando impones un veto a musulmanes, es difícil afirmar que defiendes la libertad religiosa.

P. ¿Hubo avisos en el Partido Republicano antes de Trump? ¿Cree que ignoraron algunas señales de que algo estaba pasando?

R. Sí lo creo. A mí me tocó de cerca. Yo era miembro del grupo de los ocho que negociamos la ley de inmigración (en 2013) y presionamos para aprobarla en el Senado. Negociamos con Paul Ryan y otros en la Cámara de Representantes para sacarla adelante. Y de pronto, Eric Cantor (líder republicano en la Cámara) perdió sus primarias de una forma totalmente inesperada. Eso era una señal de que estaba pasando algo. Aquello se atribuyó al Tea Party. En cualquier caso, era una señal de que teníamos que haber enfrentado esto un poco antes. No sé si podíamos haberlo parado, o qué podíamos haber hecho, pero para entonces ya estaba muy avanzado.

P. ¿Qué nos dice de la política americana el éxito de Donald Trump?

R. Que tenemos que hacerlo mejor. Tenemos que leer mejor dónde está la gente y diseñar políticas que se ocupen de sus preocupaciones sin tirar abajo todo el sistema. Había una preocupación de la clase trabajadora, gente que se estaba cayendo de la clase media. Un trabajo tradicional, especialmente para los no universitarios, solía ser suficiente para mantener un estatus de clase media y eso estaba desapareciendo. Creo que fue muy fácil para Donald Trump jugar con esos miedos, que eran muy legítimos, pero culpando a cosas equivocadas como los inmigrantes o el comercio. Creo que podíamos haberlo hecho mucho mejor en el tema del comercio. Dejamos que circulen esas señales sin darles solución y al final eso lo pone fácil para que llegue un populista como Trump y les seduzca.

P. ¿Lo conoció en persona en la campaña?

R. No, la primera vez que me reuní con él fue después de asegurarse la nominación, cuando vino a hablar a los republicanos del Senado. Yo estaba al fondo de un salón con otros 50 republicanos. Me miró y, antes de que preguntara nada, me dijo: “Tú me has criticado mucho”. Y yo le dije: “Pues sí. Yo soy el otro senador de Arizona, el que no fue capturado. Y usted tiene que dejar de hacer comentarios de ese tipo. Y tampoco puede hablar de los hispanos como lo está haciendo”. Me refería a lo que dijo de que un juez de ascendencia hispana no podía juzgarle porque sus padres eran mexicanos. Y él disparó: “Voy a ganar en tu Estado, tengo el apoyo del sheriff Joe Arpaio, y vas a perder en noviembre”. Entonces le dije: “Yo no me presento en noviembre”. Bueno, el caso es que no fue bien. Esa fue la primera vez que me encontré con Trump.

P. ¿Y después?

R. Nos encontramos más tarde en la Casa Blanca. Yo trabajaba en cuestiones de inmigración y comercio, así que nos teníamos que reunir con él. Como en la campaña nunca se opuso claramente al programa DACA (que protege de deportación a indocumentados llegados cuando eran menores de edad), en el tema de la inmigración aún pensábamos que podíamos hacer algo. Pienso francamente que sus instintos en esto no eran malos al principio. Pero siempre había una diferencia entre el presidente de las 10 de la mañana y el presidente de las dos de la tarde. Podías negociar algo en la Casa Blanca a las 10 de la mañana e irte pensando que lo tenías de tu parte. Y a las dos de la tarde había hablado con Sean Hannity (presentador de Fox News) o con Stephen Miller (asesor), y no había un día que no viera los shows de la noche, y se echaba atrás. Esa fue mi experiencia y la de muchos colegas negociando en la Casa Blanca. Pero lo que no hice fue ir de campaña con él. Eso no podía.

P. Pero en la mayoría de los temas usted votó con su partido.

R. Sí, en política fiscal o en sanidad, soy un conservador. No quería que todo el mundo pensara que votaba contra el presidente por manía o porque no me gustaba su comportamiento. Mientras la votación sea sobre ese tipo de políticas, voto con los republicanos.

P. En el discurso con el que se despidió del Senado advirtió a su partido de esto era una amenaza existencial para su formación y para la democracia. ¿Se han confirmado sus temores?

R. Desde luego. Es peor de lo que pensaba. Los principios fundamentales de la democracia están amenazados. Básicamente, está intentando sembrar el descontento antes de las elecciones y sembrar dudas sobre la validez de la elección, además de no comprometerse a respetar el resultado, utilizar el Departamento de Justicia y el fiscal general como si fuera su abogado privado, no entender o valorar la independencia judicial o la primacía del Congreso. Todo eso ha sido, como mínimo, peor de lo que me imaginaba. Y luego el partido. Dios mío, el partido. En las elecciones de medio mandato perdimos la Cámara de Representantes, siete gobernaturas, seis Cámaras legislativas y cerca de 400 escaños estatales en todo el país. Y para noviembre pinta aún peor. No me quiero imaginar dónde estaremos dentro de cuatro años si el partido, el republicanismo y el conservadurismo están básicamente definidos por el trumpismo. Texas puede cambiar a demócrata en cuatro años. Y entonces, ¿cómo podrá un candidato republicano juntar una coalición para ganar una elección nacional? Estamos en una posición como California en los 90, cuando California elegía siempre gobernadores republicanos y de pronto eligió a Pete Wilson. No había mucho entusiasmo por un segundo mandato, así que se abrazó a la Proposición 187, que era muy similar en fondo y forma a las políticas de inmigración de la Casa Blanca. Sirvió para agitar la base y darle un segundo mandato. Pero los republicanos han pagado el precio en California desde entonces. El único republicano que volvió a ganar a nivel estatal fue Arnold Schwarzenegger, y se cambió de partido. Puede que pase una generación antes de que otro republicano gane algo en California. Solo por pensar a corto plazo. Al final, el odio y el resentimiento no son una buena filosofía de gobierno. Puedes ganar una elección aquí o allá metiendo miedo y dividiendo a la población, pero tiene sus consecuencias. No son principios de gobierno y no funciona.

P. Usted advirtió de que un día les tocaría rendir cuentas. ¿Ese momento ha llegado este noviembre?

R. Sí lo creo. Personalmente, espero que el presidente pierda y que los republicanos, de alguna forma, aunque no lo merezcamos, mantengan el control del Senado. El Gobierno dividido (término usado para referirse al control del Ejecutivo por un partido y una Cámara o ambas por otra formación) suele ser el mejor Gobierno.

P. Imaginemos un futuro en el que ha ganado Joe Biden y hemos olvidado por completo los años de Trump. ¿Cuál es el daño a largo plazo que se habrá hecho a las instituciones y al prestigio internacional de EE UU?

R. En términos de prestigio en el mundo, se puede ver. Cualquiera que haya viajado al extranjero en estos últimos años ha visto el golpe al prestigio de América. Tuve una llamada con amigos de Australia justo después del debate y es muy doloroso ver cómo está viendo el mundo a Estados Unidos. Hay una encuesta del Pew Research Center que muestra que los extranjeros confían más en Vladímir Putin o en Xi Jinping que en nuestro presidente. Esa no es la posición en la que queremos estar y va a llevar un tiempo arreglarlo. Pero creo que, después de cuatro años, podemos. Cuatro años es una anomalía, ocho años es una tendencia. Y creo que en ese caso será mucho más difícil recuperar nuestro lugar en el mundo. Aparte, hay una preocupación por el margen de la derrota, por ver si el presidente es barrido y se va sin hacer ruido y no empieza a decir que le han robado, y si los que le siguen conceden la derrota, pues esto habrá sido un desvío temporal.

P. ¿Cree que hay una posibilidad real de que no se quiera ir?

R. Tengo esperanzas. Es mejor el escenario en el que el presidente pierde por mucho, sería más fácil. Si es muy evidente que ha perdido será más difícil que la gente siga con él. Pero me preocupa. El otro día hablaba con el historiador Jon Meacham de que el Partido Republicano siempre ha tenido un sector marginal, como los seguidores de John Birch en los 50 y 60, que siempre han representado como un 15%. Pero el partido siempre fue lo bastante inteligente como para desactivarlos. Decíamos que “no podemos tener esos símbolos de irresponsabilidad”. Ahora ese símbolo de irresponsabilidad, ese elemento conspiracionista, está en la Casa Blanca. Espero que vean que, para que el Partido Republicano sea viable y relevante, tienen que dirigirse a un electorado más amplio.

P. Las tres vacantes en el Supremo que le han tocado a Trump, ¿no le hacen pensar que igual sí le ha salido rentable la experiencia al conservadurismo?

R. Sí, como muchos conservadores, llevo tiempo pensando que debíamos reequilibrar los tribunales y se ha hecho mucho en los últimos años. En este caso, me parece que ya tenemos una mayoría conservadora en el Supremo, de cinco a cuatro, que será de seis a tres si se confirma a Amy Coney Barrett, como espero que ocurra. Pero, de nuevo, el daño a largo plazo para la institución del Senado, y la posibilidad de que esto acabe derivando en ampliar el número de magistrados u otra cosa, no es bueno para los conservadores. No es bueno para nadie. Desde luego no es bueno para el país. Ella es una nominada cualificada, creo que será una buena magistrada. Pero desearía que los republicanos hubieran esperado, por las mismas razones que explicamos en 2016 (cuando no confirmaron al nominado de Obama porque era año electoral).

P. ¿No le preocupa que Biden pueda ser rehén de una base demócrata que tiene posiciones opuestas a las suyas?

R. Sí, me preocupa. Pero esa preocupación está sobrepasada por la certeza de lo que lo que creo que le va a pasar a mi país y mi propio partido con cuatro años más de Donald Trump. Pero sí, me preocupa que la energía del Partido Demócrata está en la izquierda. Me preocupa cuánto va a poder aguantar Joe Biden la presión de su partido. Va a ser intenso.

P. Usted utilizó la expresión “acuerdo faustiano” para describir esta situación. ¿Hay alguna forma de salvar el alma del Partido Republicano?

R. Mire, nada te aclara tanto las ideas como una buena derrota electoral. Y parece que nos dirigimos hacia una gran derrota. Espero que haya algo de introspección sobre quiénes somos, cuál es el objetivo real de estar en política y cuál es nuestra visión a largo plazo para este país. Eso es lo que espero que pase. No hay garantías, pero tenemos una oportunidad.

P. ¿Y será el mismo partido?

R. No creo que sea completamente igual, pero tenemos que volver a creer en algo, tener un mensaje coherente que los candidatos puedan adoptar y que pueda unir a los votantes. Y no uno basado simplemente en odio y resentimiento. Una visión optimista. Sigo creyendo que este es un país de centroderecha y que, si les das la opción, la mayoría de los votantes elegirán mercado libre y un camino conservador. Tenemos que tener ese debate, que no lo estamos teniendo. No espero giras de[l ex congresista por Texas] Bill Archer durante algún tiempo, pero al menos tienes que debatir. Tiene que haber un espacio político donde ocurra el debate, y ahora no lo hay. Porque tenemos problemas enormes que resolver, como el déficit. Eso requiere un Gobierno dividido, porque ningún partido lo va a hacer solo. Este país ha pasado por cosas peores y siempre nos hemos unido para salir bien.

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