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Chile vota fracturado entre la renovación y el cambio de Boric y el conservadurismo de Kast

Vista aérea de la Plaza Baquedano, medio pintada de blanco por miembros del equipo de campaña del candidato presidencial chileno José Antonio Kast.

Hay un sitio en Santiago que es síntesis de la fractura en Chile. Se llama plaza Baquedano, por el nombre del general Manuel Baquedano, héroe de la Guerra del Pacífico, cuya figura de bronce estuvo allí hasta marzo sobre un pedestal de granito. La estatua ya no volverá y los restos del pedestal apenas sobreviven en el centro de un pequeño círculo de tierra rodeado de avenidas.

Alguna vez, esa plaza, llamada popularmente Italia o “de los italianos”, por un monolito cercano que fue donado por esa comunidad, fue centro de celebraciones deportivas o políticas. Desde octubre de 2019 es símbolo de las revueltas.

En la mañana del viernes, la mitad del pedestal vacío de Baquedano amaneció pintado de blanco, rodeado de césped nuevo y flores amarillas. Fue el último acto de campaña del derechista extremo José Antonio Kast, de 55 años. Quiso mostrar así cómo, si ganase este domingo la presidencia, ordenará ese Chile que ahora se exhibe con pintadas que piden justicia por los jóvenes muertos en las protestas y consignas contra la policía, los políticos y las grandes corporaciones.

Ese Chile disconforme se volcará mayoritariamente por Gabriel Boric, un izquierdista de 35 años militante del Frente Amplio que ha hecho alianza con el Partido Comunista. Los sondeos dan una pequeña ventaja a Boric, pero también muestran un 25% de indecisos que vuelve incierta cualquier predicción.

Vista aérea de la Plaza Baquedano, medio pintada de blanco por miembros del equipo de campaña del candidato presidencial chileno José Antonio Kast.JAVIER TORRES (AFP)

El viernes es día de protestas en Baquedano. La mitad pintada de blanco por Kast se llenó otra vez de consignas políticas y sobre el pedestal sin estatua ondeaba una bandera con fotos de víctimas de la policía y la pregunta “¿Quién los mató?”. Los jóvenes, que se reúnen allí para mantener viva la llama de la revuelta, arrancaron las alfombras de césped y las flores que habían puesto los seguidores de la derecha y los trasladaron hasta lo que alguna vez fue la entrada al metro. La puerta lleva dos años cerrada, y en su lugar se ha montado un pequeño jardín donde se mezclan mensajes que piden la defensa de la naturaleza y calaveras con gorra de policía atravesadas por flechas.

La pelea por los símbolos necesitaba ahora agua para sobrevivir. Por eso estaba allí Alejandro Canales, de 35 años, auditor en grandes empresas. Con un bidón regaba las flores traídas por los manifestantes. “El césped se va a morir, pero al menos intentaré salvar las flores”, dice. “Muchos quisieron destrozar lo que había hecho la gente de Kast, pero al final logramos trasladar todo aquí, para resignificarlo”, explica.

Chile está todo ahí, en la plaza Baquedano. Es tanta la carga simbólica del lugar, que el destino de ese pequeño círculo de tierra será un problema urgente para el próximo presidente. ¿Cómo llamarla?, por ejemplo. Los manifestantes la han rebautizado Plaza de la Dignidad. ¿Qué estatua poner donde antes había un militar a caballo?

El debate resume la fractura del país que va a las urnas, dividido entre aquellos que quieren cambiarlo todo y los que prefieren volver a la situación previa a las revueltas, cuando todo parecía andar de maravilla en Chile.

“Estamos acostumbrados a fracturas ideológicas heredadas de la Guerra Fría, pero este es otro tipo de fractura”, advierte el sociólogo Eugenio Tironi, académico de la Universidad Católica. “La fractura actual de Chile es sociológica, cultural, con elementos generacionales, demográficos y de género hasta ahora desconocidos. Tenemos a los jóvenes contra los mayores, a los hombres contra las mujeres, a las zonas rurales contra las ciudades, al norte y al sur por un lado y al centro por el otro”, explica Tironi. “Esto tiene que ver con los efectos que ha tenido una modernización acelerada, que ha provocado un quiebre cultural entre los menores de 35 años, más escolarizados y cosmopolitas, y un mundo antiguo más tradicional y conservador que se siente amenazado”.

La gente huye de un cañón de agua utilizado por la policía antidisturbios durante una manifestación contra el candidato presidencial chileno José Antonio Kast y sus propuestas en la Plaza Italia de Santiago, el 17 de diciembre de 2021, antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del domingo.MAURO PIMENTEL (AFP)

Esa quiebra explica por qué hoy puede convertirse en presidente un candidato como Kast, que no ha roto lazos ideológicos con la dictadura de Augusto Pinochet.

“No era paz, era silencio”, dice una pintada a metros de la plaza Baquedano. Kast ha prometido orden y restauración. Boric, el cambio. Pero la cosa no ha sido fácil para ellos tras pasar ambos a la segunda vuelta, el 21 de noviembre. Para captar el voto de centro, han debido moderar sus discursos. Kast, en todo lo relativo a su agenda social, limpiando sus consignas más xenófobas y contrarias a los derechos de las mujeres. Boric, mientras tanto, asumió la demanda ciudadana de orden y seguridad, se puso chaqueta y camisa y levantó el pie del acelerador a su idea de “más Estado” en la economía. Y lo más importante: dejó de atacar a los partidos tradicionales de la Concertación que pilotó la transición democrática del país a partir de 1990.

Durante la última semana, Boric se reunió con el expresidente socialista Ricardo Lagos (2000-2006), tendió puentes hacia la Democracia Cristiana y sumó el apoyo de la dos veces presidenta Michelle Bachelet (2006-2010 y 2014-2018). “No da lo mismo por quién se vota. Y por eso, yo voy a votar por Gabriel Boric”, dijo Bachelet, ahora Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, en un vídeo que subió a redes sociales.

Para Tironi, el puente que tendió Boric hacia los padres fundadores fue el mayor golpe de efecto de su campaña electoral. “Fue la reunificación familiar, los padres perdonaron a los hijos por su agravio y los hijos fueron a pedir consejo. Esta segunda vuelta crea una nueva coalición de centroizquierda, bajo la hegemonía de esta nueva generación”, explica.

Las urnas dirán ahora si ese giro hacia el pasado, tras años de críticas despiadadas a lo hecho por la transición —por insuficiente y neoliberal— alcanzará para convencer a los moderados, a los indecisos y al 53% de los chilenos de los 15 millones que estaban llamados a votar, pero que el 21 de noviembre se quedaron en su casa. A diferencia de lo que ocurre en otros países de América Latina, el sufragio no es obligatorio en Chile.

Apoyo de los jóvenes

Por lo pronto, ese cambio le ha permitido a Boric mantener el apoyo de los jóvenes, un capital clave en el resultado de este domingo. Según los sondeos, el izquierdista supera el 50% de los votos entre los menores de 29 años, pero pierde contra Kast, aunque por poco, en el resto de las franjas de edad.

Simpatizantes del candidato presidencial chileno José Antonio Kast, del Partido Republicano, asisten al mitin de clausura de su campaña en el Parque Araucanos, Santiago, el 16 de diciembre de 2021.MAURO PIMENTEL (AFP)

Volvamos a la plaza Baquedano, símbolo de la fractura chilena. El jueves, horas antes de los cierres de campaña de los dos candidatos, murió Lucía Hiriart, la viuda de Pinochet, a los 99 años. Mientras la familia anunciaba un velatorio privado, unas 800 personas, la mayoría muy jóvenes, se acercaron a la plaza para celebrar la muerte del último gran emblema de la dictadura.

Felipe Zúñiga, un estudiante de Derecho de 24 años, estaba allí, mezclado entre la multitud que saltaba, cantaba y bailaba al ritmo de trompetas y luces de bengala. Votará a Boric para “no tener nunca más a alguien como Pinochet, porque Kast representa el totalitarismo y el fascismo”, dice.

Zúñiga participó de las manifestaciones de 2019, lo mismo que Dominique Abarca, una abogada de 29 años que compartió facultad con el ahora candidato a presidente. El domingo marcará la opción por Boric, pero menos convencida de lo que podría parecer. Abarca no estuvo de acuerdo con el apoyo que el izquierdista dio al pacto que permitió una salida institucional a la crisis de 2019, con la elección de una Convención Constituyente. Según su lectura, Boric “traicionó” a los estudiantes que salieron a la calle, pero ahora le dará su apoyo. “Sé que le hará bien a la gente que me rodea”, dice.

Estos matices están también en la derecha, donde los partidos moderados le tendieron la mano a Kast, aunque sin mucho entusiasmo. En cualquier caso, las semanas previas a la segunda vuelta fueron de esfuerzos hacia la moderación, “porque en realidad, la verdadera fractura se inició en las élites, no en la gente”, dice Claudia Heiss, directora de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile.

Por desgracia, advierte, “se está produciendo un proceso de polarización que viene de arriba hacia abajo, no partió de una fractura de la sociedad, que sigue siendo centrista y moderada. Esa sociedad quiere un cambio de modelo, pero no quiere que se vacíe el centro. Por algo, el Partido Comunista perdió la interna del Frente Amplio”, dice, en referencia al triunfo de Boric sobre el candidato comunista, Daniel Jadue.

Un maniquí con la imagen del candidato Gabriel Boric es visto entre simpatizantes durante el mitin de clausura de su campaña en Santiago.RODRIGO GARRIDO (Reuters)

¿Qué pide ese nuevo centro, impulsado por los más jóvenes? Heiss explica que “Chile durante la Concertación crecía al 7%, con acceso a un consumo sin precedentes y una reducción enorme de la pobreza”. “Vivimos un cambio de vida, pero con un modelo basado en el endeudamiento de las familias, con segregación social y con la provisión privada de bienes públicos. Ese es el modelo que entra en crisis, y el sistema político no lo vio, la gente que se percibía de izquierda no lo vio”, dice Heiss.

Bastián Rojas es estudiante de Filosofía en la Universidad Católica. Mientras participa de la celebración en Baquedano por la muerte de la viuda de Pinochet hace cuentas en el aire. Su carrera, dice, cuesta unos 5.500 dólares al año (casi 5.000 euros). Al final de sus estudios habrá pagado a su universidad casi 28.000 dólares, que consiguió con un crédito bancario a 30 años. No importa si se va a una privada o a una pública: el estudiante y su familia se endeudan de por vida. Boric prometió condonar esas deudas, para muchos impagables.

La fractura territorial también será relevante en las urnas. Boric es un candidato potente en las ciudades grandes, sobre todo en Santiago, y cosecha más votos en los municipios urbanos más pobres, como La Pintana o Puente Alto, donde viven casi 900.000 personas en el extrarradio sur de la capital.

Kast, en cambio, se ha mostrado imbatible en las comunas más ricas de Santiago y en el sur y norte rural de Chile. El sur pide más seguridad contra la violencia de los grupos mapuches que exigen por la fuerza acceso a sus tierras ancestrales; el norte, minero, ha abrazado su discurso de mano dura contra la inmigración venezolana, que utiliza esa región como puerta de entrada al país sudamericano.

“El mundo rural vio las revueltas por televisión y les parecieron un regreso a la barbarie, y quien prometió protegerlos de los bárbaros de la ciudad es Kast”, dice Tironi. Kast tiene también el apoyo unánime de los empresarios, que temen que las reformas del sistema de pensiones y la subida de impuestos que ha prometido Boric espanten a los grandes inversores.

La cuestión generacional, en cambio, se resuelve en las casas, “porque los hijos y los nietos están convenciendo a sus padres y abuelos de que voten por Boric. Hay una socialización familiar invertida”, explica Tironi.

Sobre este mapa de fracturas múltiples, los chilenos elegirán este domingo a un nuevo presidente. No es de extrañar que pocos se animen a hacer vaticinios sobre el resultado.

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