El 25 de enero, con la ciudad de Wuhan en cuarentena durante los primeros días de la pandemia, comenzó un año lunar anunciado como el de la Rata de Metal pero que acabó siendo el del pangolín del misterio. Este animal, inocente hasta que se demuestre lo contrario, debe su popularidad a la sospecha de que sirvió de puente para el coronavirus que, tras saltar de murciélagos a humanos, se ha cobrado ya casi dos millones de vidas.
Entre sus admiradores se cuenta Boris Johnson, quien lo ha descrito como “un milagro de la evolución que alardea de una lengua retráctil unida de algún modo a su pelvis”. “No creo que ninguno de nosotros quisiera privar al planeta de semejante criaturita, tan maravillosamente extraña”, proclamó el primer ministro británico, llamando a su protección durante una cumbre de Naciones Unidas sobre biodiversidad celebrada en septiembre. El pangolín tiene, incluso, su propio día mundial: el 15 de febrero.
No lleva bien la fama este animal, tímido, solitario y nocturno, que dedica la mayor parte de su tiempo a dormir hecho una bola —su nombre deriva de la voz malaya peng-guling, “el que se enrolla”—. Su existencia ya era lo bastante dura de por sí antes de las acusaciones: los pangolines son una especie en peligro de extinción y el mamífero salvaje con el que más se ha traficado del mundo.
Uno de los motivos que explican la persecución son las propiedades curativas que la medicina tradicional china atribuye a sus escamas. Estas, compuestas de queratina —el mismo material de las uñas humanas— se consideran beneficiosas para la lactancia, enfermedades cutáneas y hasta parálisis. En la intersección de ilegalidad y demanda hay lucro y, por tanto, también crimen.
El caso más sonado llegó a su fin a principios de mes. Un tribunal de la ciudad china de Wenzhou, provincia de Zhejiang, sentenció a una mafia dedicada al tráfico de productos relacionados con estos animales. Dos individuos, de apellidos Yao y Wang, fueron condenados a 14 y 13 años de cárcel, respectivamente, junto a una multa de 4 y 3 millones de yuanes (500.000 y 380.000 euros). Otros 15 individuos, además, han recibido una condena de entre 12 años y 15 meses, según informó el portal digital Thepaper.cn.
Esta organización llevaba en activo desde 2018. Su esquema comenzaba en Nigeria, desde donde un socio traía de contrabando las escamas que luego eran distribuidas por el país. Las fuerzas de seguridad los detuvieron en octubre de 2019, tras interceptar un alijo de casi 11 toneladas, el mayor de la historia, con un valor comercial aproximado de 114 millones de yuanes (14,4 millones de euros). Un informe de la publicación Science and Technology estimaba que dicha cantidad habría requerido el sacrificio de al menos 50.000 ejemplares.
China ha ido aumentando progresivamente la protección del mamífero. En 2007, prohibió su caza y en 2018 hizo lo propio con sus importaciones. En junio de este año las autoridades aprobaron nueva legislación, vetando el uso de sus escamas en la medicina tradicional y designándolo como “animal salvaje protegido de primer nivel”, al mismo nivel que tigres y osos panda; lo que elevó el castigo penal por su comercialización hasta un mínimo de 10 años y un máximo de cadena perpetua. Los pangolines descansan, enrollados en su madriguera a salvo del ruido, un poco más seguros.
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