China sacude el viejo orden nuclear mundial

Militares chinos, durante un desfile en la plaza de Tiananmen en 2019.
Militares chinos, durante un desfile en la plaza de Tiananmen en 2019.WU HONG

Primero, a principios de verano, aparecieron imágenes satelitales de nuevos campos con silos aptos para misiles nucleares en distintos lugares de China; después, afloró la noticia de dos pruebas de armas hipersónicas con capacidad nuclear llevadas a cabo por el régimen de la potencia asiática durante el verano; el pasado miércoles, el Departamento de Defensa de Estados Unidos publicó su informe anual sobre el desarrollo de las fuerzas militares chinas, en el que apunta que Pekín está acelerando su programa atómico, lo que “le permite disponer de 700 cabezas nucleares para 2027 y probablemente busca disponer de al menos 1.000 en 2030″. Estas son cifras muy superiores a las estimaciones sobre su arsenal actual ―entre 250 y 350, según diferentes fuentes― y también a la proyección de 2020 del Pentágono, que apuntaba hacia el umbral de unas 500 en una década.

La falta de transparencia impide calibrar con precisión las características del desarrollo nuclear chino. Pekín respondió al Pentágono tachando de manipulación sus proyecciones. Pero los expertos coinciden en señalar que China impulsa un ambicioso programa que no solo pretende modernizar la triada de sistemas de lanzamiento tradicionales –terrestre, submarino, aéreo-, sino que experimenta a fondo con tecnologías heterodoxas –misiles hipersónicos maniobrables- y apunta a un consistente aumento cuantitativo –como hacen sospechar los alrededor de 300 silos nuevos en tres distintas ubicaciones-.

El conjunto de estas características es lo que diferencia la acción china de lo que hacen las demás potencias nucleares. Todas ellas implementan planes de modernización de sus fuerzas atómicas. Rusia desarrolla una persistente labor en ese sentido desde finales de los años noventa, cuando sus armas se estaban quedando obsoletas; Estados Unidos se halla embarcado en un plan de renovación puesto en marcha en la era Obama que implica un gasto de unos 630.000 millones de dólares [unos 545.165 millones de euros] en la década actual, según una estimación de la Oficina para Presupuestos del Congreso. Se trata de una cifra similar a la del PIB de un país como Polonia. Rusia también, como China, impulsa misiles hipersónicos maniobrables con capacidad nuclear. Pero las pruebas del verano hacen intuir un gran salto adelante tecnológico de China y, por otra parte, ni Moscú ni Washington planifican una expansión de sus arsenales. Ambos están mutuamente vinculados por el tratado New START a no desplegar más de 1.550 cabezas nucleares (el recuento del gráfico supera ese umbral porque incluye también bombas almacenadas en las mismas bases donde se ubican las lanzaderas).

Pese a que EE UU y Rusia han reducido su capacidad nuclear desde el apogeo de la Guerra Fría (de las más de 60.000 cabezas nucleares que tenían en los ochenta a las 12.000 actuales, incluyendo desplegadas, almacenadas y pendientes de desmantelamiento), ambos países siguen disponiendo de una cifra muy superior de cabezas nucleares frente al resto. Este es el contexto en el que China –no vinculada por el New START (aunque sí por el más genérico Tratado de No Proliferación Nuclear, NPT)- parece lanzada para reducir el diferencial, con el argumento implícito de replicar en el plano nuclear su estatus geopolítico general.

¿Cuánto potencial de alteración de los equilibrios estratégicos tiene este movimiento en su conjunto? “Mucho depende de cómo China decida operar esta mayor fuerza: si intenta hacer nuevas cosas o si lo encaja dentro de su existente política nuclear”, comenta en conversación telefónica Hans M. Kristensen, director del Proyecto de Información Nuclear de la Federación de Científicos Americanos e investigador del Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo.

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“En cualquier caso, la cuestión de los silos llama la atención. Son realmente muchos”, prosigue Kristensen. “Esto es un desarrollo a la par con lo que EE UU y la URSS, en términos de tamaño y velocidad, hicieron durante la Guerra Fría. Es un programa muy amplio. De armarse todos los silos, China tendría más capacidad en ese apartado que Washington o Moscú. Y se trataría de misiles intercontinentales con combustible sólido, que pueden lanzarse más rápido que los de combustible líquido que China tiene en la actualidad”. Esto, sin duda, sería tenido bien en cuenta por los planificadores militares de EE UU.

Durante décadas, Pekín ha mantenido una política nuclear de disuasión mínima, es decir, disponer de lo indispensable para que a nadie se le ocurra atacarla nuclearmente. Formalmente, no la ha abandonado, pero los hechos apuntan a que ese concepto de mínimos ha cambiado mucho. En parte puede deberse a que China ha llegado a la conclusión de que su capacidad de represalia nuclear es vulnerable a un ataque por sorpresa. “Pero esta explicación choca con que en el pasado EE UU tuvo un despliegue nuclear incluso mayor que ahora, y esto no indujo entonces a Pekín a implementar una escalada”, dice Kristensen. La otra motivación plausible corresponde, según el experto, a una cuestión de “prestigio nacional”: un país que se ve como superpotencia no quiere ser nuclearmente muy inferior a EE UU y Rusia.

Un plano importante en el que el avance chino puede tener consecuencias es el de los tratados de control de armas, elemento fundamental para evitar desastres en la Guerra Fría, y que ahora atraviesan una etapa negativa. La retirada de EE UU en 2001 del Tratado Antimisiles Balísticos abrió a Washington la vía para un fuerte desarrollo de defensa que, a la postre, ha dado argumentos y espoleado a Rusia, primero, y China, después, a buscar vías para sortear esas defensas cada vez mejores. El Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio —que prohibía misiles de tierra con alcance de entre 500 y 5.500 kilómetros— colapsó en 2019, con la decisión de Washington de retirarse tras acusar a Moscú de haberlo violado. El New START, que limita las cabezas nucleares desplegadas, fue prorrogado in extremis a principios de año por un periodo que expirará en 2026.

“A mi juicio, no hay duda de que los avances chinos afectarán las próximas negociaciones entre EE UU y Rusia. Es fácil imaginar que los militares de EE UU dirán al próximo presidente que no acepte un trato con Rusia que reduzca el número de armas nucleares”, observa Kristensen. Washington intenta involucrar a Pekín en nuevos esquemas de control de armamento, pero esta se muestra totalmente reacia, alegando, entre otras cosas, que los responsables de las carreras armamentísticas han sido EE UU y Rusia. Por otra parte, la Administración de Joe Biden tiene previsto publicar a principios de 2022 su revisión de la política nuclear de EE UU, como hace cada nueva presidencia. No es irracional pensar que los avances chinos influirán en la nueva doctrina. Hay expectativa de saber si Biden incluirá una política de no atacar primero, o de no responder con nuclear a ataques químicos, biológicos o convencionales.

Pero el mensaje de rearme chino va más allá de las dos grandes potencias nucleares. Por un lado, los demás actores de la región toman obviamente nota. Por el otro, hay una repercusión global. “China no puede sostener que su desarrollo militar encaja con sus obligaciones legales bajo el artículo 6 del NPT de ‘celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al desarme nuclear”, considera en conversación telefónica Shannon Bugos, investigadora de la Arms Control Association, con sede en Washington. “El fracaso de las cinco potencias nucleares parte del NPT a cumplir con sus compromisos de desarme en años recientes será un punto de fricción en la Conferencia de Revisión del NPT prevista en enero”.

Bugos también señala que el ritmo real de desarrollo del arsenal nuclear chino en los próximos años depende en parte de cómo se desenvolverá la relación estratégica con EE UU y, más en general, de lo que hagan Washington y sus aliados, especialmente en la región.

Las labores de modernización de los arsenales constatan que ninguna de las potencias nucleares tiene en la cabeza el camino de desarme marcado por el NPT. Entre los firmantes armados –EE UU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido- destaca la actitud de Londres. No solo lleva a cabo un programa de renovación de su flota de submarinos con capacidad de disparo nuclear por valor de más de 30.000 millones de libras, sino que ha revertido su propia decisión de reducir el número de cabezas nucleares en su poder. Tras fijar el objetivo de bajarlas de 225 a 180, ahora se ha elevado el límite a 260.

Francia, por su parte, se encuentra en un rumbo más estable, pero que también contempla inversiones de mantenimiento y renovación por un valor de 37.000 millones de euros en el periodo 2019-2025. India y Pakistán también afinan sus capacidades; Corea del Norte hace lo que puede; Israel, envuelta en su tradicional política de ambigüedad nuclear, sin duda tampoco está de brazos cruzados.

El turbulento cuadro es completado por el asunto iraní. Está previsto que las negociaciones para reactivar el acuerdo nuclear que rompió la Administración de Donald Trump se reanuden el próximo día 29. Las posiciones, sin embargo, permanecen distantes. El nuevo presidente iraní, Ebrahim Raisi, figura del ala dura del régimen, ha advertido de que no piensa retroceder ni un paso. Los europeos se esfuerzan para desencallar la situación, pero la perspectiva no es simple. Mientras, las suspicacias crecen, sobre todo entre los enemigos regionales de Irán, en un entorno que no se perfila como tranquilizador.

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