El país se asegurará de que su pico de emisiones de gases de efecto invernadero sea antes de 2030 y se compromete a la carbono neutralidad antes de 2060.
Andrea Guerrero García, Isabel Cavelier Adarve y María Laura Rojas
El anuncio del Presidente de China, Xi Jinping, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, minutos después del discurso de Donald Trump, marca la nueva trayectoria económica global. China se asegurará de que su pico de emisiones de gases de efecto invernadero sea antes de 2030 y se compromete a la carbono neutralidad antes de 2060. Es la señal más poderosa a los mercados internacionales desde la firma del Acuerdo de París. La transición global a la economía cero-carbono no tiene reversa y América Latina no puede quedarse atascada apostándole a los combustibles fósiles.
Las tensiones crecientes entre China y Estados Unidos en materia comercial y diplomática son una tendencia de largo plazo que tenía a muchos analistas cautos en cuanto a un posible movimiento del gigante asiático en materia de cambio climático. Sin embargo, el ajedrez multilateral está cambiando rápidamente, y en medio del reajuste, la relación entre la Unión Europea y China, la presión de otros países, y la transición de miles de corporaciones y compañías a ciclos de producción sostenibles a lo largo de sus cadenas de producción, han empezado a dar fruto. China hizo una movida estratégica con un anuncio ambicioso, que, tras el intercambio bilateral reciente entre Beijing y Bruselas, marcó la pauta económica para la década que empieza.
El anuncio sigue los pasos de la Unión Europea que afianzó sus compromisos de cambio climático recientemente, anunciando reducciones de gases de efecto invernadero de al menos 55% para el 2030 y carbono-neutralidad para el 2050. Adelantándose a las elecciones que definirán el futuro de la Casa Blanca, la cooperación en materia de cambio climático entre Europa y China va cristalizando nuevas alianzas que podrían o bien aislar aún más a Estados Unidos (en el caso de una victoria republicana), o preparar el terreno para una nueva alianza global que acelere, como es necesario, la carrera contra reloj que requiere la ciencia para evitar la debacle planetaria.
Es incierto si Washington seguirá o no la tendencia, pero sí sabemos que el sector privado de EEUU y muchos países ya la siguen, como lo han demostrado los recientes compromisos ambiciosos en cambio climático de compañías como Microsoft, Google, BP, Facebook, las aerolíneas agrupadas en “One World” y muchos otros. Las implicaciones para América Latina no se harán esperar. Países que cuentan con seguir exportando hidrocarburos en el mediano y largo plazo encontrarán mercados cada vez menos favorables y mayor volatilidad, mientras que quienes asuman el reto de competitividad, encontrarán un nuevo ímpetu en torno a las energías renovables no convencionales.
¿Nuestras empresas y sectores están preparados? ¿Tenemos los marcos regulatorios adecuados? ¿Estamos planeando y preparando nuestra entrada a nuevos mercados como la manufactura de equipos de energía renovable, eficiencia energética, productos de procesos bajos en carbono? Es evidente que no. Mientras que países como Colombia y Argentina siguen apostándole al fracking, México hace inversiones billonarias en refinerías y oleoductos, y Brasil es liderado por un gobierno negacionista del problema mismo; la economía regional desaprovecha la oportunidad que se abre a partir de la crisis económica acelerada por la pandemia del Covid-19.
China ya es hoy en día el principal socio comercial en casi toda la región (con contadas excepciones como es el caso de México, Venezuela y Colombia). Si China y la UE avanzan como anuncian, es predecible que empiecen a tomar medidas para que sus industrias no sufran al competir con países que no tienen requerimientos de carbono neutralidad, adoptando tarifas y bloqueos de importaciones que nos pueden afectar si no estamos preparados. Los ganadores de la ventaja competitiva serán quienes se monten en el tren de la descarbonización a tiempo. El momento para corregir nuestro curso es ahora, este año. La ciencia es clara: es necesario reducir a la mitad las emisiones globales en términos absolutos para 2030, y llegar a la carbono-neutralidad en 2050 o antes para evitar cruzar el umbral catastrófico del aumento de temperatura más allá de 1.5C.
Entre tanto, Colombia mantiene una meta insuficiente y aprueba largas listas de termoeléctricas a pesar de contar con amplios recursos renovables. Brasil, aunque tiene una meta absoluta de reducción de emisiones, es insuficiente y además enfrenta una catástrofe de proporciones planetarias con el aumento indiscriminado de la deforestación. Argentina tiene una meta críticamente insuficiente y pone todos los huevos en la canasta de los yacimientos de gas de Vacamuerta. Ecuador se alista para explotar el yacimiento de Yasuní. Además de compromisos de cambio climático que en muchos casos son considerados insuficientes por la comunidad internacional, la mayoría de los países de la región ni siquiera está tomando las decisiones necesarias para cumplir esas metas.
Las inversiones que la mayoría de gobiernos están planeando como medidas de recuperación económica son una oportunidad única -sin duda la última que pueda hacerse a tiempo para construir una trayectoria de desarrollo acorde con los objetivos compartidos del Acuerdo de París y un futuro en que las comunidades humanas florecen junto con los ecosistemas de los que son parte. Desaprovecharla, o lo que es peor, tomar decisiones que nos llevan en el sentido contrario, sería la peor tragedia que hayamos visto.
China tendrá que mostrar un plan de implementación concreto, y anunciar con precisión qué tanto antes de 2030 llegará al pico y declive – debe ser cuanto antes, para cumplir con la ciencia. Sin embargo, la señal está dada, y los mercados seguirán la pauta, tras los compromisos políticos de los grandes jugadores. La evidencia ya está presente: GE no venderá más equipos para operar plantas generadoras a carbón, BP adelantó una década sus cálculos de fecha de “peak oil” para “principios de los 2020s”, Exxon fue expulsado de los índices de S&P Dow Jones, e incluso industrias en que es difícil reducir emisiones como las del acero y del cemento avanzan rápidamente, todo esto en el último mes.
Latinoamérica debe dar un giro con políticas de recuperación que impulsen las industrias verdes, sean justas y ambiciosas, y nos ayuden a adaptarnos a la economía global y mercados internacionales del futuro. Deben ser políticas y programas que privilegien sectores bajos en emisiones, diversificando las economías y preparándose para una desaparición paulatina y ordenada de las exportaciones de hidrocarburos.
Los gobiernos actuales, casi sin excepción, no parecen estar a la altura del reto.
Andrea Guerrero García es cofundadora de Transforma, asesora senior en Mission2020 y el equipo de cambio climático del Secretario General de las Naciones Unidas.
Isabel Cavelier Adarve es cofundadora de Transforma, asesora senior en Mission2020 y directora de estrategia en el International Climate Politics Hub.
Maria Laura Rojas es cofundadora y directora ejecutiva de Transforma.