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Ciencia, ‘clickbait’, sensacionalismo y conocimiento

Imagen del planeta Venus facilitada por la Agencia Espacial de Estados Unidos.NASA / Reuters

La ciencia conjuga verbos como preguntar, imaginar, idear, construir, experimentar, calcular, publicar, discutir, criticar, divulgar, fracasar, superar, responder… Todos ellos son necesarios para superar los límites de nuestro conocimiento sobre la realidad y avanzar de manera lenta, pero segura, en nuestro entendimiento de todo lo que existe.

En toda investigación muchas cosas pueden fallar, lo más fácil es equivocarse, y por eso gran parte del método científico se ha ideado para superar el error, pulir las teorías y llegar al conocimiento absoluto e irrefutable, algo que el propio método científico califica como imposible. Nos centramos hoy en una de las últimas etapas del método científico: la publicación de resultados, tanto a nivel profesional como divulgativo Hay múltiples preguntas relevantes sobre el tema, entre ellas: ¿Por qué hay que publicar en ciencia? ¿Cuál es el objetivo final? ¿Deben publicarse solo resultados finales? ¿Todo lo que se publica es verdad? ¿Cómo difundir la ciencia a nivel profesional y divulgar para todo el mundo? Algunas las intentaremos contestar con un ejemplo reciente en el ámbito de la astrofísica.

Hace unos meses se anunció en todos los medios el descubrimiento de una molécula de fósforo, uno de los elementos esenciales para la vida, en la atmósfera de Venus. Este es el planeta más parecido a la Tierra en el Sistema Solar en muchos aspectos como tamaño o geología, pero Marte es el “favorito” de los terrícolas, quizás porque Venus es un lugar extremadamente caliente e inhóspito. Tanto en la comunidad científica como entre el público en general se organizó un gran revuelo, empezando porque hubo un embargo de la noticia, típico en revistas científicas, que se rompió de una manera un tanto extraña. Se produjo, en definitiva, un vendaval de reacciones que, en parte, han sido perjudiciales para la ciencia.

El segundo objetivo de publicar, el más importante, es ofrecer el trabajo para que sea objeto de escrutinio, comentario, crítica constructiva (no vale de nada ningún otro tipo) e inspiración

Empezamos por lo principal: ¿por qué publicar artículos científicos? Básicamente, es una estrategia que funciona en dos sentidos. Primero, explicar algo a alguien es la mejor manera de entenderlo, de identificar flaquezas y puntos relevantes. Y en ciencia el papel no lo aguanta todo. Se necesita organizar ideas, contextualizar tu trabajo, y presentar datos, métodos y resultados de manera que sean asequibles al lector. El ser asequible se relaciona directamente con el segundo objetivo de publicar, el más importante: ofrecer el trabajo para que sea objeto de escrutinio, comentario, crítica constructiva (no vale de nada ningún otro tipo) e inspiración para nuevos proyectos que nos ayuden a avanzar en nuestro conocimiento. En definitiva, es la misma estrategia que se describe en Gambito de dama y que aplica en muchos aspectos de la vida: los soviéticos tenían mucho más éxito en el ajedrez porque compartían su intelecto para “ayudar al equipo”. Varias mentes trabajando sobre el mismo problema llegan a soluciones más rápido y serán más ingeniosas que una sola.

La mejor forma de afrontar esos dos objetivos es escribir un artículo científico, y luego, o al mismo tiempo, presentar y defender tu trabajo cara a cara ante otros científicos y también ante el público general. No funciona solo hacer lo segundo y menos lo tercero, como las ruedas de prensa sobre las vacunas de la covid a las que asistimos a finales del año pasado. Solo presentando datos, métodos de análisis y resultados, otros científicos pueden, con una visión más libre de prejuicios y menos subjetiva comparada con los investigadores que han dedicado meses o años a trabajar en un proyecto, ayudar a avanzar de manera más segura en el conocimiento.

La cantidad de artículos que se publican es ingente y muy difícil de digerir por cualquier investigador. Hay un exceso de información

En las publicaciones científicas nos enfrentamos a problemas conocidos, compartidos con otras actividades. No estamos al margen de actitudes poco edificantes para alimentar egos u obtener financiación a toda costa. Cada vez hay más competencia en ciencia luchando por fondos muy limitados en muchos países. Ante tanta competencia, la cantidad de artículos que se publican es ingente y muy difícil de digerir por cualquier investigador. Hay un exceso de información. Eso lleva a que cada vez los científicos ponen más esfuerzo en que los artículos científicos sean más atractivos para otros científicos y para el público en general, en términos de la claridad de exposición de resultados o incluso estar bien escritos desde el punto de vista literario. También caemos en el pecado del clickbait o de la simplificación en la exposición del trabajo, sobre todo al divulgarlo, que puede llevar a la pérdida del rigor científico y a disfunciones a la hora de presentar resultados científicos en la propia comunidad científica y al público en general.

Pero este no es el caso del artículo sobre Venus, que presentaba dos experimentos diferentes e independientes indicando “la aparente presencia de fosfina en la atmósfera de Venus” (citando palabras del propio artículo) y que añadía, además, una batería de posibles explicaciones, entre ellas la última mencionada era la presencia de vida. El artículo fue mandado a una revista científica, pasó por la revisión de un editor y el escrutinio de tres expertos anónimos, que normalmente son bastante duros y seguramente ayudaron a pulir el trabajo presentado. Una vez pasados estos filtros, fue publicado y presentado a la sociedad en una nota de prensa. En este sentido, los autores del artículo sobre fosfina en Venus siguieron el método científico a rajatabla y produjeron una publicación de calidad, honesta y de gran relevancia. ¡Y para calificarla así no hace falta discutir sobre si el artículo “estaba mal”!

La ciencia camina por los límites del conocimiento y caminar por un límite es incierto y peligroso

La ciencia camina por los límites del conocimiento y caminar por un límite es incierto y peligroso. Tan pronto puedes dar un paso en falso, equivocarte y despeñarte, como encontrar un buen punto de apoyo para ir un poquito más allá. Volviendo al tema de la fosfina en Venus, el artículo original fue bastante elaborado y ecuánime en cuanto a realizar una discusión exhaustiva de las limitaciones de la toma de datos y de las distintas posibilidades en la interpretación de los datos, además de sugerir nuevos experimentos para confirmar las interpretaciones. Una de esas interpretaciones implicaba la existencia de vida en Venus, algo extremadamente relevante, contestaría a la eterna pregunta: ¿estamos solos en el universo?, lo que seguramente llevó posteriormente a una espiral de exageraciones, tergiversación, sensacionalismo y sobreexposición de solo algunos de los resultados presentados en al artículo. No solo ocurrió en la parte divulgativa, también hubo gran revuelo y sobreexcitación en la comunidad científica, con actitudes nada edificantes entre compañeros de profesión y vocación.

Visto lo que pasó, ¿quiere decir que la publicación de este trabajo no debió hacerse?, ¿hubo fallos en el proceso de presentación de resultados? Incluso ahora sabiendo que hubo un problema en la toma de datos, y que no parece haber fosfina en Venus, siendo asimismo dudoso que, si hubiera fosfina, fuera prueba de que existe vida, la respuesta es que ese artículo siguió de manera perfecta el método científico. Cumplió su cometido y su publicación sirvió para avanzar en nuestro conocimiento, aunque sea a través de un resultado muy discutible, incluso equivocado, basado en datos erróneos. Efectivamente, la discusión científica a escala mundial sobre este tema de la fosfina ayudó a detectar fallos experimentales que podrían afectar a otros proyectos, abrió un debate científico sobre compuestos que indicarían la presencia de vida, los llamados biomarcadores, e incluso nos envió una señal muy útil sobre la forma más adecuada de presentar los resultados científicos y discutirlos con otros investigadores y de divulgar la ciencia, especialmente en un tema tan atractivo y trascendente como la existencia de vida extraterrestre. Todos aprendimos, nos preguntamos sobre los orígenes de la vida, el conocimiento avanzó, la ciencia merece la pena incluso siendo falible.

Pablo G. Pérez González es investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA)

Vacío Cósmico es una sección en la que se presenta nuestro conocimiento sobre el universo de una forma cualitativa y cuantitativa. Se pretende explicar la importancia de entender el cosmos no solo desde el punto de vista científico sino también filosófico, social y económico. El nombre “vacío cósmico” hace referencia al hecho de que el universo es y está, en su mayor parte, vacío, con menos de 1 átomo por metro cúbico, a pesar de que en nuestro entorno, paradójicamente, hay quintillones de átomos por metro cúbico, lo que invita a una reflexión sobre nuestra existencia y la presencia de vida en el universo. La sección la integran Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología; Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM); y Eva Villaver, investigadora del Centro de Astrobiología

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