El agravamiento de la pandemia en Túnez, convertido ya en el país de África con mayor mortalidad por covid-19, la crisis económica y la caótica gestión de la campaña de vacunación sacaron este domingo a las calles a cientos de tunecinos. En varias ciudades del país, los manifestantes exigieron la dimisión del Gobierno y la disolución del Parlamento. Algunas de estas protestas derivaron en incidentes violentos. En la capital, Túnez, la policía respondió con gases lacrimógenos al lanzamiento de piedras por parte de los manifestantes, mientras que, en Tozeur, en el suroeste del país, varios participantes en la marcha de protesta incendiaron la sede local del partido Ennahda, mayoritario en el Parlamento.
También en Sousse (sureste), la sede de esta formación islamista sufrió a su vez un ataque cuando varios manifestantes trataron de asaltar sus locales. Gafsa, Sidi Bouzid, Monastir y Nabel fueron escenario de protestas similares aunque, en esas localidades, no se ha informado de incidentes violentos.
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“Nuestra paciencia se ha agotado… no hay soluciones para los desempleados” dijo a la agencia de noticias Reuters Nourredine Selmi, un parado de 28 años. “No pueden controlar la epidemia… No pueden darnos vacunas”, afirmó, en alusión a las escenas que se difundieron de los centros de vacunación el 20 de julio, durante la fiesta del Sacrificio, o Eid Al Adha.
Ese día, con motivo de la celebración más importante del año para los musulmanes, el ministro de Sanidad, Faouzi Mehdi, anunció la apertura extraordinaria y sin cita previa de los centros de vacunación para todos los mayores de 18 años, lo que provocó que miles de personas se presentaran a sus puertas con la esperanza de ser inmunizados y la formación de enormes colas, junto con escenas de empujones y estampidas humanas. Las dosis previstas fueron insuficientes para atender la enorme demanda y muchos tunecinos volvieron a sus casas sin recibir la vacuna después de esperar horas. El caos que mostraron esas imágenes provocaron la destitución ese mismo día del titular de Sanidad.
Estas escenas sentenciaron definitivamente la imagen de mala gestión de una pandemia que ha matado ya a 17.664 tunecinos, de una población de 11,6 millones de habitantes, y provocado 550.000 casos, lo que ha situado a Túnez como el país con mayor mortalidad por covid de África, según los datos recogidos por la universidad Johns Hopkins. Solo el 5% de los habitantes del país magrebí ha sido vacunado, una de las tasas más altas de inmunización en el continente africano, pero aún muy lejos de los porcentajes que permitirían reducir la presión sobre los depauperados hospitales del país, cuya tasa de ocupación hospitalaria alcanzó en julio el 90%. A principios de mes, las autoridades tunecinas reconocieron que la situación era “catastrófica” con casos como el de un policía que agonizó tirado en una acera delante de un hospital sin que el necesario oxígeno que precisaba para sobrevivir llegara a tiempo.
Ante la lentitud de la vacunación- en gran parte debida a la escasez de dosis de las que disponen las autoridades tunecinas- el presidente Kaïs Saïed ordenó el 9 de julio a las Fuerzas Armadas del país que empezaran a vacunar a los ciudadanos.
Las protestas de este domingo son una nueva muestra del hartazgo de parte de la población tunecina. Más de diez años después del derrocamiento del dictador que durante 27 años había regido el país con mano de hierro, Zine El Abidine Ben Alí, en 2011, Túnez sigue sin alcanzar la esperanza de prosperidad que la revuelta popular que derrocó al autócrata hizo alumbrar entre muchos tunecinos.
El país ha conocido desde entonces una sucesión de gobiernos frágiles, incapaces de acabar con dos de los motivos subyacentes de la revuelta de 2011: las elevadísimas tasas de paro juvenil, que ese año alcanzaron el 43% de la población activa de entre 15 y 24 años y la pésima calidad, o incluso la ausencia, de los servicios públicos. Aunque ese desempleo juvenil se redujo al 35% en 2019, según datos del Banco Mundial, el desencanto de la población, especialmente de sus jóvenes, no ha hecho sino aumentar.
Este contexto ya complicado se ha visto agravado por la pandemia de la covid-19. Sectores tan importantes para la economía del país como el turismo, que constituía en 2019 un 14% del PIB tunecino, según datos de la Federación de Hoteleros de Túnez y empleaba al 11% de la población activa, han sido duramente golpeados por las restricciones de los viajes internacionales. La parálisis del Gobierno del primer ministro Hichem Mechichi y su fragilidad amenazan también con dar al traste con los esfuerzos para negociar un préstamo del Fondo Monetario Internacional, considerado crucial para estabilizar las finanzas del Estado. La otra cara de ese préstamo es el temor de que los fondos de esa institución internacional se condicionen a recortes en el gasto público que hundirían aún más en la pobreza a los tunecinos más menesterosos.
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