Opinaban todos. Su madre, su primera profesora de canto, directores, críticos, compañeros de reparto y, cómo no, sus dos maridos. Sin embargo, puede que nadie supiera de verdad quién era Maria Callas. Ni siquiera ella misma. “Apenas me dejaba conocer”, confiesa la diva hacia el final de Yo soy Maria Callas (Planeta Cómic), de Vanna Vinci, un viaje de 184 páginas entre ovaciones y dolor. A esas alturas, el lector ya ha escuchado a todo su entorno. A quien la amó, la odió, la envidió o la usó. Ha asistido a los triunfos y las caídas de una carrera extraordinaria. Pero, ahora, en el centro de un folio negro, la cantante se ha quedado sola. Cansada, apoya la cabeza en las manos, como en una de sus fotografías más célebres. Y agrega: “¿Una leyenda? ¿Qué es una leyenda? En el fondo, creo que solo fui un ser humano”.
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Vinci asegura que buscaba justamente eso. “Intenté excluir la parte ligada a la música, porque de ese aspecto no sé nada. Quise entrar en contacto con la persona”, afirma la autora de la biografía de la cantante. Una receta parecida a la que María Herreros empleó para Georgia O’Keeffe (Astiberri), novela gráfica dedicada a la vanguardista pintora de las flores y los rascacielos: “Quería poner el foco en su personalidad magnética y en cómo afrontó los retos de su vida”. Y no solo: estos días, en las librerías se dibujan más retratos de grandes creadoras del siglo XX. Anaïs Nin en un mar de mentiras (Garbuix Books), de Léonie Bischoff, parte de los famosos diarios de la escritora para bucear en su valentía y su literatura desbordante. En Eileen Gray. Una casa bajo el sol (Aloha), Charlotte Malterre-Barthes y Zosia Dzierżawska arrojan luz sobre una eclipsada pionera de la arquitectura y el diseño moderno. Y Las tres vidas de Hannah Arendt (Salamandra Graphic), de Ken Krimstein, relata la historia y las ideas de una filósofa que siempre pensó por delante de su tiempo.
Todas, en realidad, vivieron adelantadas a su época. Una cosa las une: su talento trascendió escándalos y resistencias. “Anaïs se atrevió en un territorio presuntamente solo masculino, el de la sexualidad, el placer y el deseo. Escribió como sujeto, y no como objeto, sobre un tema tan tabú”, reflexiona Bischoff. “El hilo rojo que las conecta es que, por más que sufrieran presiones y problemas sociales, profesionales o incluso matrimoniales, han sido al menos en cierta medida libres, al igual que sus cerebros”, agrega Vinci, que ha trazado en otros tebeos la vida de Frida Kahlo o Tamara de Lempicka.
Aunque también pagaron un precio por ser fieles a sí mismas. O’Keeffe lamentaba que sus arriesgadas pinturas se interpretaran bajo una perspectiva de género. “Nunca quiso representar nada, ningún movimiento. Quería ser artista, no mujer artista. Nos hace recordar que, por encima de todo, es importante el feminismo de acción, el que empieza en tu casa”, sostiene Herreros. Y solo muchos años después los manuales de arquitectura aceptaron que Gray resultaba más brillante que muchos de sus compañeros y que su casa E-1207 suponía todo un hito del diseño.
Las autoras dibujadas comparten también una difícil relación con los hombres: de Martin Heidegger a Henry Miller, pasando por Aristóteles Onassis, maridos y amantes son una obsesión, pero también, a menudo, un obstáculo hacia el triunfo. “Anaïs Nin sabía que los hombres se sentían amenazados por las mujeres poderosas, así que siempre escondió las partes de ella que pudieran herirlos. Es una estrategia femenina que todavía existe en muchos casos, conscientes o no”, considera Bischoff. “Maria Callas era un tigre y, a la vez, una niña”, lo resume Vinci, que también narra en el cómic la tormentosa relación de la artista con su cuerpo.
Tal vez para estar a la altura de tamañas protagonistas, los propios cómics se han atrevido a romper esquemas. Yo soy Maria Callas es una larga tragedia griega, con prólogo, estásimos, éxodo y un coro de voces, de Pier Paolo Pasolini a Onassis, que acompaña el relato de la diva. “Quería que saliera de la página y atacara al lector. El tebeo permite crear un mundo muy grande en un espacio muy pequeño. Y ofrece una libertad extrema”, afirma Vinci.
Bischoff, en cambio, ha esbozado la historia de Anaïs Nin con un lápiz de múltiples colores. Tantos, explica, como las “facetas de su personalidad”. Georgia O’Keeffe fía buena parte de su relato a sombras, matices y silencios, mientras que ciertas páginas de Eileen Gray. Una casa bajo el sol parecen diseñadas por la propia arquitecta. Y Las tres vidas de Hannah Arendt, pese a una estética menos sorprendente, juega a mezclar los registros, resumiendo con ironía teorías filosóficas sesudas o sucesos trágicos.
Detrás de las páginas, eso sí, no hay ninguna receta revolucionaria. Más bien, un método tan antiguo como eficaz: documentación. Tanto que algunas de las obras terminan con una desmesurada bibliografía. Krimstein confiesa que todavía sigue leyendo sobre Arendt, a la que considera inabarcable: “Creo que fue una de las personas más interesantes, fascinantes y provocativas de la historia”.
Vinci empezó con la colosal biografía de Callas que escribió Jean-Jacques Hanine-Roussel, siguió con otros libros, y añadió decenas de documentales y entrevistas, para reconstruir la voz de la diva y la de quienes la rodearon. Y Herreros contó con el apoyo y el conocimiento de las expertas del museo Thyssen, coeditor del cómic, además de con las miles de cartas de O’Keeffe. Tanto, que decidió que la artista hablara solo a través de lo que dejó escrito. “No le gustaba que nadie pusiera palabras en su boca, porque a menudo la malinterpretaban”, agrega.
La dibujante cree que el ejemplo de tantas creadoras icónicas puede servir de modelo para muchas niñas. Aunque subraya: “Me parece importante dejar de representarlas de forma idealizada y siempre en su juventud, poniendo el foco en su belleza. No se trata de canonizarlas, sino de permitirles tener sus contradicciones, ser reales”. Porque hoy se han convertido en leyendas. Pero fueron, sobre todo, seres humanos.
Casi dos siglos de biografías en cómic, por Álvaro Pons
Es indudable que el género biográfico ha encontrado en el noveno arte un espacio natural en el que se encuentra cómodo. Pero la explosión que ha vivido el relato de la vida personal y ajena en viñetas en las últimas décadas se cimienta en una larga relación que se inicia hace casi dos siglos, cuando en 1840 Alfred de Musset se fijó en las “historias en estampas” que había popularizado Rodolphe Töpffer para contar con humor las frustrantes peripecias amorosas entre la cantante Pauline Garcia y el escritor e hispanista Louis Viardot. Es cierto que desde esa fundacional ‘Mariage de Pauline Garcia avec Louis Viardot’ el género no se prodigó en exceso, pero no dejó de aparecer en diferentes formas y desde perspectivas muy diversas: en los años treinta, Henry Kiyama contaba en ‘El manga de los cuatro inmigrantes’ sus experiencias como inmigrante en el San Francisco de los años veinte, dando entrada a la autobiografía en la historieta, mientras la biografía se expandía con facilidad ya en los años cincuenta a través de series que no escondían su vocación enciclopédica, como la recordada ‘Vidas ilustres’, de la editorial mexicana Novaro. A partir de los sesenta, la autobiografía se consolidará como el género de mayor recorrido, primero desde Japón a través de la obra de los primeros autores de ‘gekiga’ (imagen dramática, en japonés), Shinji Nagashima, Yoshihary Tsuge, Shinichi Abe o Tadao Tsuge, y más tarde en occidente con el cómic ‘underground’ americano, que trabaja sobre todo desde un desarrollo visual y simbólico que genera con facilidad una corriente de empatía y reflexión en la lectura, con Carlos Giménez como uno de sus pioneros más importantes con ‘Paracuellos’. Autores como Justin Green, Spain Rodriguez, Robert Crumb o Harvey Pekar sientan las bases de una forma de narrar la vida propia que tendrá en la década de los ochenta un espaldarazo definitivo con obras como ‘Maus’, de Art Spiegelman; ‘Pompeo’, de Andrea Pazienza; ‘Alec’, de Eddie Campbell, o ‘Historia de una niña’, de Phoebe Gloeckner. Obras fundamentales para entender la expansión del género que se popularizaría a finales del siglo XX y principios del XXI con las novelas gráficas de David B, Marjane Satrapi, Edmond Baudoin, Zeina Abirached, Craig Thompson, Guy Delisle, Lynda Barry, Alison Bechdel o Jeffrey Brown. Las obras de estos autores y autoras sientan una nueva forma de narrar la vida, que pronto será trasladada más allá de la propia a la narración del devenir ajeno rompiendo la dialéctica tradicional del género entre objetividad y subjetividad. El cómic biográfico abandona el didactismo más lineal para aprovecharse de la capacidad metafórica del dibujo, que permite tanto el acercamiento más historicista como la lectura más personal, pasando por la intención pedagógica desde una diversidad en auténtica ebullición.
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