Jefe de los investigadores de la Fiscalía federal durante el último Gobierno del PRI, Omar García Harfuch encarna la esperanza de paz de la nueva Administración de Ciudad de México, liderada por Morena. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, le nombró hace unos días jefe de policía de la capital. Ello pese a las suspicacias sobre su ascendencia, su padre y su abuelo simbolizan al PRI más represor, el del 68 y la Guerra Sucia; también pese a las críticas de su actuación en el contexto del caso Iguala: García Harfuch era el jefe de la Policía Federal en Guerrero cuando desaparecieron a los 43 estudiantes.
Los niveles de violencia en la ciudad han acabado en menos de un año con el primer director de la policía que nombró Sheinbaum, Jesús Orta. Entre enero y agosto de este año, la ciudad ha registrado 1.003 asesinatos, para una tasa de 11.4 por cada 100.000 habitantes. En el mismo periodo del año pasado fueron 907 asesinatos, que ya era un número altísimo. Con García Harfuch, que antes de la policía ha estado unos meses dirigiendo a los investigadores de la fiscalía local, la jefa de Gobierno para que ha encontrado, más que un colaborador de confianza, una plegaria. Ningún funcionario de alto nivel del régimen anterior ha alcanzado cotas de poder tan amplias como él en Gobiernos de Morena.
Antes de la fiscalía priista, García Harfuch, de 37 años, hizo carrera en la Policía Federal. Manelich Castilla, encargado de la corporación durante el último tramo del Gobierno de Enrique Peña Nieto, recuerda que entraron a la vez, “como en 2008, o 2009, cuando la policía empezó a buscar perfiles distintos, más enfocados en la investigación”. Castilla dice que si hay algo que caracteriza a Omar es la seriedad. “Era muy joven y ya estaba dando resultados. Podría haber tenido una vida más tranquila, por su familia, pero decidió ser policía”.
Su familia, los García. La genealogía paterna del jefe policial es un compendio de historia priista, un atlas del poder político y económico de la segunda mitad del siglo XX. Su abuelo, Marcelino García Barragán, fue secretario de la Defensa Nacional durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. Barragán dirigió, al menos en parte, la represión contra los estudiantes en 1968, que acabó en los trágicos eventos del 2 de octubre en Tlatelolco, cuando agentes estatales asesinaron a decenas de personas. El general siempre se desmarcó de la matanza. Su hijo, el padre de Omar, Javier García Paniagua, creció al amparo del partido y en 1976 alcanzó la jefatura de la Dirección Federal de Seguridad, DFS, el aparato contrainsurgente del estado. Con los años se han documentado cantidad de casos de tortura, asesinato y desaparición forzada cometidos por la DFS. Durante el mandato de Paniagua nació además la Brigada Blanca, conformada por policías, agentes de la DFS, etcétera, cuyo objetivo era aniquilar todo lo que oliera a guerrilla en el Valle de México.
El periodistas Ricardo Ravelo, que ha seguido los pasos de la familia desde hace años, cuenta que en México, “la familia García Paniagua está plagada de claroscuros, particularmente Javier. Él fue acusado de proteger actividades criminales. Y luego su hijo, Javier García Morales, fue asesinado en Guadalajara en 2011, presuntamente por un cartel. Durante muchos años se le relacionó con tráfico de drogas y lavado de dinero”.
García Morales era hermanastro de Harfuch. Es fruto del primer matrimonio de García Paniagua, que después se casó con la actriz María Harfuch Hidalgo, más conocida como María Sorté.
No está claro qué peso han tenido el apellido y la historia familiar del jefe de policía en su trayectoria profesional. Pero sí que creció, y mucho, al amparo del PRI. Fue precisamente con el partido en el poder cuando llegó a uno de sus primeros cargos importantes, la coordinación regional de la Policía Federal en Guerrero. Castilla menciona que consiguió el puesto por su efectividad desarticulando bandas de secuestradores y extorsionadores. Lo cierto es que ante el gran desafío en materia de seguridad del sexenio anterior, la desaparición forzada de los 43 estudiantes en Iguala, Harfuch se puso de perfil.
En la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, al menos dos policías federales atestiguaron la desaparición forzada de entre 15 y 20 estudiantes en Iguala. No hicieron nada por evitarlo. Al menos esa es la conclusión del informe que elaboró la oficina del ombudsman, publicado el año pasado. Cuestionado por los investigadores de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, García Harfuch informó de que aunque formalmente seguía siendo jefe de la federal en Guerrero, en la práctica ya estaba trabajando para otra división de la Policía en Michoacán. Los investigadores descubrieron documentos sin embargo que contradicen las declaraciones de García Harfuch y lo sitúan en Guerrero esos días, pendientes de lo ocurrido.
Y otra cosa. Menos de un mes después, cuando las autoridades capturaron a Sidronio Casarrubias, presunto líder del grupo criminal que participó en la desaparición de los estudiantes, le encontraron una libreta con nombres de policías y funcionarios, junto a sus números de teléfono. Uno de ellos era García Harfuch. El nuevo jefe de policía de Ciudad de México nunca ha aclarado ni una cosa ni la otra.
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