Tras dos años sonriendo con los ojos, saludándonos con el codo y guardando la distancia social, en el momento en que caigan las mascarillas, anunciado este miércoles para el 20 de abril, podemos sentirnos inseguros o incluso en peligro. Por un espacio de tiempo prolongado, el miedo a contagiarse ha estado muy presente en la sociedad. Si aceptamos que un hábito puede implantarse a partir de tres semanas de aplicación diaria, como afirman algunos autores, lo que llevamos vivido desde marzo de 2020 va a complicar en muchos casos el retorno a la normalidad sin mascarillas. Algunos pueden sentir que ponen su salud en riesgo si alguien les habla a corta distancia sin cubrebocas, y pueden sentirse aún más incómodos si reciben dos besos, un abrazo o incluso un simple apretón de manos.
En palabras de la psicóloga y divulgadora Monia Presta, “durante la pandemia, las personas se han acostumbrado a vivir en un estado permanente de distrés”. Esta clase de estrés negativo hace que tengamos siempre activado el sistema de alarma. Tras un periodo tan largo como el que hemos vivido, esa alarma seguirá activada aunque la normativa o el riesgo real hayan cambiado.
“Cuando un ser humano cree estar en peligro, su paleocórtex activa una estrategia de ataque o huida”, afirma la psicóloga italiana. Y añade: “La duración de la crisis sanitaria ha instaurado en nosotros esa alarma. Como el ser humano es en esencia adaptativo, muchas personas tendrán problemas para volver a la vieja normalidad. Del mismo modo que nos ha costado adaptarnos a todas estas restricciones, la readaptación también llevará un tiempo”.
Veamos cuatro medidas que pueden ayudar en ese proceso:
1. Hacer cambios paulatinos
Dos años con el mecanismo de alerta encendido obligarán a una fase de transición para volver a sentirnos cómodos en la vieja normalidad. Nos hemos acostumbrado a la mascarilla, a la falta de contacto y a la distancia social de metro y medio. Para muchas personas no es posible pasar de 0 a 100 sin sufrir cierta aprensión. El secreto es readaptarnos poco a poco, como en una terapia de exposición progresiva a aquello que nos asusta.
2. Ser espontáneos
Tan estresante resulta mantener la alarma encendida cuando ya no hay motivo para ello, como forzarse a volver a la conducta previa a la covid sin haber aterrizado psicológicamente en la normalidad. Cada perfil de personalidad necesitará un ritmo distinto. El fóbico tendrá más problema en sacarse la mascarilla, especialmente en los lugares cerrados, y puede dar un paso atrás de forma instintiva cuando vayan a besarle o abrazarle. Los gestos y hábitos externos, al final, son una expresión de cómo estamos por dentro. Quien más se haya nutrido de noticias alarmantes, más habrá alimentado el miedo y precisará de un periodo de detox más largo.
3. Vigilar el estrés postraumático
Los terapeutas y psiquiatras cada vez observan en consulta más síntomas de estrés postraumático. Los dos años de pandemia, con o sin pérdidas en el entorno más cercano, pasan factura en forma de insomnio, ansiedad generalizada o hipocondría. El miedo a afrontar el estímulo puede derivar en conductas de evitación e incluso de autoconfinamiento. Este problema se ceba, sobre todo, en personalidades fóbicas y en la población de edad avanzada, que al haber sido colectivo de riesgo tendrán más dificultades a la hora de pasar página.
4. Reaprender los placeres de la vida
Para viajar del miedo al amor es necesario dejar de pensar en amenazas y empezar a hacerlo en clave de beneficios. Reconozcamos la belleza de una sonrisa que por fin podemos ver en los labios. O el sentimiento de confort que nos embarga cuando recibimos un abrazo bien dado. Dependiendo de las aficiones y del carácter más o menos social de cada persona, habrá placeres concretos que nos alegraremos de devolver a nuestra lista: vibrar con los espectadores de un concierto, cantar un gol en un estadio lleno, volver a los almuerzos o cenas de amigos que son una celebración de la vida.
Más allá de la pandemia y de los conflictos bélicos, de las amenazas pasadas, presentes y futuras, no podemos vivir atenazados por el miedo, ya que eso nos impedirá disfrutar del regalo de la existencia. Como decía el novelista Robert Louis Stevenson, “no hay deber que descuidemos tanto como el de ser felices”.
Un hábito con historia
— Décadas antes de la irrupción de la covid-19, los viajeros a Japón se sorprendían de que parte de los pasajeros del metro o los trenes iban con mascarilla. Muchos lo hacían para evitar contagiar a los demás, por ejemplo si estaban resfriados, pero bajo esta práctica está también la fijación japonesa por la limpieza, la evitación del riesgo y el deseo de filtrar la polución ambiental.
— Este hábito, que se volvió estricto durante la pandemia, podría explicar la reducida tasa de contagios en el país, la más baja entre las siete grandes economías del mundo.
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