Clyo Mendoza creció en el rechazo a lo español porque su único antepasado ibérico había renegado de su origen. Su abuelo paterno vio morir a sus padres muy temprano y fue esclavizado por sus tíos por lo que, una vez en México, educó a sus descendientes en la negación de aquel pasado. En su sangre hay por tanto españolidad, si es que así puede llamarse a un RH impreciso que hoy sigue generando debate, como hay también el ADN indígena de una bisabuela náhuatl y de familia mixteca. Una mezcla como la de tantos mexicanos que ha convertido a esta escritora de 28 años nacida en Oaxaca en ejemplo de mestizaje y de una convivencia de siglos que hoy estalla en crujidos demagógicos a ambos lados del Atlántico.
Si Andrés Manuel López Obrador, presidente de México más conocido como AMLO, exige a España que pida disculpas, José María Aznar se chotea aquí de sus apellidos tan poco indígenas. Si el Papa pide perdón por los excesos, como han hecho Reino Unido u Holanda con sus antiguas colonias, Isabel Díaz Ayuso maldice el indigenismo como un nuevo comunismo. No hay zonas de búsqueda de verdades ni intención de conocer el pasado sin prejuicios. Por ello es inevitable preguntar a Mendoza, autora de la novela Furia (Sigilo/Almadía) y muy conocedora de las comunidades indígenas, por este lío.
Pregunta. ¿Cree que España debe pedir perdón?
Respuesta. Sí. La mayoría de los mexicanos esperaría una disculpa, eso generaría cierto sosiego. Todos somos nietos o tataranietos de españoles, pero hay una necesidad profunda de sanar el linaje. A lo que aspiramos es a hacer las paces con el árbol genealógico. Al saber que venía a España, muchos me han dicho: “Cuando vea a los españoles dígales que nos deben una disculpa”.
P. ¿Son los indígenas víctimas?
R. Lo somos todos los que vivimos en un sistema económico como este. AMLO puede solicitar que se pidan disculpas, pero él mismo también promueve un tipo de indigenismo exotizado, ajeno a la realidad. Conocerles no es ponerte un sombrero con plumas y visitarles, es estar con ellos. Y lo digo con la inocencia de la niña que ha vivido allí.
P. Usted se crio en pueblos indígenas porque su madre era maestra rural. ¿Qué aprendió de ellos?
R. La primera riqueza fue la libertad, los padres nos dejaban libres y eso era incompatible con la ciudad. Así pude compenetrarme con amigos zapotecas y mixtecas. Entonces hablar un idioma indígena estaba mal visto y yo percibía la vergüenza que sentían al no hablar español. Pero eso no es culpa de los españoles, sino del propio sistema. La conquista determinó lo que somos, pero fue hace tanto tiempo que no creo que los españoles contemporáneos sean culpables. Lo que se apela es a que haya una conciencia de los daños, de cómo afectó a América.
P. ¿Es el indigenismo el nuevo comunismo?
R. El indigenismo es una forma burda de abordar el asunto. No me parece empático, es exotista y dispone u opone a los pueblos indígenas como sujeto de estudio o exportación.
P. No me ha dicho si los indígenas son víctimas.
R. Es más complejo porque hay pueblos indígenas que han logrado acuerdos de organización que no he visto en otros lugares del mundo y se han protegido mejor que otros no indígenas. Pero también hay pueblos indígenas que con la excusa de los usos y costumbres venden niñas, las intercambian por dinero para el narco o los extranjeros. Y otros que han sido mano de obra del narco. Hay demasiadas caras, no se puede generalizar.
P. Usted sitúa su obra en el desierto. ¿Por qué?
R. El desierto es un espacio mítico, sagrado para los huicholes, un territorio que al desafiar la lógica puede ser muy opresivo. La primera vez fui con gente que lo conocía a probar peyote, una planta para ellos sagrada, para ellos es la encarnación de Dios. Pero no es necesario comer peyote para tener experiencias porque el lugar está lleno de mística, aparecen personajes de la nada y pueden desaparecer otros por mucho tiempo. Una vez hice el experimento de dejar una piedra pintada allí y tres años después la encontré en el mismo lugar. He vuelto a menudo al desierto porque mi escritura, como proceso intuitivo y descabellado, me ha hecho volver allí.
P. Su novela tiene gran base en la oralidad.
R. Los idiomas indígenas protegen un secreto, lo intraducible, que apenas se puede escribir de manera metafórica. Tratar de volver una palabra al español desde un idioma indígena es como hacer un poema completo. Ellos no lo verían así, pero es mi visión. Para ellos siempre seré una espectadora, una persona ajena y eso es doloroso. Y sus idiomas prácticamente no se pueden conocer porque no están escritos, apenas hay registros realizados por evangelizadores atraídos por el chamanismo, la brujería, la magia, la mística, y lo han hecho con una distorsión inevitable.
Clyo Mendoza es licenciada en Letras Hispánicas y premio de poesía Sor Juana Inés de la Cruz. La violencia y el erotismo son la harina de su obra en la que el plato final sabe a disidencia: “Mi hermana nació como hombre y ahora es mujer y desde niña he tenido vínculos con personas de sexo divergente. Nada puede ser hegemónico y unificado y aunque los sistemas aspiren a eso, es imposible. Somos un mundo cada vez más mestizado y es esa disidencia sexual, ideológica y territorial la que nos muestra que somos mucho más”. Su novela Furia, sin duda, es una hija nada convencional de esa fusión.
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