En 2004, solo un 11% de la ciudadanía colombiana se autodenominaba de izquierda (excluyendo el centro-izquierda). Una década y media después, esa cifra se ha multiplicado hasta el 28%. El excelente resultado del Pacto Histórico en las elecciones legislativas del domingo y de su líder Gustavo Petro en la consulta para definir al candidato presidencial solo es la culminación de este proceso, quizás el más importante en la sociología política de Colombia en lo que va de siglo. Más incluso que el auge y caída del uribismo: el Centro Democrático ha perdido el liderazgo legislativo ante la doble ausencia de Álvaro Uribe como cabeza de cartel y de un candidato propio en la consulta interpartidista de derechas. Su partido fue superado incluso en votos por el Partido Conservador, que lleva décadas en una decadencia que no se acaba de consolidar. En la carrera presidencial, el exalcalde de Medellín ‘Fico’ Gutiérrez se hizo con la candidatura presidencial en la coalición de la derecha con un discurso firmemente anclado en los valores conservadores clásicos (familia y seguridad).
Los resultados electorales han puesto freno, al menos momentáneo, a la tercera gran tendencia de la política colombiana durante este siglo: la consolidación de un centro político poderoso a partir de posiciones defendidas desde la élite intelectual urbana. Un fenómeno que empezó con el fallido intento del matemático Antanas Mockus de llegar a la presidencia en 2010, y que tiene en el también matemático Sergio Fajardo su (por ahora, debilitado) heredero.
La polarización resultante de este debilitamiento del centro mientras se empodera la izquierda y se realinea la derecha se parece bastante a la del resto de países de la región. Colombia está pasando así de ser una excepción latinoamericana (la democracia más longeva de América Latina, pero también una de las más restrictivas) a uno más en la norma regional.
En ambos extremos ideológicos, la pulsión populista se pelea con el prototipo ideológico: en el corazón del petrismo está la vertiente autoritaria igual que está la progresista e inclusiva, en constante tensión tanto en los discursos de su líder como en la configuración de la plataforma que le ha llevado al (hasta ahora) éxito electoral. Y la derecha aún tiene que resolver si ‘Fico’ le supone una alternativa razonable tras la decepción de la presidencia de Iván Duque, un moderado en su presentación inicial ahora atacado por la derecha nacional-populista autoritaria (encabezada por la senadora del CD María Fernanda Cabal) que, presumiblemente, mantendrá al exalcalde de Medellín bajo análisis hasta que logre un compromiso con su programa de mínimos ‘bolsonaristas’.
El centro, mientras, tiene su propia tensión: el fracaso de las propuestas más urbanas y con un rasgo elitista (no sólo en esta elección, sino desde 2010) contrasta con la solidez que demuestran los centros más pragmáticos e inclusivos. Los que entienden que en un entorno polarizado quejarse de la polarización no es especialmente fructífero: es como quejarse de la lluvia en mitad de una tormenta. La polarización en Colombia, como en cualquier otro sitio, tiene sin duda una dimensión nociva, enfocada en el odio o el miedo al rival (“afectiva”, se le llama en ciencia política). Pero también tiene otro componente sustantivo, ideológico: sencillamente, las posiciones de partida, los intereses, las preferencias de la ciudadanía están divididas en el país. Esto no sólo no es malo, sino que puede argumentarse que es buena cosa que al fin el sistema político institucionalizado esté recogiendo las brechas que atraviesan a la sociedad del país. Cerrando la analogía, el trabajo del político virtuoso no es quejarse de la lluvia, sino canalizarla para que no destruya todo a su paso, sino para que fluya, riegue y alimente a la tierra que bajo ella se encuentra. Si el centro, o los muchos centros que pueblan este espacio cada vez más estrecho en Colombia, quieren ser fructíferos y útiles para el país deben empezar por abrir los nuevos canales hacia la ciudadanía frustrada.
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