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Comer menos por vivir más solo sirve para animales… y en laboratorio


Comer menos hace que se viva más, pero solo si se es un animal de laboratorio. Una revisión de lo que ha avanzado la ciencia sobre la restricción calórica muestra que su impacto positivo en el metabolismo. Sin embargo, la inmensa mayoría de los estudios se han hecho con ratones, moscas, gusanos y levaduras. Por razones éticas y de duración, apenas hay trabajos con humanos. Pero sí existe una serie de experimentos naturales, con resultados contradictorios. Los expertos advierten de los riesgos de estas dietas hipocalóricas y apuestan por una alimentación suficiente, variada y equilibrada.

En 1917, un grupo de investigadores estadounidenses comprobó que las ratas que pasaban algo de hambre vivían casi tres años, mientras que el resto de la colonia bien alimentada murió antes de los 24 meses. Trabajos más recientes han demostrado que, sin tener que llegar a la malnutrición, los ratones y las ratas de laboratorio viven entre un 20% y un 50% más que aquellos que comían lo que querían. En otros organismos como la mosca de la fruta, nemátodos y levaduras, todos invertebrados, la reducción energética alargaba su vida entre dos y tres veces. Pero los humanos no son levadura.

La revisión publicada por la revista Science destaca cómo, a pesar de la cantidad de estudios en animales, “actualmente no es posible saber si las dietas de restricción calórica afectan al envejecimiento biológico de las personas. A diferencia de los ratones, sería necesario realizar estudios controlados durante muchos años para evaluar los beneficios a largo plazo para la vida útil y la salud de los seres humanos”. Sí se han emprendido algunos experimentos con primates no humanos que apuntan al retraso del envejecimiento y, en particular, a una vejez más sana.

Esta investigación revisa tres grandes grupos de dietas cetogénicas, que buscan forzar la quema de grasas, las distintas formas de ayuno intermitente o variaciones de la restricción, por ejemplo de proteínas o algunos aminoácidos. Aunque cada tipo de dieta actúa de manera diferente, tienen en común su impacto en el proceso y velocidad del metabolismo celular.

El nutricionista Julio Basulto, colaborador de Nutrir con ciencia, recuerda que “no es fácil trasladar a los humanos los posibles beneficios en ratones”. Un primer obstáculo es que la restricción calórica conlleva una pérdida de peso, con todo lo bueno que eso supone. Pero esto complica separar el impacto en la longevidad en sí. Los autores del trabajo de Science recuerdan otros problemas para trasladar lo visto en el laboratorio a las personas. Por ejemplo, los roedores que emplean los científicos llevan décadas siendo seleccionados para un desarrollo acelerado (acorta los ensayos) o una reproducción precoz. Eso distorsiona cualquier intervención sobre su longevidad.

“Es imposible obtener datos de longevidad en humanos… Sin embargo, están surgiendo muchos marcadores biológicos de longevidad y vemos que han mejorado notablemente”

Luigi Fontana, director del Programa de Investigación en Longevidad Saludable de la Universidad de Sídney

Tampoco se conocen bien los posibles impactos negativos de la restricción calórica en humanos. Entre estos efectos podrían figurar un debilitamiento del sistema inmune, una peor tolerancia térmica o un descenso de la libido. Basulto añade: “Las personas que más se benefician de estas dietas son aquellas con sobrepeso, pero estas no entran en los estudios. Sin embargo, en el mundo real, añadir restricción calórica a alguien que tiene un trastorno alimentario pude empeorarlo”.

Uno de los mayores experimentos naturales con humanos se venía produciendo en Okinawa, una isla del sur de Japón. Allí tienen la mayor esperanza de vida del mundo desarrollado y 50 personas de cada 100.000 viven 100 años o más, quintuplicando la ratio de otras partes del planeta. Además, el número de causas de mortalidad entre los mayores es un 50% menor que entre el resto de japoneses. Desde el punto de vista nutricional, la gran diferencia radica en que su ingesta de calorías era un 17% menor que la de sus compatriotas o un 40% inferior a la de los estadounidenses. La ocupación por parte de los militares de este último país tras la Segunda Guerra Mundial introdujo la dieta occidental en la isla y hoy los nacidos en este siglo ya tienen la misma esperanza de vida que en el resto de Japón.

Luigi Fontana, director del Programa de Investigación en Longevidad Saludable de la Universidad de Sídney (Australia), reconoce que “es imposible obtener datos de longevidad en humanos… Sin embargo, están surgiendo muchos marcadores biológicos de longevidad y vemos que han mejorado notablemente”. Fontana es un declarado partidario de la restricción calórica: “El secreto para una longevidad saludable se puede encontrar en una combinación de acciones que yo he destacado en mi libro”, en referencia a una obra que publicó el año pasado, The Path to Longevity: The Secrets to Living a Long, Happy, Healthy Life.

En los años 90 y primera década de este siglo hubo un experimento que, por casualidad, sirvió para estudiar el impacto en el metabolismo de la falta de comida. El proyecto Biosfera 2 pretendía crear un ecosistema artificial completo para ensayar la vida en otros planetas. Un problema con los suministros obligó a los ocho participantes a una restricción calórica forzada del 29% durante 18 meses. Aunque restringida, fue una dieta muy vegetal, con fibra y proteínas suficientes. Observaron una mejora en diversos marcadores ya vista en ratones, como un descenso de los niveles de insulina, colesterol y triglicéridos, aumento del cortisol y bajada de la presión arterial y concentración de glucosa. Pero no cambiaron elementos claves del metabolismo como la proteína IGF-1, relevante en el desarrollo, la testosterona o sulfato DHEA, una hormona relacionada con el paso del tiempo. También perdieron masa ósea, en especial en zonas propensas a osteoporosis y fracturas, como la cadera o el fémur. Además, años más tarde, una revisión del experimento descubrió que los voluntarios de Biosfera 2 sufrieron hipoxia crónica y esta falta de oxígeno podría haber viciado los resultados.

Por cierto, uno de los integrantes del ensayo era Roy Walford, un profesor de patología que se hizo muy popular en los años 80 con el libro The 120-year diet : how to double your vital years (algo así como “la dieta de los 120 años: cómo duplicar tus años vitales”). Walford, uno de los fundadores de la Caloric Restriction Society, murió a los 79.

El único estudio científico que analiza los marcadores mencionados por Luigi Fontana es el CALERIE-2. Impulsado por el Instituto Nacional para el Envejecimiento de Estados Unidos (NIA), su acrónimo se refiere a una evaluación de los efectos a largo plazo de la reducción de la ingesta de energía. Se desarrolló en varias universidades estadounidenses con 220 personas sanas y no obesas. Tras dos años de una reducción calórica sostenida de un 25% (en otro grupo fue del 12,5% y otro tanto quemado mediante ejercicio físico), se observó un descenso de los marcadores de estrés oxidativo y una ralentización del metabolismo. No obstante, la baja adherencia al programa puso en duda los resultados. El propio NIA advierte hoy de que “no hay pruebas suficientes para recomendar ningún tipo de dieta de ayuno o restricción calórica”.

“Las teorías del desarrollo vinculan el comer poco en los primeros años de vida con diversas enfermedades ya de adulto”

J. Alfredo Martínez, catedrático en nutrición de la Universidad de Navarra

El catedrático en nutrición de la Universidad de Navarra J. Alfredo Martínez no está de acuerdo en usar los marcadores metabólicos como indicadores de una futura mayor longevidad. Como otros antes, destaca la dificultad de aplicar estas dietas a los humanos. “El ciclo de vida de una rata es muy corto. No podemos dejar a una persona comiendo poco y esperar 80 años”, recuerda Martínez. Además, añade, “las teorías del desarrollo vinculan el comer poco en los primeros años de vida con diversas enfermedades ya de adulto”. Casos extremos fueron el impacto de la hambruna en miles de niños holandeses durante la Segunda Guerra Mundial o los recluidos en los orfanatos de Ceaucescu. Para los adultos, “que las dietas alarguen la vida no se ha podido comprobar ni será fácil comprobarlo”, completa el también director del Programa de Nutrición de Precisión y Salud Cardiometabólica en el Instituto IMDEA Alimentación.

Aún hay más dudas. La investigadora del Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos y Nutrición del CSIC Ascensión Marcos recuerda que “la microbiota está por medio y sufre por este tipo de dietas”. La ciencia tiene cada vez más claro que la flora intestinal no solo afecta al sistema digestivo, todo el cuerpo depende de estos microbios comensales. Marcos cree necesaria una buena educación nutricional más que cualquiera de estas dietas. “Comemos muy mal y la industria alimentaria está por medio”, dice. “En algunas de estas dietas, como la del ayuno, no hay ciencia detrás”, concluye.

Precisamente, investigadores del Departamento de Estudios de la Salud de la UOC y la Universidad de Leicester (Reino Unido) están reclutando a un grupo de mujeres recién entradas en la menopausia para investigar el ayuno intermitente. El responsable del estudio, Salvador Macip, recuerda que en esta fase de la vida de la mujer “se acelera el envejecimiento” y de ahí el interés en la restricción calórica para frenarlo. “Como los autores de la revisión de Science, yo soy muy escéptico hoy, pero no para el futuro”. El gran problema que destaca Macip es que no se han identificado “verdaderos marcadores de envejecimiento”. En ratones, ellos ya han detectado algunos, “los abrimos y vemos cómo han envejecido sus tejidos”. En humanos, los van a buscar en la sangre. En el estudio que están a punto de iniciar, la mitad de las mujeres seguirán una dieta de ayuno intermitente, pero ambos grupos ingerirán la misma cantidad de calorías. Buscan así separar el efecto sobre el peso del impacto en la longevidad. “Esperamos hallar estos marcadores”, termina.

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