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Comienza en Alemania uno de los principales juicios contra la mafia calabresa

Sebastiano Strangio, cocinero de 39 años, echó el cierre de su pizzería en Duisburgo (Alemania) pasadas las dos de la madrugada. Corría el 15 de agosto de 2007, y decidió salir a tomar algo junto a dos camareras y tres amigos. Cuando caminaban hacia sus coches, dos tipos se acercaron y abrieron fuego con pistolas del calibre 9. Cambiaron varios cargadores con toda la calma del mundo y dispararon 59 veces, incluido el tiro de gracia en la cabeza a cada víctima: todas calabresas. El objetivo principal era Marco Marmo, originario de San Luca, como el propio Strangio. Un pequeño pueblo de 3.700 habitantes a 2.144 kilómetros de la fría Duisburgo, donde la Navidad anterior había estallado una guerra de clanes en la que murió la esposa de uno de los capos. Cinco de aquellos cadáveres eran parientes de los responsables, la familia Pelle-Vottari. En la trastienda de la pizzería se escondía una armería, y en el bolsillo de una de las víctimas la policía alemana encontró una estatuilla del arcángel san Miguel quemada. El mundo descubrió aquel día cómo se había propagado el virus de la ‘Ndrangheta.

—¿Qué buscas?

—Busco sangre y honor.

Así se inicia un diálogo de unos 20 minutos para entrar en una organización basada originalmente en dos estratos —sociedad mayor y menor—, en el secreto y en las estrictas jerarquías. Desde ese momento, si es necesario, el nuevo picciotto, el estadio más bajo, matará a su familia a fin de proteger a la ‘Ndrangheta. Cuando jura hay una vela encendida y una figurita de san Miguel Arcángel, protector de la mafia calabresa. El aspirante, pariente de otro miembro, se clava una aguja en un dedo y cada una de las gotas cae sobre la figura que se va quemando. El resto del clan, sentado en herradura, escucha que el nuevo arderá como la estatuilla si traiciona a su nueva familia. Siempre es así. Centenares de sumarios documentan ya una liturgia de la que todavía se desconoce la mayoría de detalles.

La organización nació con robo de ganado y secuestros. Hoy controla la distribución de cocaína al por mayor en Europa

El pueblo de San Luca, conocido por los afiliados como la Mamma, ayuda a entender esta organización. El Corleone de la ‘Ndrangheta no es un lugar de paso. La carretera de curvas serpentea por el escarpado Aspromonte y termina en la iglesia de la localidad. Fin del trayecto. Al entrar en el lugar donde echa sus raíces la mafia más peligrosa de Europa, el forastero lo hará siempre vigilado. Una escúter con un adolescente sin camiseta, tres pendientes de aros y la cabeza rapada por los lados le escolta dando acelerones unos metros más atrás. En este pueblo, donde nadie se presenta como alcalde desde hace cinco años, prendió el fuego de Duisburgo. Los Pelle-Vottari y los Nirta-Strangio han comandado en los últimos años desde sus búnkeres una organización profundamente ritualística que nació con el robo de ganado, la extorsión y los secuestros, pero terminó convertida en una multinacional del crimen con el monopolio de la distribución de cocaína al por mayor en Europa. Hoy, según la Fiscalía de Catanzaro, tiene más de 30.000 afiliados solo en Calabria y factura unos 43.000 millones de euros que le permiten alterar el sistema democrático. Esta mafia líquida, como la define el escritor Francesco Forgione, es la cuarta empresa de Italia y, probablemente, la que más filiales tiene por el mundo: Australia, Canadá, Bélgica, Holanda, España… Pero la clave es que no lo parezca.

El periodista del Il Quotidiano del Sud Michele Albanese es uno de los que mejor conocen la organización. Posa con sus escoltas, una protección que tiene desde 2014, cuando la ‘Ndrangheta planeó asesinarlo.

Giampaolo Salvatore mata las horas apoyado en una barandilla junto al ayuntamiento de San Luca. Unos 50 años, piel dura, manos de agricultor y espalda de atleta olímpico, lamenta que nadie quiera contratarle después de comerse 25 años por secuestro de personas. Nada raro aquí. Durante años buscaban a las víctimas en el norte, siempre de familias ricas; las subían a un coche, cruzaban Italia por carreteras secundarias y las escondían en alguna cueva del Aspromonte. Imposible localizarlas, masculla un amigo de Salvatore. Corrían los setenta y aquel negocio —694 secuestros— funcionó hasta que un golpe de suerte sugirió cambiar de rumbo a las ‘ndrinas (familias). El nieto del magnate del petróleo John Paul Getty terminó en 1973 en el maletero de un coche rumbo a Calabria. Pidieron 17 millones, desafiando así al hombre más rico del mundo. Pero también al más tacaño. Tras cinco meses de negociaciones y el envío de una oreja, acabó en tres millones. Suficiente para lo que se proponían.

El histórico capo Girolamo Piromalli, jefe de la plana de Gioia Tauro, lideró una revolucionaria —y sangrienta— iniciativa para invertir el botín. Camiones, excavadoras y sobornos que permitieron entrar en el sistema de concesiones públicas y participar en la construcción de infraestructuras clave como la autopista Salerno-Reggio (440 kilómetros de comisiones) o un puerto a medida para futuros negocios. La organización creó un nuevo estadio bautizado como La Santa que le dio acceso a la habitación de los botones, como suele llamarse en Italia al auténtico poder. La decisión costó una guerra con 800 muertos y la instauración de Crimine, una cúpula donde tomar decisiones. Pero dio un impulso estratosférico a la ‘Ndrangheta y sentó las bases de lo que es hoy.

La hija del magistrado de Turín Bruno Caccia, asesinado por la ‘Ndrangheta en 1983, coloca flores en la placa que lo recuerda.

El puerto de Gioia Tauro

El puerto de Gioia Tauro, cuyo Ayuntamiento lleva tres años intervenido por infiltraciones mafiosas (como otros 457 en Italia desde 1991), es la mejor expresión de cómo la ‘Ndrangheta ha parasitado una tierra exuberante en recursos naturales e impedido su prosperidad. Inaugurado en 1995 en una gran llanura, iba a estar acompañado de la reconversión industrial de 700 hectáreas de suelo agrícola para construir un centro siderúrgico. Arrasaron los campos de naranjos, se urbanizó el terreno y decenas de empresarios recibieron alrededor de 1.200 millones de euros de ayudas con fondos europeos. El dinero y los hombres de negocios se esfumaron, recuerda en uno de aquellos solares Michele Albanese, el periodista que mejor conoce la organización y que se mueve con dos carabinieri desde que en 2014 planearon asesinarle. Aquellos terrenos albergan hoy uno de los campamentos de jornaleros africanos más grandes de Europa: 3.000 habitantes hacinados entre lonas y hojalata cuya mano de obra a precio de esclavo (12 horas a 25 euros) controla la ‘Ndrangheta.

¿El puerto? Castigado internacionalmente por su mala fama (ha despedido a unos 400 trabajadores), es uno de los nudos de distribución de cocaína de la organización junto a Amberes y Róterdam, señalan las fuentes jurídicas consultadas. Imposible controlar más del 2% de los 24.000 contenedores que pueden llevar las naves de hasta 260 metros que hacen escala aquí (unas 10 a la semana). Sus responsables muestran durante toda una mañana las instalaciones y se desmarcan de las acusaciones. Los controles, dicen, son superiores a los de cualquier puerto europeo. “Nos ha perjudicado mucho esta imagen. No podemos pintarlo todo de color de rosa, pero toda la droga de Europa no entra por aquí”, rebate el portavoz de la compañía.

Carabineros custodian la casa de un capo de la ‘Ndrangheta huido.

El fiscal de Catanzaro, Nicola Gratteri, de 60 años, discrepa en algunas afirmaciones. Su despacho, al que se accede a través de una puerta de acero dejando atrás a un grupo de escoltas, guarda los secretos de esta organización cuyo crecimiento solo se entiende mirando al otro lado del Atlántico. Él mismo ha cruzado decenas de veces para dirigir operaciones conjuntas que han terminado con la incautación de toneladas de cocaína en alta mar. “En Sudamérica hay decenas de hombres de la organización que viven allí de manera estable. Se han casado y tienen familias en Colombia, en Bolivia y en Perú, y de ahí hacen llegar a Europa toneladas de cocaína. El cartel del Golfo y los Zetas han hecho grandes negocios con los calabreses. Esto te da una visión de su expansión y del nivel de compenetración”.

La ‘Ndrangheta es la organización más competitiva y la que goza de mayor confianza entre los carteles. Es la única que saca la droga fiada de los tres países productores (Bolivia, Colombia y Perú), señala Gratteri. Las bandas criminales normales compran la cocaína a 1.800 euros el kilo, con un principio activo del 98%. “Pero la ‘Ndrangheta lo hace a 1.000 euros. Tiene una relación privilegiada, de confianza total, porque nunca fallan. De hecho, las demás organizaciones de gran parte de Europa acuden a ellos cuando necesitan un pedido. Cosa Nostra, por ejemplo, les compra desde hace tres décadas la cocaína”, señala el fiscal calabrés.

Patrulla de la Guardia di Finanza (la policía aduanera) en el puerto de Gioia Tauro.

La relación es tan buena que, por primera vez, una organización externa a los carteles, como documentó la Operación Decollo, dirigida por Gratteri en 2011, logró participar como socia en la producción de pasta de coca. Un fenómeno insólito para otros grupos criminales, que normalmente solo son capaces de colaborar en el proceso de transporte desde el país de origen. “Sucede desde hace 10 años. Especialmente después de la caída de los grandes carteles. Ahora hay muchos pequeños grupos obligados a consorciarse cuando la ‘Ndrangheta pide cinco toneladas de golpe. Las relaciones de esta mafia con las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las FARC (la antigua guerrilla, desmovilizada) están hoy completamente demostradas. Especialmente con una parte de las AUC, que tras el proceso de pacificación volvieron a cultivar cocaína como modo de vida”, señala el fiscal.

El viaje de la cocaína

El puerto de Gioia Tauro ha sido durante décadas una gran puerta de entrada. Su colocación estratégica en el corazón del Mediterráneo, la profundidad de sus muelles y el control sobre determinados trabajadores lo hicieron un lugar ideal para camuflar sus envíos entre los 2,8 millones de contenedores que mueve al año. Durante mucho tiempo, las dos familias que mandan en la zona (los Bellocco-Pesce y los Piromalli-Molè) cobraron 1,5 dólares por cada contenedor con el pretexto de garantizar su seguridad. “Tienen operarios a sueldo para sacar la coca de ahí dentro”, señala el corpulento comandante Giampiero Carrieri, hombre fuerte de la Guardia di Finanza (la policía aduanera) en la zona y experto en el tráfico de estupefacientes. Su equipo trabaja día y noche revisando la mercancía que entra, y patrulla en lancha y helicóptero los muelles. En el último decenio han interceptado 17.000 kilos de droga. Poco, admiten, comparado con lo que entra.

El poder lleva en Calabria los mismos apellidos desde hace un siglo. El pilar de la ‘Ndrangheta es la familia

Pero el negocio empieza mucho antes. Los controles en Colombia han obligado a los proveedores de la ‘Ndrangheta a transportar la coca en camiones por la selva amazónica, llegar a Brasil y embarcarla en el puerto de Santos (en el Estado de São Paulo, el más grande de Sudamérica). Carrieri, que ha estado en tres países en la última semana y lleva 24 horas sin dormir en el momento de la conversación en su cuartel, ha visto de todo: falsos fondos, partidas en el motor del refrigerador… La estrategia suele ser la misma. Sociedades ficticias panameñas organizan la carga y el transporte. Pongamos que salen 10 contenedores de caña de azúcar. Antes de cerrar el contenedor colocan ahí cuatro bolsas de 25 kilos de coca. A eso lo llaman rip off. Luego cierran y ponen un sello. Pero dentro han dejado otro idéntico al oficial que servirá para precintar de nuevo el contenedor una vez sacada la coca en Gioia Tauro.

Aquí empieza el negocio en Europa. Pasar por esa especie de aduana cuesta el 20% de su valor. Luego, fuera del puerto, lo que la ‘Ndrangheta compró a 1.000 euros en origen ya vale 30.000 euros el kilo. Cuanto más compren, más barato: quien solo quiere un kilo tiene que pagar alrededor de 60.000 euros. Cuando se abre el paquete, hay quien se hace solo con 300 gramos, lo mete en una batidora y lo mezcla con otros 300 de corte. En ese momento cada dosis vale ya 50 euros el gramo y deja en manos de clanes pequeños el menudeo.

La infiltración en el territorio / La Iglesia

El rito de la ‘Ndrangheta se apoya sobre una perversión sesgada del catolicismo. Las invocaciones sagradas, las figuras del arcángel Miguel o santa Elisabetta, el Evangelio… También su gran templo, el santuario de la Madonna de Polsi, colgado al final de una senda imposible en pleno Aspromonte donde solo se llega atravesando torrentes y pendientes resbaladizas en un potente 4×4. Cada 2 de septiembre se reunían en este silencioso lugar los máximos exponentes de los tres mandamientos (Ionico, Tirrénico y Reggio) para ratificar los nombramientos. Se sabía, nadie lo había visto. Pero la Fiscalía de Reggio colocó en 2009 micrófonos y cámaras que lo ratificaron. Justo delante de la estatua de la Virgen, Domenico Oppedisano fue confirmado como capo crimine (supervisor durante un año de la organización). La apropiación del lugar, con la connivencia de la comunidad eclesial y del párroco del lugar, Pino Strangio (acusado por la Fiscalía antimafia), fue total. El capo pagaba y el cura ponía el cazo. Las reuniones siguen celebrándose en algún lugar del monte, confirman fuentes policiales. Pero Strangio fue destituido, el templo protegido con cámaras y en el lugar de la estatua de la Virgen de Polsi se colocó el busto de un cura asesinado por la ‘Ndrangheta. El mensaje estaba claro.

Arriba, dos agentes revisan una mercancía. Abajo, contenedores en un muelle del puerto, donde en el último decenio se han interceptado 17.000 kilos de droga, poca para lo que creen que entra.

El papa Francisco se tomó la cuestión como algo personal y visitó Calabria en 2014. Tras décadas mirando hacia otro lado, el Vaticano excomulgó a los mafiosos. Un gancho al estómago de la organización criminal más extendida en Italia, tan preocupada por la coartada católica. Dos meses después, tras una rebelión de los presos de la ‘Ndrangheta que se negaron a ir a misa en las cárceles, el Papa apuntaló el muro nombrando a Francesco Oliva obispo de Locride. En la sede del obispado, acompañado de dos monjas filipinas que viven con él, recuerda cómo rechazó el “dinero sucio” de la ‘Ndrangheta nada más aterrizar. Duro, seco y humilde. Un pastor de esos que huelen a oveja, como le gusta definir a Francisco a sus colaboradores. “Un mafioso no puede ser un benefactor sin renunciar al crimen. Esa ayuda es para que crezca su consenso popular, no queremos dinero manchado de sangre. No se puede ir del brazo de la mafia porque siempre pedirá algo”. Hubo consecuencias. Llamadas anónimas al obispado, amenazas. “Prefiero no hablarlo”, señala don Franco.

La respuesta fue una novedad en un territorio donde la ‘Ndrangheta ha suplido durante décadas a un Estado ausente. Calabria tiene 1,9 millones de habitantes y uno de cada tres vive en el umbral de la pobreza. La renta per capita (16.500 euros) es la más baja de Italia, casi tres veces menor a la de Bolzano (41.100). Si uno nace aquí, tiene una expectativa de vida cuatro años menor que en el norte. “Ha habido un abandono total. Solo se ha mantenido un perfil militar, de control. La gente aún ve el Estado muy lejano y eso ha facilitado la ocupación del territorio. Ellos ayudan a la gente, colaboran. Pero cuando un mafioso ofrece trabajo, genera dependencia: es una trampa. Sabemos que frecuentan las iglesias. Y que se han apropiado de la simbología religiosa. Los vemos a menudo con la imagen de la Madonna de Polsi. Pero es una religiosidad desviada. He sido muy claro con los curas: aquí ya no es posible la omertà”.

Los lazos de sangre

El poder lleva en Calabria los mismos apellidos desde hace más de un siglo. El pilar fundamental de la ‘Ndrangheta es la familia. Su estructura horizontal, basada exclusivamente en los vínculos de sangre y en rígidos procesos de aceptación a partir de los 14 años, la convierte en un fortín donde apenas existen los arrepentidos, que dinamitaron desde dentro la Cosa Nostra. En los pueblos, desde Locri hasta Reggio Calabria, nadie dice una palabra sobre el tema. La ‘Ndrangheta no existe. “Nunca acabarán con ella. A diferencia de la Cosa Nostra o la Camorra, esta es una mafia basada en los vínculos de sangre. Y las familias no se rompen tan fácilmente”, señala el escolta de uno de los fiscales más amenazados de Italia. Tiene razón, pero algo ha cambiado.

Tras décadas mirando hacia otro lado, en 2014 la Iglesia excomulgó a los mafiosos y el Papa nombró a otro obispo

La revolución, consideran todos los expertos, llegará con las mujeres. En el último piso del Tribunal de Menores de Reggio Calabria, en un austero despacho, aguarda la persona más convencida de ello. El magistrado Roberto Di Bella, un hombre enjuto y calmado de 54 años que ha dedicado los últimos 25 a la lucha contra el crimen organizado, es el precursor de un histórico giro de guion. “En 2011 me encontré juzgando a los hijos de aquellos que procesaba en los años noventa. Todos llevaban idénticos apellidos, pertenecían a las mismas familias de la ‘Ndrangheta y cometían los mismos delitos. Y eso me hizo reflexionar. Si las mismas familias llevan en el territorio desde hace 70 u 80 años, significa que la cultura mafiosa se hereda. Así que pensamos que no podíamos asistir sin hacer nada a un fenómeno según el cual los padres educan a sus hijos en el crimen”.

Di Bella y la asociación antimafia Libera iniciaron un proyecto para retirar la custodia de los hijos a las familias ‘ndranghetistas y ofrecerles una vida en el norte, lejos del ambiente criminal. Ya lo han aplicado en unos 50 casos, también con las madres que quieren colaborar, con la base jurídica del maltrato que sufren al ser obligados a delinquir. “Evitamos que tengan un destino escrito. Nunca intervenimos en vía preventiva solo porque la familia sea mafiosa. No inculcamos una ideología de Estado. Solo cuando hay un adoctrinamiento o pruebas de ese maltrato”. Di Bella pone como ejemplo una conversación intervenida entre un padre y un hijo: “Yo soy el evangelio de la ‘Ndrangheta [segundo nivel de la sociedad mayor], hijo mío. Y tú debes saber que está el Estado… y luego estamos nosotros, que es muy distinto”. Cierto. Y desde hace más tiempo de lo que nadie pensaba.

La expansión en el norte de Italia

La noche del 26 de junio de 1983, el magistrado turinés Bruno Caccia terminó de cenar y salió con su perro. Era domingo y su escolta tenía permiso. Cuando enfilaba la pendiente de la calle Sommacampagna a la altura del número 15, dos personas le dispararon 14 tiros desde un coche. Cayó abatido y abrieron fuego tres veces más para rematarlo. Nadie vio nada. Pero eran los años de plomo en los que las Brigadas Rojas y los grupos fascistas de los Núcleos Armados Revolucionarios (NAR) rivalizaban por los asesinatos a funcionarios públicos. Caccia era un metódico y valiente magistrado que había metido la nariz en todas esas organizaciones. De modo que durante algún tiempo fue fácil suponer que ese había sido el motivo de su muerte. Caccia, sin embargo, fue el primer y único juez —al margen de Antonio Scopelliti, al que mataron como favor a la Cosa Nostra en 1991— asesinado por la mafia calabresa.

El busto de un cura asesinado por la ‘Ndrangheta.

Nadie había oído hablar de la ‘Ndrangheta hasta entonces en el norte de Italia. “No sabíamos qué demonios quería decir esa palabra. A esa gente la llamábamos el clan de los calabreses”, recuerda Paola Caccia, la hija del magistrado, en el lugar donde fue asesinado su padre hace 35 años. Al cabo de un tiempo, un colaborador de la justicia decidió tenderle una trampa a un capo local llamado Domenico Belfiore, en la cárcel por otros delitos. Picó y se jactó de ser el autor intelectual del asesinato de Caccia. En las escuchas se le oye decir: “Ahí abajo sabían todo”. Según Belfiore, mataron a Caccia con el permiso de la cúpula en Calabria “porque obstaculizaba la disponibilidad de los otros [magistrados]”. Es decir, cuando lo eliminaron, la ‘Ndrangheta ya controlaba a algunos magistrados en el Palacio de Justicia turinés. Ese lugar, un enorme complejo de ladrillo rojo al norte de la ciudad, lleva hoy su nombre y la ‘Ndrangheta ya no es invisible. Pero hubo un punto de inflexión.

“Necesitan tener un sitio donde florezcan los intereses. En el norte y en el extranjero no debe haber sangre”

El 23 de octubre de 2006, Rocco Varacalli, afiliado a un clan de Turín, mandó una carta al fiscal Roberto Sparagna ofreciendo su colaboración. Algo así como cuando Tommaso Buscetta decidió en 1984 traicionar a la Cosa Nostra y explicarle al juez Giovanni Falcone los entresijos de la organización siciliana. Varacalli fue la Piedra Rosetta que permitió descifrar la expansión de la ‘Ndrangheta en el norte. Sparagna, un obstinado magistrado de 53 años enamorado de Ortega y Gasset, alucinaba. “Fue una revolución inesperada. Cuando dijo que formaba parte del Local X [célula compuesta de al menos 49 miembros] de la ‘Ndrangheta de Turín, yo tenía dificultades para entenderlo. Pensábamos con mentalidad del norte y estábamos muy desorientados. No entendíamos cuando hablaba del capo giovane, del capo locale o cuando nos explicaba los ritos folclóricos, que se practicaban también en Turín. Varacalli abrió la puerta de una antropología desconocida para nosotros. Hoy en Piamonte todo el mundo sabe qué es la ‘Ndrangheta y no hay duda de que existe. Pero al principio todos los colegas lo dudaban”, explica en su despacho, en cuyas paredes descansan los sumarios de la operación que lo cambió todo.

Minotauro e Infinite

La ‘Ndrangheta se expandió en los años sesenta a través de las rutas de la emigración calabresa. Luego, como demostró la Operación Minotauro, dirigida por Sparagna en 2011, lo hizo con criterios puramente empresariales. Fueron 184 detenidos solo en Piamonte y un 85% de condenas por asociación mafiosa. Llegaron los primeros Ayuntamientos disueltos (269 desde 1992 a 2017 en toda Italia), también en Lombardía, donde se desarrolló la macroperación Infinite con más de 200 condenas. Por primera vez eran los políticos, como el siniestro exalcalde de Leini, Nevio Coral, quienes iban a buscar a la mafia. Lo nunca visto en el próspero y ordenado norte. Sparagna y sus colaboradores descubrieron que la ‘Ndrangheta tenía su corazón espiritual en el sur de Italia. Pero el músculo financiero se encontraba desde hacía años ante sus narices. Construcción, restauración, concesiones públicas, casas de apuestas… Incluso el todopoderoso presidente de la Juve, Andrea Agnelli, declaró en 2017 por los vínculos del club con la ‘Ndrangheta.

La organización sigue siendo prácticamente opaca. Pero en julio de 2008, la policía interceptó una conversación clave para entender cómo operaban los clanes del norte. El capo locale Giuseppe Gioffrè llevó a su hijo menor a una reunión en Turín y quiso asegurarse de que había aprendido la lección.

—¿Has entendido de qué hemos hablado?

—Sí, de droga.

—Pero ¿has entendido cómo llega?

—Sí, con el barco.

—Quiero que sepas que con ese cargamento comemos 50 familias. No tocamos ni un solo gramo, pero ganamos dos millones de euros. Luego destinamos una parte de esas ganancias a la usura y sin hacer nada recibimos 20.000 euros al mes.

Una de las salas del santuario de la Madonna de Polsi, en un lugar de difícil acceso en el Aspromonte. En el recinto sagrado se reunían en secreto los capos de la ‘Ndrangheta.

La usura es la manera más rentable de lavar el dinero. Pero también se han documentado inversiones en energías renovables o en compra de latifundios con ayudas europeas. Entre 1992 y 2017, la Dirección de Investigación Antimafia embargó a la ‘Ndrangheta unos 2.972 millones de euros y confiscó otros 2.086 millones. Sparagna, extremadamente meticuloso y poco dado a las entrevistas, ha dedicado los últimos 11 años de su vida a estudiarla. Pero cuando se le pregunta cuánto la conocemos, se queda callado unos segundos. “Como mucho, un 5%. Hemos tardado tanto porque utiliza el norte y el extranjero como terreno de cultivo. Tiene que invertir, necesita un sitio donde hacer florecer los intereses. Así que no debe haber sangre. Si hay asesinatos, hay investigaciones y se encienden los focos. La estrategia en el norte y el extranjero es ser invisibles”.

La noche de Ferragosto de 2007 en Duisburgo, la ‘Ndrangheta cometió un error de bulto que obligó a reformular la estrategia a su cúpula. Desde entonces, pese a ser la mafia más extendida de Italia, también es la que menos ha matado. Nada que ver con las bandas de pistoleros adolescentes de la Camorra o la mística sangrienta de la Cosa Nostra, muy debilitada tras declararle la guerra al Estado al otro lado del estrecho de Messina. Su expansión y el poder económico han permitido evitar el ruido y propagarse infectando el mundo, como explican los fiscales Giuseppe Pignatone y Michele Prestipino, convirtiéndose en una rica multinacional fundada en la región más pobre de ­Italia. La conversación telefónica interceptada por la policía hace algunos meses, donde un capo aleccionaba a otro, resume bien esa mirada colonizadora desde la que ve el mundo la ‘Ndrangheta: “Tienes que saber que todo se divide hoy entre lo que es Calabria y lo que terminará siéndolo”. 


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