Ya bien metidos en el mes de abril, entramos de lleno en la época de las alergias a los pólenes del plátano de sombra, las gramíneas y el olivo, entre otros. Ese momento en que los pequeños se quejan de picor en la nariz, irritación y escozor en los ojos… Y pasan largos ratos a base de estornudos, sonándose la nariz abarrotada de mocos acuosos, y lagrimeando, a veces con hinchazón de los párpados, sensación de tener arenilla en su interior y una mayor sensibilidad a la luz.
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Vamos, muy incómodos y molestos, si tienen suerte. Porque si la cosa va a peor, puede afectar a los bronquios, “ocasionando tos, sensación de falta de aire, opresión en el pecho e incluso silbidos por el estrechamiento de los bronquios. Además algunos niños pueden tener reacciones cutáneas en forma de ronchas y picor en la piel”, afirma Ángel Moral, presidente del Comité de Aerobiología de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC).
En realidad, todos estos síntomas son muy similares a los de los adultos. Con una salvedad que apunta Moral y que afecta especialmente a los más pequeños: “Debido al menor diámetro de su vía respiratoria, una crisis de asma puede ser más grave en los niños que en los adolescentes”.
Lo primero que llama la atención de estas declaraciones es que se refieren a críos de corta edad y a síntomas que probablemente no padecieron ni sus padres ni sus abuelos. La razón es que la incidencia de alergias a pólenes en niños y adolescentes ha aumentado de manera sorprendente en los últimos años. “Hace 20 años era difícil encontrar niños con menos de cinco años con síntomas de rinitis por pólenes, pero actualmente no suele ser tan raro, probablemente por el cambio climático y la contaminación”, comenta el presidente del Comité de Aerobiología de SEAIC.
Y continúa: “Las rinitis por pólenes en niños y adolescentes han pasado de un 50% de las consultas en un servicio de Alergología en 2005, a un 70% en el momento actual. Destaca el notable incremento de la implicación de los pólenes en la patología respiratoria de los niños, sin haberse modificado otras causas de rinitis como las debidas a ácaros, hongos y epitelios de animales”.
Esta idea la corrobora Julio Maset, médico de los laboratorios farmacéuticos españoles Cinfa, quien afirma que las alergias afectan al 20% de los menos de 15 años. Y que cada vez empiezan más pequeños: “No suele ser habitual antes de los cinco años, pero es cierto que está aumentando la incidencia en edades cada vez más tempranas”. Se están viendo en consulta a partir de tres años de edad.
Atajar esos síntomas tan desagradables —y de paso, ahorrar en pañuelos de papel— pasa, en primer lugar, por la prevención. Es decir, por no exponerse a los pólenes. Los alergólogos apuntan a no salir al campo, no jugar en el césped, y mucho menos hacerlo en las horas de mayor concentración de polen, ni los días de más polinización o viento. Para saber qué días son esos, recomiendan consultar con páginas oficiales.
Lo cierto es que los niños no siempre comprenden las restricciones a las que les queremos someter sus padres, por muy por su bien que sean. “Puede costar más explicar a los niños que lo recomendable es no salir a determinadas horas, pero podemos encontrar una pequeña ventaja en el tiempo de confinamiento y restricciones que hemos vivido y vivimos por la pandemia”, comenta Maset.
También, en llevar mascarillas, que no les va a resultar tan extraño como en años anteriores, que ni se lo planteaban. Pero tenemos que tener en cuenta que no valen todas igual. Lo cuenta Ángel Moral: “Las tres variedades de mascarillas (higiénicas, quirúrgicas y de protección) van a atrapar los pólenes, pero las higiénicas y quirúrgicas, al no ajustarse bien a la cara, dejan huecos por los que podrían pasar los pólenes”. Por eso, las más recomendables son las de protección, denominadas FFP2.
A cambio de estas dos ‘ventajas’ pandémicas, tenemos un inconveniente mayor: “Para aumentar la ventilación como medida contra el COVID-19, las aulas van a tener puertas y ventanas abiertas facilitando la entrada de pólenes en el interior de los edificios”. Visto lo visto, parece que no va a ser fácil librar a los críos de la medicación, que mejorará los síntomas, pero no curará la enfermedad, y que se elegirá según dónde se produzcan. Para los ojos se utilizará colirio; para la nariz, sprays nasales con antiinflamatorios y para los problemas a nivel de los bronquios, inhaladores.
Todo eso sin descartar los antihistamínicos, que se administrarán “en comprimidos en adolescentes; y en jarabe en niños”, según recomienda Moral, quien recuerda que los de ahora no son como los de hace años, por lo que no hay que temer su uso: “Los antihistamínicos actuales apenas tienen efectos secundarios, salvo leve somnolencia, por lo que pueden ser utilizados con cualquier edad”. Eso sí, tal y como advierte Maset, médico de Cinfa, “siempre con el consejo y bajo la supervisión de un profesional sanitario”.
Ante la idea de medicarles cada primavera, se puede valorar la posibilidad de la vacuna. “Lo que hace es exponer al organismo a dosis muy pequeñas del antígeno causante y, en función de la evolución, se incrementan estas dosis hasta hacerlas iguales a lo que sería una exposición normal. Para que la vacuna resulte eficaz se deben cumplir ciertos requisitos, como la presencia de determinados anticuerpos y ser administrada siempre bajo la supervisión de un médico”, dice Maset.
Además, ya no es necesario pincharles, porque aunque las sigue habiendo subcutáneas, también las hay sublinguales, que “se pueden realizar en el domicilio, depositando unas gotas o comprimidos debajo de la lengua”. Por lo que son las más recomendables para los niños.
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