Cómo la fingida naturalidad de Josefina Bonaparte cambió la historia del traje

Retrato de Josefina de Beauharnais, primera esposa de Napoleón Bonaparte y emperatriz de Francia.
Retrato de Josefina de Beauharnais, primera esposa de Napoleón Bonaparte y emperatriz de Francia.Antoine-Jean Gros

En una de las estancias de la maison Chaumet situada en la parisina Place Vendôme, hasta hace muy poco podía contemplarse un enorme libro de cuentas que perteneció a Josefina Bonaparte y en el que se detallaban minuciosamente los tipos y cantidades de tela que la emperatriz necesitaba para sus vestidos, cómo y dónde quería confeccionarse los zapatos y las joyas que encargaba. Mientras Napoleón dormía, ella se arreglaba, se levantaba de madrugada para prepararse, “lo tenía absolutamente todo detallado al milímetro”, explica Pierre Branda, quizá el mayor especialista en la pareja. Con más de quince libros sobre el Primer Imperio a sus espaldas, el historiador se ha encargado de algunas de las exposiciones con las que París conmemora este año el bicentenario de Napoléon Bonaparte. “Conmemora, pero no celebra”, matizaba Emmauele Macron la pasada primavera.

Francia no quiere reconciliarse con el hombre que se declaró en guerra con decenas de países, restableció la esclavitud y restó libertades a las mujeres. “Pero eso no quiere decir que se tenga que ocultar su legado”, comenta Branda, refiriéndose a pequeños grandes detalles que aún siguen vigentes como la numeración de las calles, el trazado urbanístico y, más concretamente, la construcción al milímetro de su estética como eficaz herramienta de propaganda.

La Maison Chaumet en la parisina Place Vendome, donde puede verse la exposición de Napoleón y Josefina Bonaparte.
La Maison Chaumet en la parisina Place Vendome, donde puede verse la exposición de Napoleón y Josefina Bonaparte.Stephane MURATET

De ahí que entre las muestras que ha comisariado Branda durante este año para ahondar sobre la figura del emperador francés destaque especialmente Joséphine – Napoléon: une histoire (extra)ordinaire, un recorrido por la historia de la pareja a través de los accesorios de moda que les valieron para publicitar su mandato. Porque si en el imaginario colectivo están muy presentes los caprichos de Maria Antonieta, ajena a las carencias y demandas del pueblo, Josefina se encontraba en el extremo opuesto. Como si fuera una especie de reclamo publicitario, “él actuaba y ella apoyaba su actuación con su imagen”, explica Branda.

Las tiaras y joyas, cientos de ellas, se las confeccionaba Chaumet, pero lejos de ser excesivas e imponentes eran intencionadamente sencillas en su apariencia “porque ella era consciente de que el pueblo querría copiarlas en versiones asequibles”, explica Branda. Doscientos años después, la casa joyera, cuya sede ha albergado esta muestra y donde pueden verse de forma permanente algunas de las piezas, sigue inspirándose en los diseños que ella encargaba: espigas de trigo que simbolizaban su obsesión por la fertilidad, pulseras engarzadas con varias gemas de colores que escondían mensajes secretos (se descifraban a través de la primera letra de cada piedra preciosa) y anillos que hoy serían considerados minimalistas y cuya función era, en palabras de Branda “revolucionar la idea que se tenía entonces de la joyería, mucho más recargada, y convertirla en lago deseable y popular”.

Lo mismo ocurría con su indumentaria. El posteriormente llamado corte Imperio que Josefina propuso, fluido, cómodo y fácil de confeccionar comparado con las pomposidades del pasado, también tenía, según Branda, la intención de ser copiado por el pueblo. “Porque la Revolución Francesa acabó con las leyes suntuarias, que impedían que la burguesía se vistiera como la Corte, y ella supo utilizar ducha abolición para ganar popularidad”, explica, pero, sobre todo, mandaban un mensaje alto y claro: “Eran casi una provocación. Aparentemente sencillos, proporcionaban libertad de movimientos, lo que hacía que hablaran implícitamente de la libertad femenina”.

Zapatos de la exposición de la Fundación de Napoleón Bonaparte.
Zapatos de la exposición de la Fundación de Napoleón Bonaparte.Thomas Hennocque

La paradoja era casi literal. Napoleón obligaba a retroceder a las mujeres francesas en los derechos pioneros que habían logrado durante la Revolución, pero mandaba el mensaje contrario a través de la imagen y el estilo de vida de su esposa, tan indómita y estratega como él mismo. Ella sabía perfectamente qué, cómo y cuándo debía ponerse una joya, unos zapatos o un pañuelo, y aunque el Imperio quiso volver a asociar poder y lujo, los pocos excesos visuales que Josefina se concedía tenían más que ver con excentricidades que con costosas y complicadas piezas. “Mandó traer especies animales exóticas para evocar su infancia en Martinica e importó plantas y flores que hasta entonces no se habían visto en Francia, como las dalias y los hibiscos”, relata el experto.

En el invernadero de su residencia, Malmaison, llegó a cultivar más de 250 variedades de flores, que luego encargaría a su joyería de confianza convertir en preciadas alhajas para lucir en sus apariciones públicas. Con Josefina, por primera vez lo exclusivo comenzó a construir un lenguaje más allá del privilegio. Con su ingente colección de piezas lujosas la moda señaló, a propósito, a la cultura, la estrategia política y la aspiración de las clases medias. “Aún hoy su influencia es rastreable. No solo en los diseños que instauró y aún perduran, sobre todo en esa idea de base de que la estética es una parte clave para generar opinión”, sentencia Branda. En su caso, una fingida y orquestada naturalidad que, a día de hoy, sigue funcionando como estrategia para muchos.


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