Bélgica había sido desde 1884 la metrópoli del coloso que hoy es la República Democrática del Congo (RDC), una colonización que tuvo como colofón un magnicidio y el capricho de un borracho. El 17 de enero de 1961, el primer ministro Patrice Emery Lumumba, derrocado por un golpe de Estado promovido por Bélgica y la CIA —que le atribuían veleidades comunistas— fue ejecutado en un bosque de la región oriental de Katanga. Sin embargo, el plan de borrar el rastro del crimen no funcionó del todo. Un gendarme belga, Gérard Soete, completamente ebrio, arrancó dos dientes al cadáver “como trofeo de caza”, confesó en 1999, antes de disolverlo en ácido sulfúrico. Uno de esos dos dientes, lo único que queda de Lumumba, llegó este miércoles por avión en un ataúd a Congo después de que Bélgica lo devolviera a la familia el lunes. El diente recorrerá ahora el país en un periplo que culminará con su inhumación el día 30, 62 aniversario de la independencia de la RDC, en un mausoleo en Kinshasa.
La devolución de esta pieza dental es “un alivio” para la familia y “para el pueblo congoleño” que “por fin podrá hacer su duelo”, explica por teléfono desde París Jean Jacques Lumumba, sobrino-nieto del líder. Pero ese gesto, más de medio siglo después del asesinato, es “insuficiente”. “Es necesario que la justicia esclarezca este crimen odioso y así acabar con la impunidad en Congo”, asegura el pariente del líder congoleño.
La restitución del único resto de Patrice Lumumba —a cargo del fiscal federal belga, Frédéric Van Leeuw, el lunes en Bruselas— se enmarca en el intento de Bélgica de restañar la herida de una colonización que arrastró a la muerte a entre cinco y 10 millones de personas de una población de 20 millones, según diversos estudios. Murieron por la esclavitud, el trabajo forzado y las enfermedades; por tormentos como la amputación de manos y pies o por experimentos como el que dejó ciegos a congoleños a quienes se había inyectado arsénico.
Sin embargo, la voluntad de pasar esta página de su historia se topa con la resistencia de las autoridades belgas a pedir perdón sin ambages. El motivo —según medios como el diario belga Sudinfo— es que una disculpa clara podría “costar a Bélgica miles de millones”, en alusión a las posibles demandas judiciales contra el Estado que podrían derivarse de una asunción de responsabilidad plena sobre hechos tan atroces. Jean Jacques Lumumba confirma que, en 2011, su familia presentó una querella por crímenes de guerra en un tribunal de Bruselas, aún sin sustanciar. En ella, se acusa al Estado belga de “haber participado en un complot” para eliminar al líder congoleño. El sobrino del primer ministro alude también a otro de los límites de la voluntad belga de reparar las atrocidades de la colonización: Bélgica “sigue sin desclasificar numerosos documentos” sobre el magnicidio.
Las autoridades belgas se han limitado a reconocer una “responsabilidad moral” en los abusos del periodo colonial, incluido el crimen de Lumumba. Esa expresión fue la que el lunes utilizó el primer ministro, Alexander de Croo, durante la ceremonia de entrega del diente, en la que hizo malabarismos para disculparse y al mismo tiempo describir el papel de Bélgica como el de un testigo pasivo. “Es posible que los ministros, diplomáticos, funcionarios o militares belgas no tuvieran la intención de hacer asesinar a Patrice Lumumba, no se ha encontrado ninguna prueba que lo demuestre (…) Prefirieron no ver. Decidieron no actuar”, dijo.
El rey Felipe de Bélgica, que a principios de junio visitó Congo, se ha expresado en términos similares. En una carta al presidente congoleño, Félix Tshisekedi, el monarca subrayó su “pesar” por la colonización, pero no pidió perdón. Tampoco llevó consigo el diente de Lumumba para entregarlo a la familia, como se creía que iba a hacer. El soberano sí devolvió otro objeto expoliado mucho menos polémico: una máscara congoleña que hasta ahora se exhibía en el Museo Real del África Central de Tervuren.
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Numerosos investigadores han sostenido que el papel de Bélgica en el crimen de Lumumba no fue el de un mero cómplice. En Congo, una historia épica, David van Reybrouk refleja cómo Bruselas y EE UU compraron a un traidor para arrebatarle el poder a Lumumba, a quien le reprochaban su falta de mansedumbre y su supuesto comunismo. Ese traidor fue el jefe de Estado Mayor congoleño, Joseph-Désiré Mobutu, luego dictador de Congo entre 1965 y 1997. Derrocado en septiembre, tras el golpe de Estado de Mobutu, Lumumba fue entregado por Bélgica a las autoridades de Katanga, que ya habían amenazado con matarlo. Bruselas había comprado voluntades también en esa región para forzar su secesión del Congo independiente y seguir expoliando sus minerales. Los pilotos que llevaron en avión a Lumumba a Katanga eran belgas; los miembros del pelotón de fusilamiento eran congoleños, pero la orden de disparar la dio un oficial belga. El gendarme Soete, el que arrancó el diente, era belga.
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