La repentina caída del Silicon Valley Bank (SVB), uno de los mayores colapsos bancarios en la historia de Estados Unidos (EU), ha disparado las dudas sobre la salud del sector y los temores a una nueva crisis financiera.
Estas son las claves del caso SVB, de la respuesta de las autoridades y de las implicaciones para el sistema financiero:
Un banco con particularidades
El SVB, fundado en 1983 en la localidad californiana de Santa Clara, no es una entidad al uso. Casi desde su creación, la firma se convirtió en la favorita del pujante sector tecnológico estadounidense y se especializó en atender a empresas emergentes y a las firmas de capital de riesgo que las financian.
Como todo Silicon Valley, el SVB multiplicó su negocio durante la pandemia, y sus activos se triplicaron entre finales de 2019 y mediados de 2022 gracias a todo el dinero que las tecnológicas -boyantes en esa época- depositaban en sus cuentas.
En el momento de su colapso, era el decimosexto mayor banco comercial de EU, con unos 175.000 millones de dólares en depósitos, pero con una importante particularidad: al servir principalmente a empresas y ejecutivos del sector tecnológicos, alrededor del 97 % de esos depósitos superaban los 250.000 dólares cubiertos por el fondo de garantía estadounidense.
El origen de los problemas
En el derrumbe del SVB influyeron numerosos factores, pero su origen estuvo sobre todo en una apuesta por parte de la entidad que se vio afectada por la rápida subida de los tipos de interés acometida por la Reserva Federal (Fed) para contener la inflación.
El banco, al igual que muchos de sus competidores, invirtió en los últimos años miles de millones de dólares en bonos a largo plazo aprovechando los bajos precios del dinero. Esa apuesta, habitualmente considerada como algo muy seguro, se complicó con la subida de los tipos, que hizo caer el precio de esos productos de deuda pública.
Frente a otras entidades que estaban en posición de esperar al vencimiento de los bonos, el SVB tuvo que vender la semana pasada una importante cantidad de ellos con pérdidas para poder obtener liquidez con la que atender las retiradas de dinero de sus clientes, en su mayoría tecnológicas que habían visto caer sus ingresos o empresas emergentes a las que se había cortado la financiación y que ahora tenían que tirar del efectivo que habían acumulado.
En vez de ayudar a equilibrar sus cuentas, el movimiento del SVB asustó a los mercados y a los clientes, que corrieron a retirar su dinero, en especial después de que varias grandes firmas de capital de riesgo, incluida la que dirige el influyente magnate Peter Thiel, recomendaran a sus compañías sacar sus fondos del banco.
Con una base de clientes poco diversificada y muy interconectada, la entidad sufrió una huida bancaria vertiginosa que el viernes forzó a los reguladores a intervenir y cerrar el banco para limitar los daños.
El pánico se extendió a otras firmas y para el domingo se había llevado también por delante al Signature Bank, con sede en Nueva York y que en los últimos años había hecho una importante apuesta por el sector de las criptomonedas.
La respuesta de las autoridades
Tras hacerse con el control del SVB el viernes y buscar sin éxito su venta a otro banco, los reguladores estadounidenses optaron el domingo por garantizar todos los depósitos de ambas entidades, más allá del límite estándar de 250.000 dólares por cliente, con el fin de contener el pánico y permitir a las empresas afectadas seguir operando.
Además, anunciaron un programa de emergencia para ofrecer liquidez a otros bancos con grandes cantidades invertidas en bonos y evitar que tengan que deshacerse de ellos con pérdidas, como le ocurrió al SVB.
¿Rescate o no rescate?
La intervención de las autoridades ha generado un fuerte debate en Estados Unidos sobre si esto constituye o no un nuevo rescate de la banca, como ocurrió en la crisis de 2008.
La Casa Blanca ha insistido hasta ahora en que el dinero que se usará para garantizar los depósitos provendrá de un fondo de garantías al que contribuyen los bancos de EU y no estará financiado con el dinero de los contribuyentes.
Además, el presidente estadounidense, Joe Biden, dejó claro que los gestores responsables de esta crisis perderán sus puestos y que los inversores en esas entidades “no estarán protegidos”.
“Se arriesgaron a sabiendas y cuando el riesgo falla los inversores pierden su dinero. Así es como funciona el capitalismo”, recalcó Biden este lunes.
Sin embargo, numerosos analistas y algunos políticos insisten en que, aunque distinto al de 2008, esto vuelve a ser un rescate de bancos que habían tomado decisiones equivocadas.
El contagio se limita por hora
Por ahora, las medidas de Washington parecen estar funcionando para evitar un contagio a gran escala al resto del sector bancario, que ha vivido unos días de fuerte nerviosismo.
El desplome del SVB hizo que las acciones de la banca cayeran prácticamente en todo el mundo y que la cotización de varios bancos regionales estadounidenses se hundiese, disparando los temores a que pudiesen terminar también por derrumbarse.
Entidades como First Republic, Western Alliance o PacWest, entre otras, se desplomaron en los últimos días en Wall Street, pero este martes lograban rebotar y recuperar buena parte de lo perdido a medida que los mercados parecían sacudirse el miedo.
¿Antesala de otra crisis?
La caída del SVB ha traído a la memoria de muchos nombres como los de Bear Stearns y Lehman Brothers, cuyo colapso dio pie a la crisis financiera de 2008 y a la Gran Recesión que marcó la economía mundial durante los años siguientes.
“Esto no es 2008”, repitió insistentemente este lunes la portavoz de la Casa Blanca, Karine Jean-Pierre, tratando de tranquilizar a ciudadanos y mercados.
Aunque buena parte de los analistas coinciden en que hay pocas posibilidades de que la actual situación derive en una nueva crisis financiera a gran escala, el caso del SVB ha añadido más nerviosismo a una coyuntura ya compleja, marcada por la persistente inflación y el temor a una posible recesión como consecuencias de las subidas de los tipos de interés.
Ahora, gran parte de la atención se traslada de nuevo a la Reserva Federal y otros bancos centrales, que deben hilar fino para seguir tratando de contener el alza de los precios y a la vez evitar que sus medidas generen nuevos problemas.
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