El primer ministro de Italia, Giuseppe Conte, tiene previsto celebrar este martes un Consejo de Ministros para anunciar su dimisión. Luego, debería visitar al presidente de la República, Sergio Mattarella, para dar cuenta de la situación y abrir una crisis formal que desemboque en un nuevo Ejecutivo. Conte quiere seguir al mando de ese Gobierno, el tercero en tres años. Pero para ello deberá asegurarse el apoyo de un número suficiente de tránsfugas constituidos en un nuevo grupo parlamentario. La oposición pide que se convoquen elecciones lo antes posible y Silvio Berlusconi se ofrece para un Ejecutivo de concentración.
El tiempo pasaba cada vez más rápido y Giuseppe Conte no había logrado resultados que le brindasen una salida de la crisis de Gobierno. El primer ministro de Italia consiguió compactar un grupo de apoyo que sustituya a Italia Viva, el partido que ha retirado a sus ministras de la coalición con la que dirigía el país. Le costó digerirlo. Pero a lo largo de este lunes se fue convenciendo, empujado por la opinión casi unánime de sus socios, de que el único camino era la dimisión para intentar formar un tercer Ejecutivo bajo su propio mando.
Este martes, de lo contrario, se enfrentaría a una votación clave en el Senado con opciones para descabalgarle definitivamente del poder y abrir una crisis fuera de control que incluso condujera a unas elecciones anticipadas. Presentará su dimisión ante el presidente Mattarella. Al mismo tiempo, solicitará el encargo de intentar formar un nuevo Ejecutivo con apoyos distintos.
Este lunes por la mañana Conte recibió llamadas de la mayoría de sus socios. Empezó a cundir el pánico en los pasillos del palacio Chigi. “La presión es máxima”, señalaban en su entorno mientras la prima de riesgo alcanzaba máximos desde noviembre. Nadie veía claro ya el paso por el Senado del ministro de Justicia, Alfonso Bonafede, que deberá dar cuenta del balance del año este miércoles. Su exposición debería terminar con una votación que suele ser un trámite para el Ejecutivo. En plena crisis, sin apenas apoyos para una mayoría simple, sin embargo, se iba a convertir en la puesta en escena definitiva del callejón sin salida en el que se encuentra el Ejecutivo. “No tiene los números para superarla si no accede a esta operación”, admitían fuentes del Partido Democrático (PD). “Lo mejor ahora mismo es abrir la crisis formal”, insistían. Y Conte accedió.
La dimisión del primer ministro se convirtió en una exigencia de sus aliados y de los parlamentarios que supuestamente le apoyarán en el futuro. La paradoja es que esa fue también la petición desatendida del líder de Italia Viva, Matteo Renzi, al comienzo de la crisis, hace ya un mes y medio. Un tiempo vital en el que Italia ha estado paralizada.
La solución pasa ahora por formar un nuevo Ejecutivo —el tercero en tres años de legislatura— desde cero que permita involucrar a los nuevos socios y alcanzar un pacto de legislatura. El problema es que Conte no se fía de que, en el tránsito entre un Gobierno y otro, aparezca otro nombre para sustituirle. Por eso insistía en aferrarse a la butaca del palacio Chigi. La realidad, sin embargo, le beneficia.
Si Conte seguía siendo primer ministro este lunes por la noche era porque no existe un nombre alternativo claro. La hipótesis de sustituirle por Luigi Di Maio (Movimiento 5 Estrellas) o por el ministro de Cultura, el socialdemócrata Dario Franceschini, no está suficientemente madura. Nadie quiere liderar ahora mismo un Ejecutivo que servirá únicamente para llegar a enero de 2022, cuando se elige al próximo presidente de la República, y contener el avance de la derecha. Luego, probablemente, se deberían convocar elecciones. “Conte es el punto de equilibrio más avanzado”, señaló este lunes el líder del PD, Nicola Zingaretti, hilando un argumento político algo más sostenible que la mera supervivencia. La realidad es que el primer ministro es el único capaz de mantener compacto al volátil Movimiento 5 Estrellas (M5S) —en plena guerra civil— y un nombre que no desagrada al mundo socialdemócrata.
El grupo de tránsfugas que el palacio Chigi habría conseguido reunir prometiendo cargos y subsistencias varias en sus escaños —con fugados de Forza Italia, del grupo mixto y, quizá, también de Italia Viva— quiere que se formalice la crisis para adquirir la visibilidad y dignidad suficientes de un nuevo grupo. Pero Conte exige ciertas garantías de que será el elegido para guiar ese tercer Ejecutivo si dimite. Algo difícil si Renzi se encuentra en el centro de la partida.
El florentino, profundamente enemistado con el primer ministro, sigue pensando que Conte puede ser sustituido fácilmente. Si de él depende la formación de un tercer Ejecutivo, presionará para desalojar al premier y a su entorno de confianza definitivamente del palacio Chigi. Algunos parlamentarios de Italia Viva, sin embargo, han prometido lealtad a Renzi a cambio de que no suma al país en el caos de nuevo si se presenta la oportunidad de formar un nuevo Gobierno y salir de la crisis en la que se encuentra.
La hipótesis de un Gobierno de unidad nacional solo la defiende ahora mismo Forza Italia. El ex primer ministro Silvio Berlusconi, siempre con un ojo en sus empresas, cree que eso proporcionaría más estabilidad al país. La otra opción sería que su partido entrase a formar parte de la coalición, algo que verían con buenos ojos el PD y el propio Conte. Pero el M5S tendría muchos problemas para explicarlo a sus electores. El resto de partidos de la oposición (la Liga y Hermanos de Italia) prefiere que se convoquen elecciones lo antes posible, tal y como recordó el domingo el líder de la Liga, Matteo Salvini. La crisis comienza este martes.
El hombre que gobernaba con todos los partidos
Giuseppe Conte, el político más popular hoy en Italia, era un abogado semidesconocido que se presentó como posible ministro de Administraciones Públicas en la candidatura de las elecciones de 2018 del Movimiento 5 Estrellas. Una carambola política le llevó a ser el primer ministro de consenso en el Ejecutivo populista, con tintes de ultraderecha, euroescéptico y nacionalista que formaron los grillinos con la Liga de Matteo Salvini. Conte gobernó un año siguiendo instrucciones de sus dos vicepresidentes: Salvini y Luigi Di Maio. Hasta que el Ejecutivo descarriló.
El “abogado del pueblo”, tal y como se definió a su llegada a palacio Chigi, logró en agosto de 2019 volver a ser el elegido para liderar un Gobierno de signo opuesto. Esta vez el Partido Democrático entró en la coalición y el Gobierno adquirió tintes europeístas y progresistas. Conte firmó la abolición de los decretos contra la inmigración que el mismo había promovido en la etapa anterior. Renegó del populismo, del soberanismo y de cualquier vínculo con Salvini. Pero el invento político, promovido en su origen por Matteo Renzi, también parece haber llegado al final de la estación. Pero el primer ministro no se resigna.
Conte ha intentado reclutar a un grupo de tránsfugas para que le apoyen en su tercer Ejecutivo en tres años. Ha prometido cargos y una reforma de la ley electoral para favorecer a los partidos pequeños que puedan resultar de la nueva fusión. Además, no vería con malos ojos la entrada de Forza Italia, ya sea bajo esas mismas siglas, o camuflada en una operación vestida de centrismo europeísta. Si fuese así, Conte habría logrado gobernar con prácticamente todo el arco parlamentario de Italia.
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