El saldo de la pandemia en México es de 10 mil muertos, 90 mil personas contagiadas, más de un millón de empleos perdidos, pesimismo económico y un ambiente de polarización y odio cada vez más acentuado.
Ernesto Núñez Albarrán
Twitter: @chamanesco
El jueves 27 de febrero de 2020, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, informó de la existencia de un paciente internado en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), sospechoso de estar contagiado con el Coronavirus, una enfermedad aparentemente surgida en China, que para entonces ya estaba causando graves problemas en varios países de Europa, principalmente España e Italia.
Al día siguiente, el funcionario confirmó que otras dos personas estaban contagiadas con el Coronavirus.
Se trataba, en los tres casos, de tres hombres que habían viajado a una convención a Bérgamo, Italia, y que desde el lunes 24 de febrero habían sido sometidos a pruebas.
Aquella tarde de viernes, cuando se confirmó que habían dado positivos, López-Gatell comenzó a informar todos los días a las 7 de la noche sobre el desarrollo de la enfermedad.
Han pasado 94 días desde aquella primera conferencia de prensa vespertina, 100 desde que las primeras personas contagiadas llegaron a territorio nacional.
Desde entonces, hemos podido seguir en tiempo real la expansión de una enfermedad que tiene en vilo a todo el mundo, y que en México se ve muy lejos de haber sido contenida. El 18 de marzo, siete días después de que la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente la existencia de la pandemia de #COVID_19, la Secretaría de Salud reportó el primer fallecimiento en México y la existencia de 118 casos confirmados en el país.
El lunes 23 de marzo, dio inicio la Jornada Nacional de Sana Distancia, con lo que se suspendieron clases en todos los niveles educativos y se llamó a la población a quedarse en casa. Una semana más tarde, el Consejo de Salubridad General declaró la emergencia nacional sanitaria y ordenó suspender todas las actividades no esenciales.
El martes 21 de abril, cuando ya se habían acumulado 15 mil 574 casos y mil 530 defunciones, inició la fase 3 de atención a la enfermedad en el país, y se anunció que la Jornada Nacional de Sana Distancia concluiría este domingo, 31 de mayo.
Las cifras más recientes señalan que, hasta el sábado 30, se han acumulado 87 mil 512 casos confirmados y 9 mil 779 fallecimientos. El 90 por ciento de las víctimas han muerto en un hospital y el 67 por ciento son hombres. Se han recuperado 61 mil 871 personas, hay casi 39 mil casos sospechosos y 16 mil 486 enfermos que adquirieron la enfermedad en los últimos 14 días (los casos activos).
Ése el saldo de las víctimas directas del #COVID_19; quienes la han padecido y quienes murieron por haberla adquirido.
Pero hay otros saldos en estos cien días de temor y confinamiento.
En el plano económico, ya es un hecho que la emergencia nacional sanitaria está provocando estragos. Un año de por sí bajo en expectativas terminará siendo el peor año en términos de crecimiento económico y generación de empleos.
A mediados de mayo, las estimaciones del IMSS y la Secretaría del Trabajo indicaban la pérdida de más de 700 mil empleos entre el 16 de marzo y el 28 de abril. Hace seis días, el presidente López Obrador admitió que el saldo será de un millón de empleos, aunque sectores empresariales y organismos especializados prevén peores consecuencias.
El Banco de México estimó el viernes pasado una caída del Producto Interno Bruto de entre 4.6 y 8.8 por ciento en el año, con una pérdida de un millón 400 mil empleos.
La crisis sanitaria y económica han apuntalado otra crisis: la política y social.
Si algo marcará a la primavera mexicana de 2020 es la polarización entre un grupo que defiende a ultranza al gobierno y lo considera incuestionable, y otro que descalifica todo lo que se está haciendo.
El titular del Ejecutivo, sus principales funcionarios, los miembros de su partido y sus voceros oficiales y oficiosos han construido una narrativa basada en el delirio de persecución. El presidente se dice asediado por sus críticos y víctima de campañas mediáticas que buscan desprestigiarlo y cancelar la “cuarta transformación”.
Desde esa postura, se acabaron los matices: o se está incondicional y acríticamente con el gobierno, o se está en contra. Todo aquello que cuestione la eficiencia o “pureza” de un acto de gobierno es tachado como ataque desde Palacio Nacional.
En momentos de mucho ruido y gran confusión mediática e informativa, que la OMS ha definido como “Infodemia”, el gobierno ha encontrado en ese término el cajón para colocar y descalificar cualquier crítica.
Con un Ejecutivo aislado tras sus propias trincheras, el Poder Legislativo cerrado y los partidos invisibilizados, la política ha sido otra víctima del Coronavirus.
No hay diálogo posible entre un gobierno aferrado a su propio plan, a sus propios datos y a su propia versión de la historia, y sectores que resienten los efectos de sus decisiones: lo mismo empresarios que creadores, cineastas y artistas, científicos o pequeños comerciantes.
No es extraño que, en estos cien días conviviendo con el virus, o mejor dicho sobreviviendo a él, haya aumentado la polarización en una sociedad de por sí dividida.
El año pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador hizo una comparación peligrosa entre su gobierno y el de Francisco I. Madero, y habló abiertamente de una supuesta amenaza de “golpe de Estado”.
Ahora, en estos días de furia y polarización, abundan en las redes sociales publicaciones de sectores que acusan al gobierno de querer instaurar el comunismo en México. Se vuelve a comparar a AMLO con Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega. Y se escribe con mucho odio sobre sus políticas públicas y sobre las medidas que ha implementado su gobierno para enfrentar al #COVID_19.
A la cerrazón de Palacio para aceptar la crítica, hay gente que comienza a responder con gestos de intolerancia que buscan descarrilar a un gobierno electo en las urnas.
El Frente Nacional Anti AMLO (FRENAA), que se movilizó este fin de semana a bordo de automóviles último modelo, podría ser sólo una anécdota, como han sido otras manifestaciones promovidas por la misma gente y con la misma consigna: #AMLOVeteYa.
Pero también podría ser la semilla de un movimiento más peligroso; el de sectores que no parecen dispuestos a transitar por las vías de la democracia electoral para construir un proyecto alternativo a la 4T.
¿Qué idea de país tienen quienes hoy piden que se vaya AMLO? ¿Qué harían el día después de su hipotética renuncia?
Una cosa es criticar, cuestionar, dudar de López Obrador. Otra muy distinta y peligrosa es el golpismo. Quienes hoy alientan una salida antidemocrática para acabar con la llamada “cuarta transformación” están comenzando a andar el camino más peligroso y nefasto que pudieron haber escogido.
Combatir el supuesto autoritarismo de AMLO con golpismo es una pésima idea, que lo único que podría generar es un endurecimiento aún peor del gobierno, su partido y los sectores que comienzan a movilizarse en su defensa, ya no sólo articulados en redes sociales.
La prolongación de la distancia entre ambos extremos; la pérdida del centro como lugar de encuentro, tolerancia y diálogo es, también, un saldo de estos cien días de enfermedad.