La mayoría de turistas acuden a Costa Rica a visitar los volcanes centrales (el Poás o el Arenal, por ejemplo) o los parques nacionales que nunca defraudan, como el de Manuel Antonio (el más cercano a la capital), el de Tortuguero, el de Corcovado (en la península de Osa) o al fantástico Bosque Nuboso de Monteverde. Es casi obligado conocer también alguno de los paraísos del surf a lo largo de la costa del Pacífico o incluso hay quien se anima a explorar el otro extremo del país: la costa del Caribe. A continuación, lanzamos algunas propuestas, varias de ellas fuera de las rutas más habituales, para disfrutar como se merece de este prodigio de la naturaleza. Pura vida.
El Caribe tico con sabor jamaicano
La costa sur del Caribe es el corazón y el alma de la comunidad afrocaribeña de Costa Rica. A mediados del siglo XIX llegaron muchos jamaicanos para construir el ferrocarril y se quedaron luego a trabajar para la empresa bananera estadounidense United Fruit. También en esta zona, pero más hacia el interior, viven todavía algunos de los grupos indígenas más importantes del país: culturas que se han preservado intactas a pesar de siglos de incursiones, primero de los españoles, después de la industria bananera y hoy del turismo. Viven, sobre todo, en las zonas de Cocles, Talamanca y Bribri.
Pero esta no es una burbuja aislada: desde la década de los ochenta del pasado siglo, la costa sur ha recibido a surfistas, mochileros y familias de vacaciones, que en muchos casos han echado raíces y añadido sabores italianos, alemanes y norteamericanos a este mosaico cultural. Para el visitante resulta siempre una experiencia diferente y muy gratificante, con preciosas playas de las que disfrutar de largas jornadas de sol y arena.
Boca Tapada, un destino inédito entre plantaciones
Si emprendemos camino hacia el norte por el interior, antes de llegar a la frontera con Nicaragua irrumpe la zona conocida como Boca Tapada. Este es un viaje a través de plantaciones de piña para descubrir la selva virgen del Refugio Nacional de Vida Silvestre Mixto Maquenque. Es un destino poco turístico, ideal para espíritus aventureros. Los caminos pedregosos y la falta de señalización pueden obligar a realizar algunos rodeos no deseados, pero la recompensa es un gran espectáculo ecológico.
En este humedal habitan animales en peligro de extinción como el guayacamo o lapa verde, especies vulnerables como el manatí y otras relevantes como el jaguar y el pez gaspar. En total, hay catalogadas un total de 139 especies de mamíferos, 135 de reptiles, 80 de anfibios y 424 de aves. Al atravesar campos de piñas y plantas de embalaje, el viajero se cruza con campesinos y al final de la carretera podrá disfrutar de un pedazo de exuberante selva tropical, llena de pájaros exóticos y el croar de las ranas. Los alojamientos de la zona ofrecen excursiones por el Refugio Nacional de Vida Silvestre Mixto Maquenque.
Observación de tortugas en Parismina
Sin abandonar la costa norte que baña el Caribe, a medio camino entre las localidades de Tortuguero y Puerto Limón, está Parismina, una alternativa menos concurrida que el vecino parque nacional Tortuguero, y que cada vez gana más adeptos entre los que recorren el país. Esta extensa lengua de arena entre los manglares y el mar cuenta con una infraestructura turística esquelética y no demasiada acción aparte de la conservación de tortugas y recorrer en kayak los canales. Algo que permite imaginar cómo era la costa caribeña de Costa Rica antes de la llegada del turismo. Lo mejor para ello es desembarcar en este adormecido pueblo de pescadores encajonado entre los canales de Tortuguero y el mar. Sin tirolinas, ni resorts, es el típico lugar donde encontrar ancianos jugando al dominó en los porches y niños chapoteando en los charcos.
Para los intrépidos dispuestos a emprender el viaje, Parismina es, además, un lugar magnífico para ver tortugas y ayudar a su conservación, y sin el gentío de Tortuguero. Aunque aquí desovan menos especies y en menor número, se pueden observar tortugas laúd entre finales de febrero y principios de octubre; y verdes, entre febrero y septiembre. Además, hay un criadero de tortugas en el que voluntarios pueden ayudar a custodiar los huevos. La pesca deportiva es el otro reclamo tradicional para el turismo de la zona.
Malpaís y Santa Teresa, paraíso surfista
Dando un salto a la otra costa tica, la del Pacífico, en la península de Nicoya, la más grande del país, se puede combinar la aventura en la naturaleza tropical con los encantos de sus hoteles boutique, exquisitos restaurantes o spas para cuidar y nutrir cuerpo y alma. Y si se busca más tranquilidad que emociones fuertes, aquí los días pueden pasar simplemente mecidos por la brisa marina. En el extremo sur de esta península asomada al océano se encuentran dos de los destinos preferidos por los surfistas: Malpaís y Santa Teresa. Hasta hace relativamente poco tiempo estos dos pueblos vecinos eran considerados un rincón casi secreto y, aunque han dejado de serlo, Santa Teresa es todavía una maravillosa villa surfera, con muchos sitios donde comer y algo de vida nocturna. Por toda la zona discurre una accidentada carretera litoral que enfila al sur desde Santa Teresa, pasa por la playa Carmen y termina en el pueblecito pesquero de Malpaís.
La playa Santa Teresa, alargada y espectacular, es famosa por su rompiente veloz y potente. Ofrece buen surf a casi todas horas. Al norte, da paso a playa Hermosa, que hace honor a su nombre: es amplia y llana y cuando baja la marea se ve espectacular. El surf es el principal atractivo del lugar. Casi todos los viajeros no hacen otra cosa, excepto estirar los músculos y un poco de yoga. Pero existen más opciones para aprovechar el entorno: paseos a caballo, excursiones de pesca o circuitos de tirolina.
Costa Ballena: olas, ballenas y buena comida
Hasta donde se remonta la memoria, Dominical era un pueblecito que atraía a una variopinta colección de surfistas, mochileros y simpáticos amigos del buen vivir, un lugar donde el viajero podía brujulear por las polvorientas calles con la tabla de surf bajo el brazo después de un día de intenso oleaje. En 2015 llegó la primera carretera de verdad al pueblo y se comenzó a asentar una creciente población de expatriados y americanos, que trajeron algunos negocios más sofisticados. Ahora es un destino popular, pero cuando llegan las lluvias Costa Ballena se vacía y vuelve a ser la vieja y plácida Costa Rica de siempre.
Ojochal, por el contrario, es el epicentro culinario de la zona con influencias desde mediterráneas hasta indonesias, con una población multicultural de residentes extranjeros y un ambiente completamente diferente a la surfera Dominical.
Sarapiquí y la catarata Poza Azul
Los viajeros que fijan su mirada en el norte del país fundamentalmente lo hacen para disfrutar del volcán Arenal (1.670 metros), su parque nacional y sus muchos lodges en plena naturaleza, con balnearios termales en medio de la lava, caminatas pintorescas y experiencias únicas al aire libre. Son uno de los puntos fuertes de cualquier recorrido por Costa Rica. Pero aquí, en los confines norteños, hay otras zonas menos visitadas. Quienes se aventuren por carreteras secundarias descubrirán la vertiente más rural del país y rincones como el Refugio Nacional de Vida Silvestre Caño Negro, con marismas y lagunas que recuerdan a famosos humedales como los Everglades de Florida o el delta del Mekong (en versión reducida). O el valle de Sarapiquí, una extensión de llanuras llena de fincas que en el pasado formó parte de las grandes explotaciones de la empresa bananera United Fruit Company, de capital estadounidense. Las aguas del río Sarapiquí no son tan bravas como las del cercano río Pacuare, pero cuentan con vigor suficiente para acelerar el pulso de cualquier aficionado al rafting. Además, la frondosa selva que bordea el río ofrece la oportunidad de ver fauna desde las balsas que descienden por este generoso caudal de agua en busca de aventuras.
La Virgen, una antigua población de la época dorada del comercio bananero, se mantiene escondida en la densa vegetación salvaje del Sarapiquí. Durante más de una década, fue el principal destino de kayak y rafting en Costa Rica, pero un terremoto cambió el curso del río y arrastró su economía turística. Hoy solo quedan algunos establecimientos abiertos, pero cada vez hay más aficionados al rafting que de forma independiente vuelven para dejarse llevar por los rápidos o buscar alguna poza transparente donde disfrutar de un relajante baño, como la catarata Poza Azul, que para muchos es el mejor salto de agua de todo el país.
La península de Osa: los últimos rincones vírgenes
Pese a su extensión relativamente pequeña, la península de Osa, en la costa suroeste del Pacífico, alberga un gran número de hábitats tropicales: bosques lluviosos, humedales costeros y bosques de montaña. Incluye, además, algunos de los rincones menos explorados y urbanizados de Costa Rica. Por ejemplo en el parque internacional La Amistad, donde quedan amplias extensiones intactas en las que viven en reservas representantes de las culturas indígenas más relevantes del país (bribri, cabécar, boruca y ngöbe). También es el hogar de aves como los quetzales o guacamayos, y de animales como los monos perezosos y los coatíes. Hay solitarias playas, surf y muchos territorios agrestes para viajeros intrépidos que buscan algo salvaje.
Es aquí también donde está el principal espacio protegido del país: el parque nacional de Corcovado. Es el último tramo de la selva tropical original que se conserva en la Centroamérica del litoral pacífico. Bastión de biodiversidad, alberga la mitad de las especies de Costa Rica. Hay tres rutas principales abiertas al público para quien quiera recorrer a pie el parque y otros muchos senderos a los que conviene ir acompañados por un guía.
En la península está también Bahía Drake, una pequeña bahía que se piensa que fue descubierta por el corsario inglés Francis Drake en el siglo XVI. Es uno de los destinos más remotos del país, un auténtico mundo perdido, abrazado por el parque Corcovado. En el dosel de la pluvisilva, los monos aulladores saludan al sol con su cautivador griterío, mientras que las parejas de guacamayos que vuelan entre las copas de los árboles llenan el aire con sus cacofónicos cánticos. En la bahía, manadas de delfines surcan las aguas turquesas próximas a la bella reserva de la isla del Caño, un minúsculo territorio de 300 hectáreas a 20 kilómetros de Bahía Drake.
Drake permanece aislada del resto del país, y ahí reside su encanto. Todo gira en torno al humilde pueblo de Agujitas (1.000 habitantes), el eje de transporte de la zona, que atrae a un creciente número de mochileros y amantes de la naturaleza. Hay alojamientos baratos y una amplia oferta de submarinismo y de excursiones para observar la rica fauna.
Isla del Coco, el paraíso del submarinismo
Es el destino más remoto de Costa Rica, una isla a medio millar de kilómetros al suroeste de tierra firme. Aunque no pasa de ser una mota verde en medio del Pacífico infinito, la isla del Coco está en la imaginación de todos los aventureros: montañas recortadas e historias de tesoros, un ecosistema virgen y aislado rico en fauna y unas inmejorables condiciones para el submarinismo. Esta es la isla tropical que sobrevuela el helicóptero en el plano inicial de Parque Jurásico, dirigida por Steven Spielberg en 1993 y basada en el libro homónimo de Michael Crichton. También se cree que La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson era, precisamente, Coco. Pero lo más bello no es la isla, sino el mar que la rodea: calificada por la PADI (Asociación Profesional de Instructores de Buceo) entre los diez mejores destinos de buceo del mundo, en las aguas de la isla del Coco viven muchas especies pelágicas (aquellas que viven en aguas medias o cerca de la superficie), entre ellas uno de los más grandes bancos de tiburones martillo que se conocen en el planeta.
Antes que los submarinistas, hubo por aquí piratas, muchos piratas, de quienes se rumorea que escondieron incontables tesoros. El más famoso fue el legendario tesoro de Lima, un botín millonario que un capitán británico escondió en 1820. Más de 400 expediciones se organizaron para dar con este botín de lingotes de plata y oro y una imagen de la Virgen de oro macizo. Las riquezas siguen estando bajo sus aguas, pero esta vez en forma de una enorme variedad biológica. Hay 235 especies de plantas identificadas; 362 de insectos; 85 de aves; 57 de crustáceos; 118 de moluscos, y más de 200 de peces y 18 de corales.
Punta Leona y Playa Herradura, rincones secretos
En Punta Leona hay un resort enorme, con club de campo, un par de restaurantes y acceso a la playa: el Punta Leona Hotel & Club. La playa Banca es majestuosa, con la marea baja es fácil cruzar por las lajas del otro extremo de la punta —con la pleamar quedan sumergidas pero no es aconsejable atravesarlas a nado— y se puede ir y volver a playa Blanca: el premio al esfuerzo es una inmensa cala con arena blanca, aguas mansas como si fuera un jacuzzi y cocoteros inclinados. Es casi un paraíso, frecuentado sobre todo por familias, especialmente en días festivos.
Muy cerca está playa Herradura, que hace un par de décadas no era más que una franja de arena oscura, con palmeras y pescadores de la zona. Pero en los años noventa saltó a la fama como escenario de la película 1492: la conquista del paraíso, de Ridley Scott. El resultado fue un rápido desarrollo y la construcción del puerto deportivo Los Sueños, uno de los más lujosos del país. Hoy Herradura representa el posible futuro para la costa central del Pacífico, con apartamentos sofisticados y hoteles, pero la mitad sur de la playa sigue siendo un tramo típicamente local donde los ticos van a comer y a divertirse, con restaurantes informales donde se come con los pies sobre la arena.
Unos días en San José, una capital fuera de ruta
La capital de Costa Rica no es precisamente una de las ciudades con más encanto del continente, al menos en lo que se refiere a monumentos, museos o barrios con aires coloniales. Pero a cambio, San José es el verdadero corazón cultural del país: aquí están los estudiantes universitarios, los intelectuales, los artistas y los políticos, y también el ocio nocturno e incluso el inesperado arte callejero. Los viajeros se quedan siempre poco tiempo en Chepe, como la conocen cariñosamente sus vecinos, pero la ciudad tiene sus encantos y, sobre todo, es parada inevitable, así que no está de mas dedicar unos días para disfrutarla como se merece.
El circuito turístico imprescindible pasa por el Museo del Oro Precolombino, el Museo del Jade, el Mercado Central o la joya de la ciudad: el Teatro Nacional, el edificio más venerado, de finales del siglo XIX, como una bombonera en pleno centro de la ciudad. Visita curiosa es también el Museo de Arte Costarricense, instalado en un edificio de estilo español que fue la terminal del aeropuerto de San José hasta 1955, en el barrio de La Sabana.
Para darse una vuelta por los distritos más de moda hay que acercarse a Escalante, epicentro gastronómico de la ciudad, sobre todo en torno a la calle 33, o darse un paseo por el barrio Amón, un agradable e histórico vecindario con mansiones de cafeteros de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En los últimos años muchos de estos edificios históricos se han transformado en hoteles, restaurantes y oficinas. Hay de todo, desde casas estilo art déco a coloristas edificios victorianos tropicales.
Pero los ticos más pudientes viven en la periferia, en barrios como Escazú y Santa Ana, con muchos restaurantes y con alojamientos que van desde refinados hoteles boutique hasta auténticos resorts en medio de la ciudad.
Si solo vamos a tomar San José como una escala en el viaje hacia las playas o los parques nacionales, una buena idea es disfrutar de unas minivacaciones en hoteles que son verdaderos oasis. Lugares como el Real InterContinental San José, en Escazú, es una isla en medio de la ciudad, con frondosos jardines, piscinas, spa, tiendas y algunos de los mejores restaurantes.
Encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestro Facebook y Twitter e Instragram o suscríbete aquí a la Newsletter de El Viajero.