Crece la intolerancia hacia los inmigrantes en todo el mundo, según una encuesta de Gallup


El ferri Blue Star Chios parece más grande que Sigri, el pueblo en el que lleva cinco días atracado. La silueta del buque, con su chimenea estrellada y de colores chillones, se impone a la vista desde cualquier rincón de este pequeño puerto de pescadores en la costa oeste de Lesbos. La tripulación del barco espera a que el Gobierno griego decida si finalmente traslada a sus camarotes a 1.000 de los 13.000 migrantes que tuvieron que desalojar el campo de refugiados de Moria tras los incendios que lo arrasaron la semana pasada.

En Sigri viven 300 personas y la posibilidad de acoger a este millar de desplazados ha generado una ola de resquemor entre la población local, porque consideran que están en primera línea de un problema que afecta a toda Europa.

Mikaela Kaime da una patada de desaprobación a su padre por debajo de la mesa cuando este lamenta que si traen a los refugiados al pueblo, le robarán las ovejas. La familia Kaime almuerza en el restaurante Cavo Doro. Panayotis Kaime es un conocido ganadero de la zona y pide al periodista que hable con el comensal de la mesa contigua, al que introduce como “capitán Michaelis”. “¿Usted es de España? Si le interesan los refugiados, ¿por qué no aprovecha y se lleva a los afganos a España?”, dice este pescador y vecino de Sigri. Mikaela tiene 16 años y admite, a su pesar, que casi todo el mundo en el pueblo piensa como su padre y su amigo.

El Gobierno griego anunció la semana pasada que contemplaba el internamiento en el ferri de unas 1.000 personas que se encuentran en condiciones especialmente vulnerables. Las autoridades han congelado el plan y no hay todavía una decisión final al respecto, según una portavoz de Acnur, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, responsable de la gestión de la acogida de estos desplazados en Lesbos. El Ejecutivo griego ha tenido que lidiar este año con diferentes momentos de tensión entre la población local y los migrantes, incluso con situaciones de violencia por parte de grupos de extrema derecha como las que se produjeron el pasado marzo.

Konstantinos Tsiknas no duda que si el Ministerio de Migración decide transportar a los refugiados a Sigri, sus habitantes y los de los municipios colindantes lo impedirán cortando el acceso por carretera. “Quieren traer a somalíes y a afganos. Estos no respetan nada, no pintan nada aquí”, dice Tsiknas. El nombre del restaurante que regenta es Australia, en recuerdo del país al que emigraron sus padres en la década de los setenta y donde vivieron durante 20 años. Su hijo relata que gracias a que emigraron, pudieron ahorrar y volver a Grecia para fundar el restaurante que ahora es propiedad de sus hijos. “La mayoría de Sigri emigró de Grecia, y ahora los jóvenes se van a Atenas”, añade Tsiknas.

Tsiknas asegura que desde 2015, cuando estalló la crisis de los refugiados, los ingresos de su establecimiento han caído un 80%. “La pandemia del coronavirus nos ha afectado, claro, pero desde hace cinco años están dejando de venir turistas internacionales, y es porque tienen miedo a los refugiados”. Kristina Kaime, la madre de Michaela, también dice tener miedo, pero por razones sanitarias. “Si hay enfermos, en Sigri no hay médicos. ¿Instalarán un hospital en el pueblo?”.

Sigri tiene un museo dedicado a la joya geológica de la región, los yacimientos de árboles fosilizados. El centro de exposiciones casi no tiene visitantes en estas semanas de septiembre, admite el guía y recepcionista, Kostas Kutis: “La principal razón es la caída de visitantes por el coronavirus, pero es cierto que la situación con los refugiados frena a muchos turistas para venir a Lesbos”. Kutis es de Salonica, donde en los últimos años han sido reubicados parte de los refugiados que malviven hacinados en Moria. Kutis subraya que la isla ha estado históricamente abierta a los extranjeros, pero concede que hay cosas que están cambiando: “La situación es compleja, porque parece que Lesbos esté soportando lo que debería ser una responsabilidad conjunta de Europa, y eso está alimentando al racismo y a la extrema derecha”.

Kristina Kaime hila con pausa sus opiniones mientras degusta un plato de sardinas acompañado con un vaso de vino blanco. La crisis en Lesbos, dice, afecta a toda la Unión Europea, pero cree que en otros países no lo ven así: “Los Gobiernos de Europa nos han escogido para aguantar la presión. Lo aceptamos, pero somos vulnerables. Y en Bruselas deciden por nosotros sin tener en cuenta nuestra opinión”.

Lo cierto es que las autoridades están haciendo pruebas médicas a los refugiados para saber si están contagiados por coronavirus antes de trasladarlos a ubicaciones más o menos permanentes. Hasta el momento, 14 migrantes han dado positivo en la covid-19, pero se temen que puedan ser muchos más, dado el hacinamiento en el que viven. Pese a todo, el Ejecutivo griego confía en que en los próximos “tres o cuatro días”, todos los migrantes hayan sido reubicados, según su portavoz.


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