Al asumir la presidencia de México, hace siete meses, Andrés Manuel López Obrador prometió un sexenio de prosperidad y a la vez de redistribución de los beneficios en provecho de los más pobres. Hoy queda claro que le resultará imposible cumplir los dos objetivos: crecer más y distribuir mejor. El aumento del PIB este año será menor al 1%, ritmo al que crece la población y en 2020 apenas superará esa tasa. Es decir, para efectos prácticos el arranque de sexenio del Gobierno de la Cuarta Transformación, estará marcado por el estancamiento. ¿Qué pasará con el segundo objetivo? ¿Podrá atemperar la profunda desigualdad económica y social?
La teoría económica neoliberal ha sostenido que la única manera de salir de la pobreza es ampliando el pastel, no quitándole a unos para darle a otros. Crecer para que los beneficios alcancen a todos o, al menos, a muchos. Y en efecto, ha sido el caso de los tigres asiáticos, convertidos en potencias económicas y multiplicadores exponenciales de sus sectores medios. Pero Japón, Corea, Singapur y más tarde China, entre otros, han crecido a tasas superiores al 5% anual durante varios lustros, algunos incluso muy por encima de esa cifra. Algo absolutamente impensable en México, inmerso en la dinámica del Atlántico Norte, que apenas ronda un 2% promedio en las últimas décadas.
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Las sociedades tienden a expandirse de manera distorsionada. Los más ricos y en posición más privilegiada suelen quedarse con una tajada mayor de las porciones adicionales del pastel; y cuando no hay adicionales simple y sencillamente amplían su tajada con cargo a los otros. El TLC y en general la modernización del país provocó un crecimiento expansivo del norte del país y de las élites económicas, pero un aumento de la desigualdad entre regiones y sectores sociales. En teoría México ha crecido en promedio 2% anual en los últimos dos sexenios, pero de manera muy contrastante cuando se le examina detenidamente. O dicho de otra manera, hace veinte años nuestros millonarios no entraban a la lista mundial de Forbes, hoy una docena forman parte del jet set económico del planeta. Nuestros más pobres siguen comprándose con los de las regiones más atrasadas de Latinoamérica.
Los gobiernos anteriores apostaron al crecimiento de las zonas punta, vinculadas a la globalización, asumiendo que su ímpetu arrastraría al México profundo a la modernidad. Pero el pastel nunca creció significativamente. El México profundo se hizo más profundo; igual de pobre que antes pero más corrupto e inseguro por falta crónica de oportunidades y recursos.
Hoy López Obrador quiere revertir esta tendencia. Hace bien. El modelo neoliberal más o menos salvaje que se intentó desde hace 25 años habría dado resultado si hubiese provocado ritmos de expansión tipo asiático, pero no fue el caso. El país no podía seguir desangrándose en dos mitades indefinidamente sin provocar la desestabilización y el incremento de la violencia. La elección de López Obrador es quizá la última posibilidad de resolverlo pacíficamente.
Pero cabría preguntar si el Gobierno de la 4T no logra echar andar a la economía, ¿cómo se va a hacer para mejorar las condiciones de los pobres? ¿Se le quitará a los ricos? ¿Se endeudarán las finanzas públicas?
Ni una cosa ni otra, diría el presidente y su obstinado optimismo. Y hasta ahora lo ha cumplido (hay austeridad en el gasto y ningún atisbo de expropiaciones a la propiedad o cambios significativos en el régimen fiscal). Algunas medidas han conseguido ya un ligero incremento en la masa de salarios e ingresos de la población, sin embargo. Por ejemplo el aumento de 16.2% en los salarios mínimos y el reparto de subsidios a jóvenes y sectores desprotegidos. Eso a su vez ha provocado que las ventas minoristas en México hayan crecido 2.2% en términos reales en los primeros seis meses, mucho más alto que el magro crecimiento de la economía. Dicho en castellano, esto significa que el consumo de la gente ha aumentado más rápido que la propia economía, lo cual supondría una ligera mejoría en la distribución de los beneficios de la actividad. No es poca cosa, considerando que se da en el marco del duro arranque de una administración empeñada en cerrar el grifo hasta no detener las fugas de corrupción y despilfarro.
Me queda claro que López Obrador se quedará muy corto con respecto a su objetivo respecto al crecimiento. Tendrá suerte si al final del sexenio logra una tasa promedio anual equivalente a la de sus antecesores (2%). Pero me parece que su éxito o su fracaso no residirá en ello, pese al crujir de dientes de las élites . Quizá no sea un período para crecer, pero sí para mejorar la distribución y acotar la desigualdad, el despilfarro y la corrupción. Es esa vara contra la que habría que medir su desempeño.
@jorgezepedap
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