Los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, de 78 años, y Joaquín Mora, de 80, han sido asesinados este lunes al interior de la iglesia de la comunidad de Cerocahui, en la sierra Tarahumara (Chihuahua) cuando le daban refugio a un hombre que era perseguido, el guía turístico Pedro Palma, de 60 años. Unos tipos armados irrumpieron en el templo a balazos y asesinaron a los tres, según han confirmado las autoridades. Pese a las súplicas del único sacerdote que se salvó del fuego, los criminales arrojaron los cuerpos a una camioneta y se encuentran desaparecidos. Además de los clérigos y el guía, otras cuatro personas fueron secuestradas la mañana del lunes en esa pequeña comunidad, de poco más de 1.000 habitantes. Dos hombres, una mujer y un menor de edad, según informa la Fiscalía Estatal.
Las autoridades, que desde un primer momento se han centrado solo en el crimen de los jesuitas, han confirmado que se trató de dos ataques. El primero, por la mañana, según las llamadas al 911, en el que fueron secuestrados Paul Osvaldo B. y Armando B, además de una mujer y un menor de edad, de los que no han proporcionado más detalles. El segundo, alrededor de las 13.00 horas dentro de la iglesia. Según el comunicado de la Fiscalía, Pedro Palma fue llevado hasta el templo, donde fue asesinado a balazos junto a los sacerdotes que trataron de socorrerlo. Los cadáveres de todos se encuentran en paradero desconocido.
El principal sospechoso es un líder criminal de la zona, José Noriel Portillo, alias El Chueco, según informa la prensa local. La región vive asediada por el control del crimen organizado de las tierras y los bosques, con miles de desplazados a punta de fusil, y la impunidad absoluta que sufre no solo esta zona marginal y pobre del norte de México, sino muchas otras en todo el país.
La gobernadora de Chihuahua, Maru Campos, ha condenado la matanza de los sacerdotes durante una rueda de prensa este martes, aunque no ha mencionado los otros crímenes, que se encuentran en una investigación preliminar, según el comunicado de la Fiscalía estatal. Ha sido la denuncia por redes del hijo de Palma, Ricardo, la que ha advertido que el crimen de Cerocahui se trató de una matanza mayor, con siete víctimas en total. No se sabe qué ha sucedido todavía con los cuatro secuestrados.
El día de hoy me avisan que tras asesinar a los dos sacerdotes en el poblado de Cerocahui, Chihuahua, sujetos armados irrumpieron en el Hotel Misión Cerocahui de Hoteles Balderrama y se llevaron a turistas incluyendo a MI PAPÁ pic.twitter.com/2haKby6uyp
— Ricardo Palma (@Ricardo_PalmaC) June 21, 2022
Ricardo Palma, hijo del guía turístico, ha contado que recibió una llamada el lunes de una compañera de su padre avisándole de lo sucedido. “Mientras se encontraban cenando en el hotel Misión Cerocahui de hoteles Balderrama un grupo armado irrumpió y se lo llevó a él y a un grupo de turistas. No sabemos cuántas, ni quiénes”, ha explicado por WhatsApp, pues se encuentra en un avión de camino a México. Él estaba en Barcelona cuando recibió el aviso sobre su padre, es médico y se encuentra haciendo una especialidad en un hospital español. “La camioneta van de turismo que conducía se quedó fuera del hotel, abandonada”, ha advertido.
Palma era un guía turístico con más de 40 años de trayectoria en la sierra Tarahumara. “Nació en la comunidad de Teporachi y a los 12 años emigró hacia Estados Unidos para poder mantener a su madre y a sus hermanos”, relata su hijo. Después regresó y montó una empresa turística junto a su mujer. Y llegó a trabajar para agencias internacionales como Grand Circle Travel, Caravan Tours, American Orient Express. “Siempre apoyó tanto a la Casa Hogar de niños en Chihuahua, como a las escuelas tarahumaras en la sierra”, cuenta su hijo.
Uno de los principales líderes de la comunidad jesuita que trabaja en la sierra Tarahumara desde hace décadas, Javier Ávila, cuenta a este diario cómo el horror que vive el pueblo mexicano ha tocado las puertas de la iglesia. “Vivimos constantemente amenazados y hostigados. Pero nunca habíamos llegado a este extremo”, explica Ávila desde el otro lado del teléfono. La mañana de este martes, se encuentra de camino a Cerocahui, acompañado de un escolta, para reencontrarse con la comunidad, a la que intentaron proteger desde el momento en el que sucedieron los hechos: “Esto sucedió ayer a medio día [el lunes], pero quisimos ser muy discretos porque temíamos que se fueran contra la población. No fue hasta que se comenzó a dar la noticia, que nuestros superiores en la capital decidieron enviar un comunicado”, explica. “Con este doble asesinato Dios nos está permitiendo hacernos pueblo, y sentir su dolor”, señala el sacerdote.
Ávila narra lo sucedido, según le han contado los testigos de la matanza. Había un sacerdote más, que logró salvarse del crimen y que le suplicó a los criminales que no se llevaran los cadáveres. “El hombre que disparó estaba completamente trastocado”, relata. Y cuando trata de explicar el crimen no puede contener el coraje: “Esto nunca se va a entender, porque no tiene ninguna lógica. Es el fruto de una cerrazón oficial frente a una realidad muy trágica. El país, no solo la zona tarahumara, está arropado por una impunidad grosera, alarmante. Duele mucho, pero es una realidad. No ha habido nadie, en ningún sexenio, que diga: “Ya basta””, denuncia Ávila.
Según los testimonios que ha recabado, un hombre entró corriendo a la iglesia este lunes con el sol todavía en lo alto. Era Pedro Palma, lo venían siguiendo unos tipos que querían asesinarlo. Los sacerdotes Campos y Mora corrieron al escuchar los balazos. Uno de ellos fue a auxiliar al guía y un sicario no dudó en asestarle también a él unos balazos que acabaron con su vida. Otro cura trató de acercarse al criminal, “calmarlo”, explica Ávila. Y, sin ninguna piedad, fue también acribillado. Tras la matanza, y siguiendo el mismo patrón del narco, buscaron la forma de deshacerse de los cadáveres. Engrosar así las cifras de los más de 100.000 desaparecidos que cuenta el país. Ni siquiera le han permitido a los clérigos ofrecerles la debida sepultura.
La Diócesis de Tarahuamara ha pedido en un comunicado que las autoridades hagan lo posible por rescatar los cuerpos y que cese la violencia de los últimos años: “Cualquiera pudiera decir que estuvieron en el lugar y en el momento equivocados; sin embargo, no ha sido así, ya que ambos sacerdotes estaban cumpliendo con su deber de ayudar y socorrer física y espiritualmente a una persona que estaba perdiendo la vida”.
La Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús ha solicitado que se brinde la protección de sus clérigos ante la violencia que han sufrido históricamente en el país. “Demandamos que de forma inmediata se adopten todas las medidas de protección para salvaguardar la vida de nuestros hermanos jesuitas, religiosas, laicos y de toda la comunidad de Cerocahui. Hechos como estos no son aislados. La sierra Tarahumara, como muchas otras regiones del país, enfrenta condiciones de violencia y olvido que no han sido revertidas. Todos los días hombres y mujeres son privados arbitrariamente de la vida, como hoy fueron asesinados nuestros hermanos”, dicen.
El presidente Andrés Manuel López Obrador, confirmó los hechos en su conferencia de prensa de este martes y reconoció la violencia que sufre el Estado de Chihuahua por el embate del crimen organizado. “Estamos ahora atendiendo este asunto. Parece que se tiene ya información sobre los posibles responsables de estos crímenes”, informó el mandatario.
En México, según la organización Centro Católico Multimedial, han sido asesinados en la última década unos 30 curas. La ola de violencia ha alcanzado también a iglesias y templos que muchas veces son refugio de la propia ciudadanía.
Javier Campos Morales, con 50 años de misión en la Tarahumara, según cuenta Ávila, era el superior de los jesuitas en la región. Nació el 13 de febrero de 1943 en Ciudad de México, creció en la capital del Estado de Nuevo León y posteriormente ingresó al Instituto de Ciencias en Guadalajara, Jalisco. Entró a la Compañía de Jesús en 1959, con 16 años, para ser ordenado sacerdote en 1972. Un año después empezó su misión como superior local, vicario pastoral y episcopal en la sierra Tarahumara. Fue párroco en las comunidades de Norogachi, Guachochi, Chinatú y en Cerocahui. “Era un tipo muy pastoral. Conocía la Tarahumara como su mano, la recorrió toda. Era muy cercano a la gente”, recuerda Ávila.
Joaquín César Mora Salazar nació el 28 de agosto de 1941 en Monterrey, Nuevo León. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1958, también a los 16 años. Fue ordenado sacerdote en 1971. Desde el 2000 se desempeñó como vicario parroquial en el municipio de Chínipas, hasta 2006. Desde 2007, se desempeñaba como vicario cooperador en Cerocahui. Ávila cuenta que hablaba mucho con él, le pedía consejo por las repetidas amenazas, abusos, desapariciones de personas, desplazados de sus tierras. “Estaba muy preocupado por la invasión del crimen organizado. Por tanta impunidad”, relata el sacerdote.
El crimen múltiple ha colocado a la sierra Tarahumara en el centro del terror de la narcoviolencia. Y le ha recordado a un país que soporta las cifras más sangrientas de su historia, entre 90 y 100 asesinatos diarios, que no hay un rincón de México a salvo. Por mucho que desde la tarima presidencial, López Obrador presuma de una “contención” en las cifras de homicidios. La impunidad, que roza el 95% de los casos, y matanzas como la de este lunes, lanza un poderoso mensaje: si se mata más o no, dependerá de la voluntad de los criminales. “Al pueblo no se le escucha”, remata Ávila.
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