Maixabel es, sin duda, la alternativa a una oleada de Premios para El buen patrón. La cinta de Icíar Bollaín tiene 14 nominaciones, frente a las 20 de la sátira política protagonizada por Javier Bardem. Aunque realmente, esta última sólo tenga acceso a 17 bustos del pintor, ya que repite varios nombres en la categoría de Mejor Actor de Reparto y Revelación. No obstante, si hay algo que se puede destacar dentro de este relato de transición hacia el desarme del conflicto son sus interpretaciones. Javier Bardem y Penélope Cruz son dos tótems del cine patrio, pero es cierto que Blanca Portillo y Luis Tosar se han enfrentado seguramente a los papeles más difíciles de su carrera.
Maixabel (Blanca Portillo) pierde en el año 2000, a su marido el político del PSOE Juan María Jaúregui por un asesinato de la banda terrorista ETA. Una década después, recibe una petición insolita y controvertida: Uno de los asesinos ha pedido entrevistarse con ella en la cárcel. A pesar del dolor que impregna el traumático recuerdo, Maixabel accede a encontrarse cara a cara con las personas que ejecutaron a sangre fría y por la espalda a Jaúregui, el que había sido su pareja desde los dieciséis años.
¿Cómo se afronta una historia sobre el arrepentimiento y el daño irreparable que enfrenta a verdugos y víctimas, bajo un pretexto tan controvertido como el conflicto con la banda terrorista ETA? Pues quizás y, debido a su ya demostrada habilidad para narrar desde la sobriedad, Icíar Bollaín sea la cineasta indicada para este relato de diálogo, que podría perfectamente haber caído en un monólogo descompensado que dejase de atender, esa parte opacada por el apabullante respeto y consideración que merecen las víctimas: el crucial arrepentimiento de los asesinos.
Bollaín es parca en excesos y construye de esta forma, una puesta en escena que se apoya en la columna vertebral de las interpretaciones de Portillo y Tosar, ambos juntos en el recorrido final de la película. Antes, la directora prepara el terreno como tierra mojada, pues sabe que cualquier pisada en un tema tan sensible, dejará huella. Perspectivas y dolores diferentes, tanto en lo gradual como en la relación con el entorno y demás personajes, pero con la capacidad de dirigir a la representación de ambos bandos hacia la compresión. La situación, de por sí, contenía de sobra un conflicto dramático que no necesita nada más allá de un plano/ contraplano. Bollaín nos tiende una silla para sentarnos alrededor de una mesa, que sorprendentemente no está congelada por el ambiente, sino que posee una calidez de la que emana esperanza.
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