El gusto de las personas por el género del horror se remonta a un origen que, a lo largo de la historia ha tenido que ver sobre todo con temas religiosos. El folclore y las tradiciones inspiraron las historias de brujas, vampiros, hombres lobo y fantasmas, sin embargo los precursores (como suele pasar habitualmente) fueron los griegos y los romanos. De esta forma, el titán Prometeo inspiró el Frankenstein de Mary Shelley. Según el escritor H.P. Lovecraft “el miedo es una de las emociones más antiguas (…) y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”. Con todo esto y aprovechando lo cerca que se encuentra Halloween… ¿sabrías decir cuál es la primera película de terror en el séptimo arte?
Pues para descubrir cuál fue el nombre de la historia que lo inicio todo, prácticamente hay que remontarse a los orígenes del cine, en concreto al trabajo de George Méliès. Es de sobra conocida la figura del director francés como un precursor de las historias de ciencia ficción, innovando con unos maravillosos y artesanales efectos especiales. No obstante, lo que la gente no tiene tan presente es que Méliès también es el autor de La mansión del diablo, la considerada por los académicos como la primera película de terror.
Se estrenó el 24 de diciembre de 1896 en París y cuenta la historia de un encuentro con el Diablo y varios de sus fantasmas. Dura más de tres minutos, algo insólito para la época debido a que estamos en una de las etapas más primitivas de la cinematografía. Durante este periodo, el país francés se posicionó como una auténtica fábrica de historias de este tipo, con Méliès filmando otras dos entregas; El Diablo en el convento (1899) y El diablo negro (1905). Por su parte, Louis Lumière realiza Le squelette joyeux, un año después de La mansión del diablo.
Años más tarde, gracias a un movimiento como el expresionismo alemán, el género alcanzó cierta madurez todavía en la época del cine mudo. Inolvidables son El gabinete del doctor Caligari (1920), el Nosferatu de Murnau (1922) o incluso Vampyr del cineasta danés Carl Theodor Dreyer (1932). Un conjunto de historias sin las que hoy no se entendería la existencia de historias que hoy vuelven a elevar la categoría, como La bruja de Robert Eggers o Hereditary y Midsommar, de Ari Aster.
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