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Cuando el vecino taconea en el salón

Carmen Morenés, directora general de la Fundación Telefónica, en su sede en el Edificio Telefónica en Gran Vía, en Madrid.ADOLFO BARROSO

Jornadas interminables con decenas y decenas de llamadas de petición de ayuda. Eso es lo que vivió el centenar de trabajadores de la Fundación Telefónica durante las primeras semanas del estado de alarma. La región se había quedado confinada y miles de personas no tenían ni qué llevarse a la boca. O estaban solas en una residencia. O no tenían siquiera medios para comunicarse con sus familiares o seguir las clases o hacer los deberes.

Al frente de este enorme equipo estaba su directora general, Carmen Morenés Giles, una economista especializada en temas sociales que lleva seis años en la fundación y que se encarga de coordinar, junto con su equipo, un enorme ejército de 52.000 voluntarios en todo el mundo, de los que 13.000 están en España. El 70% de estos últimos reside en la Comunidad de Madrid. “Fue una etapa muy dura, pero para nosotros representó una gran oportunidad de demostrar lo que somos capaces de hacer, tanto a nivel social como educativo y cultural”, reconoce Morenés.

En los momentos iniciales de la pandemia, cuando no había ningún tipo de material sanitario, la Fundación Telefónica aprobó un gasto extraordinario de 25 millones de euros para comprar lo más urgente e imprescindible: respiradores, equipos de protección individual… Y ahí aprovechó las posibilidades de pertenecer a un gran grupo y se implicó a otros departamentos, como el jurídico, logística o el de compras. El material se compró en su mayoría en China y se entregó al Gobierno central para que los distribuyera. También se ayudó a organizaciones que llamaron a su puerta como la Federación del Banco de Alimentos, Save the children y asociaciones que trabajan con personas mayores. “Lo han pasado muy mal. Tenían que estar acompañados en esta situación de tanto riesgo e incertidumbre”, afirma Morenés. Solo la Cruz Roja recibió una aportación de 500.000 euros para crear espacios de confinamiento para personas sin hogar y para entregar bienes de primera necesidad en domicilios. También se puso a su disposición a todos los voluntarios para que contactaran de manera telemática o telefónica con las personas más vulnerables.

“En esos momentos sientes que hay que estar allí. Teníamos que ofrecer a la sociedad todo lo que teníamos y fue un proceso de angustia y de estrés, pero gracias a que tenemos un equipo muy cohesionado todo salió adelante”, reconoce la directora general. Su jornada laboral empezaba con una reunión del comité de dirección para ver qué estaba haciendo cada uno y después continuaba con reuniones virtuales y llamadas a las distintas Administraciones Públicas. Las tardes las aprovechaba para contactar con Latinoamérica. “Allí la pandemia llegó más tarde, por lo que pudimos transmitirles los conocimientos y las experiencias que ya teníamos aquí”, añade.

Un gesto del que se siente muy orgullosa Morenés es la iniciativa que tuvieron los propios voluntarios de donar el dinero de los cheques comedor que no utilizaron durante la pandemia. Más de 5.200 empleados del grupo renunciaron a ese ingreso, lo que permitió recaudar 600.000 euros, que se transformaron en alimentos para 1,1 millones de personas. Además, muchos voluntarios utilizaron las cocinas de la guardería del distrito Telefónica -en Las Tablas- para preparar comidas que repartían a través de ONG y de parroquias entre los más necesitados. “Todos los voluntarios nos mostraron desde el primer momento que tenían necesidad de trabajar, de estar donde se les necesitara”, resume la directiva.

Pero si algo ha dejado claro esta pandemia es que la necesidad de estar conectados, de tener un soporte por el que acceder a los puestos de trabajo o a contenidos escolares. En este punto, la fundación trabajó desde el minuto uno. Puso a disposición del sector educativo todas sus plataformas digitales, con más de 500 horas de formación con contenidos digitales e incluso actividades extraescolares como talleres, desafíos o retos. Más de 3.000 docentes y educadores las han utilizado. La fundación también desarrolló junto con la CEOE el programa Profesionales 4.0 con el objetivo de impulsar la digitalización de los sectores productivos. El de la construcción ha sido el primero con el llamado Nanogrado Construcción 4.0, que consiste en una formación en línea gratuita de 220 horas con la que se pretende digitalizar esta área de producción. “Hay que defender que la modernización también se dé en la formación profesional. El 60% de los puestos de trabajo que se crean provienen de ella”, afirma Morenés.

Otra de las patas en las que trabajó la fundación fue la cultura, entendida en un sentido muy amplio. Colaboró con el ministerio del ramo para participar en el programa La Cultura en casa. A raíz de esta iniciativa, todos los contenidos digitales de la fundación quedaron en abierto, lo que incluye publicaciones, conferencias y mesas redondas, entre otras muchas actividades. Pero además, se han organizado el ciclo Repensando el mañana, que incluye tres conferencias semanales con destacadísimos expertos como la socióloga Saskia Sassen, el ensayista Paul Mason, la especialista en computación Shafi Goldwasser o el científico Philip Ball, para ver por dónde puede evolucionar la sociedad tras la pandemia del coronavirus y el impacto que está teniendo los gobiernos, la educación, el trabajo y la economía. “Queremos que todo esto se convierta en un centro permanente de debate”, destaca la directora general.

“Lo que nos ha pasado es un problema sobrevenido y dentro de las dificultades hay que buscar oportunidades y ver que el mundo tecnológico y digital ha venido para quedarse. La parte positiva que se puede sacar de esta pandemia es que hay que acelerar en este camino y adaptarnos a ese cambio y a esa evolución tan rápida”, concluye Morenés.

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