La actriz Linda Hunt posa con el Oscar que ganó en 1983 por ‘El año que vivimos peligrosamente’, en la que interpretaba a un hombre oriental.Bettmann (Bettmann Archive)
La penúltima polémica cinematográfica de Hollywood ha llegado de la mano de Javier Bardem y la inconveniencia —para algunos— de que siendo español interprete a Desi Arnaz, un actor de origen cubano, en Ser los Ricardo, la historia de la cómica Lucille Ball y su marido y coprotagonista en la comedia I love Lucy. En una entrevista con The Hollywood Reporter, Bardem ha intentado zanjar el tema. “Soy actor y eso es lo que hago para ganarme la vida: tratar de ser personas que no soy”. En esa charla también señala como foco del problema “los acentos”, o sea, que esta situación solo la provoquen los actores no anglosajones. “¿Dónde está esa conversación con personas de habla inglesa haciendo cosas como El último duelo, cuando se suponía que eran franceses en la Edad Media?”. (El pueblo francés, por cierto, todavía no ha protestado por su representación en el cine estadounidense).
En la entrevista, Bardem bromeaba sobre lo fino que se está hilando últimamente con el tema de la representatividad y los repartos: “¡Deberíamos empezar a no permitir que nadie interprete a Hamlet a menos que haya nacido en Dinamarca!”. La polémica se recuerda especialmente en plena temporada de premios —el melón de la diversidad ha llevado a la casi desaparición de los Globos de Oro―, cuando se evalúan las grandes apuestas recientes y por venir. Se ha hablado estos días también de los argumentos que llevaron al director israelí Guy Nattiv a seleccionar a Helen Mirren para protagonizar Golda, la biografía de la primera ministra de Israel Golda Meir. La elección fue censurada hace unas semanas por la actriz judía Maureen Lipman, que señaló el error que suponía que la oscarizada Mirren, no judía, interpretase un papel tan definido, “porque el carácter judío del personaje es muy integral”. “Mi opinión es que si la raza, el credo o el género del personaje impulsan o definen la representación, entonces la etnicidad correcta debería ser una prioridad”, añadió la actriz de El pianista en declaraciones recogidas por Variety.
Helen Mirren, en el Festival de Telluride (Colorado).Vivien Killilea (Getty Images)
Quedan lejos los tiempos en los que un director tenía el recurso de saltarse las normas de la corrección política y cambiar no solo de raza, sino de sexo al intérprete sin pestañear. Eso fue lo que sucedió en 1982 cuando el australiano Peter Weir, director de El club de los poetas muertos (1989) y El show de Truman (1998), preparaba el rodaje de El año que vivimos peligrosamente, una historia de romance y denuncia política en medio de la insurrección contra el presidente indonesio Sukarno.
Asignados los personajes principales a Mel Gibson y Sigourney Weaver, el problema llegó a la hora de encontrar al actor adecuado para interpretar al fotógrafo Billy Kwan, carismático personaje que servía como brújula moral de la historia. Weir había elegido para el papel al bailarín australiano David Atkins, pero sus roces con Gibson antes del rodaje le hicieron abandonar el proyecto cuando la producción ya había comenzado. Fue entonces cuando desde el departamento de casting alguien sugirió a Linda Hunt.
“Se estaban construyendo escenarios en Manila, y el tiempo apremiaba”, recordó Peter Weir en The New York Times en 2019. “El agente de casting dijo que tenía un posible Billy Kwan llamado L. Hunt. Luego reveló que era una mujer. Estábamos desesperados, le dimos una oportunidad y fue genial”. Hunt, que por entonces tenía una sólida carrera teatral, pero era una desconocida para el público, fue la más sorprendida por la decisión. “No entendía muy bien para qué estaba allí. Hablé con el director de casting al respecto y simplemente dijo: ‘Este sería un papel que interpretarías como hombre’. Dije ‘¡Mierda!’ y me reí”. declaró a The Daily Beast la actriz, que ahora goza de una gran popularidad gracias a su papel en NCIS: Los Ángeles.
Por supuesto, intentó torcer la voluntad del director, pero sin éxito. “¿Podrías reescribirlo para una mujer?”, recuerda Weir que le sugirió Hunt. “Dije que eso cambiaría toda la historia y hubo un silencio. ‘¿Podrías interpretar a un hombre?’, le pregunté. Entonces hubo un silencio más largo. ‘Solo si crees en mí’, respondió”.
Cuando Hunt iba a hacer la primera prueba de pantalla le pusieron un peluquín, un bigote y unas piezas de goma encima de los ojos para que pareciera oriental. La actriz se miró al espejo y dijo: “Vamos a quitarnos toda esta mierda y dejar que lo haga yo”. “No intenté hacerme pasar por un hombre; la película no trata de eso”, reveló a New Straits Times en 2016. Pero tenía que hacer creer al público en ella como hombre. Para lograrlo se cortó y tiñó el pelo y se afeitó las cejas. El resultado fue tan convincente que, según recuerda, los camareros se dirigían a ella como “señor” incluso llevando vestido.
Hunt, quien, a pesar de interpretar a un euroasiático, es blanca y nacida en New Jersey en 1945, padece enanismo hipofisario (apenas mide un metro cuarenta y cinco) lo que le hizo pasar un infierno en su juventud. “Cuando estaba creciendo, particularmente durante la pubertad, me sentía muy miserable porque era objeto de las burlas y mezquindad de mis compañeros adolescentes”. Según ha confesado, sintió la llamada de la interpretación en una representación de Peter Pan —papel tradicionalmente interpretado por mujeres en teatro—, pero debido al rechazo que provocaba su físico entre los productores, se planteó dedicarse a la dirección. “Hasta que llegué a Nueva York y fui consciente de la estupidez de la idea. Si es difícil entrar en la actuación, ¿cómo es para una mujer convertirse en directora?”, rememoraba en The Daily Beast.
El del El año que vivimos peligrosamente fue su primer papel relevante en el cine tras su debut en Popeye, la película de Robert Altman que se ganó críticas desastrosas. Por eso en 1982 el talento de Linda Hunt era un secreto para todos los ajenos a Broadway. No volvió a serlo nunca más. Los espectadores esperaban a los títulos de crédito para averiguar quién era aquel espléndido actor que interpretaba a Billy Kwant y la sorpresa llegaba cuando descubrían que era una mujer. “Linda Hunt, una actriz de teatro de Nueva York que asume el papel tan plenamente que nunca se nos ocurre que no es un hombre. Esto es lo que es la gran actuación, una transformación mágica de una persona en otra” escribió el crítico del Chicago Sun Times Roger Ebert. Unas palabras que recuerdan a las de Bardem en The Hollywood Reporter.
La interpretación de Kwan no es una de las cimas del whitewashing, como cuando un actor blanco interprete un personaje de otra raza —John Wayne como Gengis Kan en El conquistador de Mongolia (1956) o Mickey Rooney dando vida a un chino en Desayuno con diamantes (1961)—. Pero en 2018 hubo quienes avergonzaron a la Academia por mostrar una imagen de Linda Hunt en El año que vivimos peligrosamente durante el segmento correspondiente al Oscar a la mejor actriz secundaria precisamente durante una gala más combativa que nunca con la representación de las minorías, por ejemplo este artículo en la concienciada Teen Vogue.
A pesar de ello, unos meses después de aquella gala, Peter Weir se reafirmó en su decisión en The New York Times: “El casting es fundamental y no debe estar influenciado por ninguna tendencia de moda”, afirmó. Dígaselo a los Globos de Oro.
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