Está acreditado que jugar a patear una pelota es una práctica milenaria con trazas que se remontan a relieves de la antigua Grecia. Y no admite discusión que las reglas del fútbol moderno emanan de la Football Association inglesa, creada en 1863.
Más incierto es, sin embargo, el origen del futbolín o ”foosball’, un divertimento en el que cuatro jugadores reclinados sobre una mesa hueca con patas mueven unas barras de metal a las que hay adheridas figuras humanas con las que golpean una bola del tamaño de una ciruela para meter gol en la portería contraria.
La paternidad de ese entretenimiento universal, que se cree nació a finales del siglo XIX o inicios del XX, se la disputan el español Alejandro Finisterre, el francés Lucien Rosengart, un suizo llamado Knicker, un belga conocido como señor Staav, el británico E.J. Lawrence… y el juego se puede adquirir por entre $39 a $4,800 en función del tamaño y la calidad de los materiales.
Al menos era así hasta que esta semana la empresa belga Play It Art sacó a la venta un futbolín concebido como una obra de arte por la nada despreciable cantidad de $90,000 dólares.
“Lo hemos colocado inclinado para que la gente pueda tener una buena vista del tapete, que está hecho en cuero… pero está absolutamente concebido para jugar”, explica a Efe el agente de jugadores Jacques Lichtenstein, quien junto con el internacional belga del París Saint-Germain Thomas Meunier ha lanzado esa sociedad dedicada a fusionar el arte con el fútbol.
El futbolín o foosball en cuestión es obra en metal del escultor francés Stefane Cipre y se muestra estos días en la Maison Degand, una exclusiva tienda de Bruselas dedicada a la ropa masculina que ha vestido a varias generaciones de monarcas belgas incluido el actual, el rey Felipe, quien se dejó caer por la sastrería la semana pasada.
“Es una pieza única por ahora y de la que como máximo se producirán 10 ejemplares”, explica Lichtenstein, que nació hace 49 años en el humilde barrio bruselense de Molenbeek y lleva desde los 23 ejerciendo como agente de jugadores.
Hoy se desplaza en un Porsche, en la puerta de su despacho pone “JEFE. No molestar”, en su interior hay dos camisetas de Brasil y Argentina enmarcadas con las firmas de Pelé y Maradona y en su cartera de clientes nombres como el capitán del Manchester City, Vincent Kompany, o el zaguero del Celtic de Glasgow Dedryck Boyata.
Las escuadras del exclusivo tablero, que ejerce como reclamo de un proyecto artístico en el que están involucrados las creadoras francesas Emmanuelle Rybojad y Cecile Plaisance, el belga OLI-B, el franco-belga Benjamin Spark o el español GR170, están constituidas por leyendas del deporte rey como Cruyff, Di Stéfano, Eusebio, Messi, Cannavaro, Zidane, Maldini, Cafú o Buffon.
“Toda esta historia ha nacido de la constatación de que hay muy pocos artistas que hayan trabajado sobre el fútbol. Por ejemplo Miró, que hizo los carteles del Mundial de España en 1982 o Keith Haring, que hizo también una obra sobre el fútbol y creo que también Niki de Saint Phalle… Suele ser algún artista que ha hecho una obra sobre el tema del fútbol, pero no hay una gran producción artística”, comenta Lichtenstein.