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Cuatro consejos (de la abuela) para hacer frente al frío

La nieve es una bendición. No lo digo yo, sino que escrito está en el refranero español: “Año de nieves, año de bienes”. ¿Por qué tenemos entonces tanto miedo a las nevadas? Sí, ya sé, nos entra el pánico porque no estamos necesariamente preparados para hacer frente a las tempestades de nieve, como sí lo están los países nórdicos. De hecho la palabra “tempestad” ella solita nos hace ya erizar los pelos de la nuca. Después de todo hemos vendido en el exterior una imagen de España como país de sol y de playa y nos la hemos creído. No viene a cuento, pero ¿cuándo dejaremos de bautizar a las tormentas y huracanes con nombre de mujer? Me parece un anacronismo seguir haciendo eso hoy en día.

Como anacrónico me resulta también que en España, en pleno siglo XXI, haya personas que cuando nieva se mueran de frío, y por desgracia no es una metáfora sino una muy triste y cierta realidad, y se congelan porque se interrumpe el suministro o, aún peor, porque se les corta la electricidad por falta de pago. Nada hay más valioso que una vida y siempre deberían ponerse todos los medios al alcance para protegerla aquí y en Pernambuco. Admiro de Francia, mi país de adopción, un gesto de verdadera fraternidad: la trève hivernale (tregua hivernal), que impide que los inquilinos puedan ser expulsados de su vivienda por impago a partir del 1 de noviembre y hasta que se desvanece el frío y eso es así desde 1956. La ley incluye también la prohibición de cortar la luz y el gas.

Hecho este inciso necesario vuelvo a lo mío. Podríamos también contarnos otra historia al hilo de Filomena: podríamos decirnos que esa nieve que ahora entorpece nuestras comunicaciones y que, es cierto, ha provocado destrozos importantes calificados de catástrofe e incluso muertes, se convertirá dentro de unos meses en agua que llenará nuestros embalses, a menudo tan desiertos, y en agua bendita, para ser más exactos, porque alimentará nuestros campos tan sedientos. ¿Y si el frío no fuera tan malo después de todo? Hablamos ya de todo ello hace años en el post 5 trucos y 4 razones para no abusar de la calefacción. Aquí te dejo hoy cuatro consejos de sentido común, que no te descubren el Mediterráneo, pero que quizá te hacen pensar y sonreír un algo.

Conozco a personas en Barcelona que si llueve no salen a la calle si pueden evitarlo

1) Abrígate bien – Vaya perogrullada ¿no? pero no lo es tanto como parece. Conozco a personas que quieren pasearse por casa, en pleno invierno, con camiseta de manga corta y vestido de tirantes. ¿Para cuándo esos jerséis de cuello alto? Para salir a la calle, te responden prontamente. ¿Y por qué? ¿Dónde está escrito que debe ser así? No voy a llegar al extremo de decir que uno debe dormir con guantes y gorro… aunque por poder se podría. Sin embargo estimo más conveniente, tanto para el cuerpo como para el consumo energético de la casa, que las personas se abriguen estando en casa. Hay que abrigar el cuerpo y calentar la casa. ¿Quién ha dicho que las botellas de agua caliente son solo para los niños? Siempre será más barato y más sano cubrirse con todo lo que uno tenga a mano que el gesto facilón de subir el termostato alegremente para “sentirse bien”. Echo mano de nuevo del refranero español: “Vaya yo caliente y ríase la gente”.

2) Aprovecha el calor físico y humano. La casa, y las personas que viven en ella, emanan energía que puede reutilizarse. No sé tú, pero a mí en verano a veces me entra un sofocón tal que me da por abrir unos segundos el congelador y meto mi cabeza dentro… en la medida de lo posible. Esos segundos de respiración glacial me permiten volver al bochorno ambiental con algo de alivio. Para mí el congelador es al verano lo que el horno al invierno. No solo favorezco el uso del horno para cocinar, sino que lo hago también como fuente de calor para la casa. Mi horno eléctrico se mantiene caliente varios minutos después de que lo haya apagado. Cuando ya no lo utilizo como método de cocción, abro la puerta para dejar que el calor se reparta por la casa y así aprovecho la energía, en vez de despilfarrarla. E intento aprovechar igualmente el calor físico humano. Hay que mantener las distancias en el exterior, pero podemos abrazar y besar a la familia a tiempo y a destiempo. Si vienen de la calle, donde hiela, van a agradecer aún más si cabe el contacto humano, más allá de la expresión de afecto.

3) Consume caliente (y sano) a todas horas. Evidente, querido Watson. No es época, aunque algunos frunzan el ceño, para los helados y granizados por muy apetitosos que sean. Cafés, tés, infusiones y chocolates, en vez de refrescos, nos van a ayudar a capear el temporal. Mi caldo semanal de pollo hierve en la olla durante una hora y media. Ese es otro rato en el que dejo la puerta de la cocina abierta de par en par para que el calor (y el olor) se distribuyan por igual por todo el apartamento. Es tiempo de programar en el menú semanal caldos y guisos además de platos horneados. Yo cocino por ejemplo compotas y tartas de fruta que sirvo tibias o incluso calientes. No solo el estómago lo agradece sino también la nariz. Me encanta perfumar el ambiente con especies como la canela y el clavo.

Este buen hombre se dispone a hacer su proposición porque el ambiente ha sido ya previamente “caldeado” gracias al buen hacer del radiador

4) Acepta sentir un poco de fresquito porque no está mal. ¿¡Vaya herejía, no?! Conozco a alguien que si no tiene los radiadores constantemente hirviendo llega a la conclusión de que hace frío en su casa. Gracias a las innovaciones tecnológicas nos hemos acostumbrado a exigir de nuestro entorno una temperatura media ideal. Mejor dicho: nos hemos malacostumbrado. En verano no queremos sufrir calor y lo combatimos con los aires acondicionados a tope, y en invierno luchamos contra el frío a golpe de calefacción. El (mal) tiempo es una injerencia, una molestia que nos fastidia la vida. Conozco a personas en Barcelona que si llueve no salen a la calle si pueden evitarlo. Cuando cuento esta historia en Francia se mueren de la risa porque aquí, si se aplicara el mismo principio, casi no saldríamos fuera de casa nunca durante gran parte del invierno.

El calor y el frío, la lluvia y la nieve, en sí, no son malos ni buenos salvo en casos extremos. Es fantástico que hoy en día podamos recurrir a calefactores y a ventiladores cuando tenemos necesidad de ellos, pero hay que usarlos con sentido común, sin exagerar la nota porque eso nos puede llevar a exagerar también la factura. La factura que pagamos a final de mes como consumidores privados, pero también la que paga el planeta por nuestro consumo energético desmesurado. Como explicaba hace un par de años aquí en el blog, hemos de acabar aceptando que no podemos tenerlo todo.


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