La Neta Neta

Cuatro décadas de crónica negra española

José Bretón, en agosto de 2012, durante el registro en la finca de Las Quemadillas de Córdoba en la que mató a sus dos hijos, Ruth y José.
José Bretón, en agosto de 2012, durante el registro en la finca de Las Quemadillas de Córdoba en la que mató a sus dos hijos, Ruth y José.Julián Rojas Ocaña

Carmen Pastor, Esmeraldo Rapino, Jesús Rubio y Joaquín Palacios son nombres que quizás no signifiquen nada para la mayoría. Sin embargo, si se menciona, por ejemplo, José Bretón, El asesino de la baraja, El asesino del rol o el Triple crimen de Burgos, y se mira detrás de la imagen televisiva, del cadáver en el suelo cubierto por una manta térmica, del detenido o de los familiares rotos de las víctimas, se encontrarán sus biografías profesionales, su forma de abordar y perseguir el crimen, una dedicación que les convirtió, como policías o guardias civiles, en parte esencial de la crónica negra de España. “Son ellos, pero podrían haber sido otros. El capitán Jesús Rubio tuvo un ataque nostálgico un año después de jubilarse. Había varios casos muy mediáticos sin resolver y él andaba muy preocupado porque creía que cuando su generación desapareciera todo eso —la experiencia, el olfato, los años de calle— podía desaparecer y que estaría muy bien que estuviera por escrito”, comenta la periodista Cruz Morcillo sobre la génesis de Departamento de Homicidios (Libros del K.O.).

La periodista y escritora Cruz Morcillo, en Madrid el pasado jueves.Samuel Sánchez

Armado a partir de una estructura en la que los testimonios de primera mano de los cuatro agentes sirven de hilo conductor, este original híbrido, surgido después de horas y horas de conversación con ellos, aborda grandes casos de la historia reciente, otros menos conocidos, rotundos éxitos de la policía y fracasos de la misma índole. “La única línea roja es que no quedara mal ningún compañero de los cuatro”, confiesa Morcillo (Jaén, 48 años) sobre una obra que surge del agradecimiento a sus fuentes, pero que no es amable. Ahí queda retratado lo que no se hizo bien, muchas veces en palabras de los propios protagonistas. “Creo que no hay que esconder las cosas, pero hay que evitar hurgar en el morbo, el daño a unas víctimas que ya no pueden sufrir más”, añade para explicar su credo periodístico tras 23 años cubriendo sucesos en el diario Abc y el tono de un libro en el que asesinatos, torturas, desapariciones, abusos y otras vilezas están contados con rigor. “Me baso en datos y en lo que veo. Periodismo ceñido. Vieja escuela. Incluir la primera persona me costó porque tenía miedo de traicionarme”, cuenta de un libro en el que su figura sirve de nexo entre los testimonios y en el que también aborda casos antiguos, de cuando la autora estaba “comiendo piruletas”, relatos en los que la documentación ha sido fundamental.

Cuando está claro el origen criminal, las desapariciones son el horror, peor que el asesinato. Son una condena a muerte para las familias

En Departamento de homicidios, Morcillo traza caso a caso la geografía negra de la España de los últimos 40 años, un país donde se resuelven más del 80% de los crímenes. Y lo hace desde la perspectiva de quienes lo consiguieron, pero, sin embargo, no pudieron resolver el otro 20%, fueron incapaces de evitar todo ese dolor, y serán perseguidos para siempre por la sombra de esa frustración. “Es una sensación recurrente. Los agentes no tratan solo con muertos y desaparecidos, también con los familiares, que son víctimas”, cuenta antes de añadir que los cuatro agentes, ya retirados tras décadas de servicio, volverían si pudieran resolver alguno. “Eso tiene algo de justicia poética”. El proceso es paralelo en Morcillo como periodista. “La gente no se lo cree, pero nunca te acostumbras. Yo lloro, no duermo”, cuenta cuando se le pide que analice cómo le afecta personalmente esa relación con la muerte y el sufrimiento.

El exmilitar Alfredo Galán, quien se confesó autor de los seis asesinatos atribuidos al Asesino de la baraja, a su llegada a los Juzgados de Puertollano en julio de 2003.MANUEL RUIZ TORIBIO / EFE

En estas vidas paralelas que viven investigadores y periodistas de sucesos, la tecnología ha marcado un punto de inflexión. “El trabajo no ha cambiado, pero ahora tienen ese plus. La tecnología ayuda y simplifica muchísimo la investigación”, explica Morcillo, antes de que la conversación se disperse hacia lecturas de Javier Marías, Dennis Lehane o James Ellroy. Vuelta a la realidad, algo de nostalgia se filtra en el discurso de la veterana periodista cuando lamenta que el acceso a las fuentes ya no sea el mismo, que ya no se esté en la calle igual. Algo similar les ocurre a los agentes. “Parece que nos hemos olvidado de preguntar. La premisa yo la tengo clara: cuando acaba la investigación tienes que saber más de la vida de la víctima y de la del autor que ellos mismos. Eso la técnica no lo aporta”, comentaba Rapino en el libro.

Creo que no hay que esconder las cosas, pero hay que evitar hurgar en el morbo, el daño a unas víctimas que ya no pueden sufrir más

Morcillo, consciente de que hay “una moda de lo negro, lo criminal, la nota roja” y “un consumo masivo de series que han puesto el foco en eso”, está feliz de incluirse en la corriente, de satisfacer la demanda. En este libro sobre muertes violentas, las desapariciones ocupan un lugar destacado. Sonia Iglesias, Piedad García o Marta del Castillo son solo tres de los casos más conocidos. “Cuando está claro el origen criminal, las desapariciones son el horror, peor que el asesinato. Son una condena a muerte para las familias. ¿Desentona este capítulo? No, yo creo que se lo debía a las víctimas”, se defiende. Siempre, o casi siempre, mujeres o niños a manos de hombres.

Familiares y amigos de Sonia Iglesias, en una concentración en 2010 en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela.Jorge Leal / EFE

Juan Francisco L. O. secuestró, violó y mató a la niña de 13 años Laia Alsina cuando bajaba las escaleras del portal donde vivían sus abuelos hacia la calle, donde la esperaba su padre. El caso no está en el libro, pero la autora lo expone como uno de esos momentos en los que un depredador, en dos horas, “puede acabar con una familia, derrotarla de por vida”.

“En 2019 tomé un taxi en el aeropuerto de Barajas. Volvía de Almería de cubrir el juicio contra Ana Julia Quezada, la asesina del niño Gabriel Cruz, hijo de su pareja. (…) ‘Si pudiera usted ayudarnos, Cruz’, me susurró educadísimo el taxista. ‘Soy Jorge, el hermano de Piedad [García, desaparecida en 2010 en Boadilla del Monte (Madrid)]’. El trayecto hasta mi casa fue una conversación a corazón abierto en la que la pena, el dolor y la rabia de una familia entera eran tan nítidos que faltaban palabras. Más de una década después ninguno de ellos se ha recuperado”, narra casi al final del libro. El episodio no funcionaría en una novela por inverosímil. Pero es todo dolor y verdad. Puro true crime a la española.


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