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Cuba, con los dedos cruzados para que gane Biden

Partidarios de Donald Trump llegan para un evento de campaña, en Miami, este martes.Rebecca Blackwell / AP

Ningún motociclista en Miami utiliza casco. Al principio, el reportero piensa que se trata de una imprudencia. Lo es. Pero van pasando tipos sobre grandes máquinas, con el rostro al viento, y empieza a sentir envidia. Le parece que esos motociclistas deben experimentar una sensación de libertad casi embriagadora. Un hombre joven, calvo, barbudo y más bien grueso está en la acera encaramándose a su Harley y el reportero se acerca para pegar la hebra. Antes de cruzar palabra, el hombre de la moto muestra un dedo (“ese” dedo), pone en marcha el motor y se aleja soltando truenos por el escape. Bueno. La libertad también consiste en hacer una peineta preventiva a los pesados.

(En Florida se puede circular sin casco cuando se es mayor de 21 años y se dispone de seguro médico. Se supone que si pagas de antemano por la recomposición de huesos, puedes rompértelos como quieras. Y si te destrozas el cráneo, es tu cráneo, al fin y al cabo. Una lógica impensable en Europa).

La cuestión del casco y las motos me hizo pensar en un libro titulado Extremo occidente. Conocí hace años a su autor, Juan Carlos Castillón, precisamente en Miami. Castillón fue fascista en España en los años duros de la Transición (le expulsaron de Fuerza Nueva por extremista), huyó a El Salvador, se unió a los escuadrones de la muerte del ultraderechista Roberto d´Aubuisson (supuesto autor intelectual del asesinato del arzobispo Óscar Romero en 1980) y luego regentó una librería en la Little Havana miamense. No se hagan una idea equivocada: Castillón es, además de lo anterior, un tipo extremadamente culto, un erudito que al fin regresó a Barcelona y que, según me contó el otro día, no nada en la abundancia. ¿Quién necesita un sabio heterodoxo y sarcástico en estos tiempos?

Para los europeos, el extremo occidente estadounidense resulta tan incomprensible como el extremo oriente chino. Esa es la tesis del libro de Castillón. El concepto de libertad de un europeo consiste en algo abstracto, nacido de la Ilustración y basado en un poder público que garantiza y regula. En Estados Unidos, la libertad tiene una base religiosa (el “gran despertar” del siglo XIX) y es algo que cada individuo debe ganarse; el poder público no es visto como garante, sino como potencial opresor, y de ahí la afición a tener un arsenal en casa.

Horas antes de la peineta, temprano por la mañana, Juan ha confirmado indirectamente la tesis de Castillón. El reportero intenta manejarse, sin éxito, con la máquina de cambio de la lavandería. Juan, camiseta de tirantes y pantalón corto, le echa una mano y mientras la lavadora gira, charla con el reportero. Llegó a Miami seis años atrás (tiene 36) y es uno de los pocos cubanos pobres que residen en South Beach. Trabaja en el mantenimiento de un edificio de apartamentos y dispone de una pequeña vivienda. A diferencia de otros cubanos, votará (por primera vez en su vida) a Joe Biden. “Mi hermano, me río mucho cuando dicen que Joe es socialista o comunista. Yo sí sé lo que es el comunismo, hermano”.

Juan no simpatiza con el Estado. “No quiero que me controlen, no quiero que me vigilen, quiero que me dejen tranquilo para vivir mi vida, hermano”, dice. La política no le interesa. “Todos comemieldas”. No le han ido mal las cosas durante el mandato de Donald Trump, en quien ve ciertas virtudes. Tampoco le fue mal con Barack Obama.

Lo que le empuja a votar por Biden es su rechazo a los bloqueos y los castigos impuestos a Cuba. “Los de Washington se creen que esas cosas hacen daño a los que mandan, pero solamente hacen daño a la gente”. No comprende a los emigrantes cubanos que, una vez fuera, parecen desear que sufran todavía más quienes siguen en el país. Espera que Biden haga más fáciles los visados para volver de vez en cuando a la isla, donde permanecen su familia y sus amigos, y que ayude a mejorar en lo posible la economía cubana. Utiliza un lenguaje muy expresivo. Aquí se omiten sus palabras favoritas, poco aptas para lectores sensibles.

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